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Alejandro Varderi

Reynaldo Pérez Só: Buscando el rostro para un poema

me acuerpa este sabor …
María Fernanda Palacios

Cuál es el gesto que describe un poema para darnos a entender que podemos asentir en él: asentir, no movernos, porque moverse es otra cosa. El movimiento desplaza al cuerpo que lo ejecuta. El gesto, en cambio, dibuja en él una torcedura: doblez del cuerpo, primer lenguaje articulado, pues el movimiento es solo un balbuceo. Signo entonces que tiende un acceso o lo niega, dependiendo de la naturaleza del estímulo a partir del cual la piel pierde su inclinación habitual y se pliega y expresa.

La gravedad amarra entonces al texto en un lugar, le impide desviarse y el objeto nombrado pesa porque no hay desalojo. Ahí es donde el poema consiente, permitiéndole al lector el abordaje: “demasiado peso/ hay en la flor/ perfume y el tacto/ de tocar la existencia (…) esta torcedura del perfume”, escribe Reynaldo Pérez Só en 25 Poemas, uno de sus libros imprescindibles, publicado por Fundarte en 1982, y cuya relectura se hace necesaria casi cuatro décadas después, coincidiendo con el cincuentenario de la revista Poesía, de la cual es cofundador y director. Desde la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo, esta revista ha contribuido tanto a la edición en traducción de figuras universales como a la difusión del trabajo poético y crítico de los autores venezolanos, desafiando simultáneamente los vaivenes políticos y económicos del país, en su intento de sumergirlo en el oscurantismo cultural.

Pero no es falta de luz lo que en el trabajo de este autor se abre espacio, sino más bien su reflejo sobre la casa natural: “lo otro, esto demasiado abordable, esto/ cuyos límites son un cuerpo”, sostiene Hanni Ossot, otra fundamental poeta venezolana, en Espacios de ausencia y de luz, reiterando el objeto del poema al cual Pérez Só pone rápidamente en sintonía con el lector, pues esta es una ventaja de su poesía: el exceso de acceso.

Reynaldo Pérez Só sabe de la importancia de la voz poética; por eso su trabajo “acuerpa” al lenguaje que proviene del código gestual constituido por la casa (cuarto, calle, sol, árbol, flor, polvo, planta, viento, pájaro, hoja, declive) cuerpo, cual sucesión de encadenantes que, partiendo del domicilio personal, tantea afuera (dentro del paréntesis) y se cierra en círculo sobre ese mismo domicilio. En círculo pues hay coincidencia entre los dos extremos del engarce al ser el cuerpo la casa natural, sostén primario en la arquitectura de su obra poética donde, entre otros, también se incluyen los volúmenes Reclamo (1992), Px (1996), Solondra (1998) y Rosae rosarum (2011).

Quienes nos situemos al otro lado del texto encontraremos rápidamente lugar en él, previo abandono de nuestra casa a fin de no caer en la redundancia de cuerpos, porque su escritura es “ese equilibrio inestable de habitarla sin cuerpo”, tal cual afirmó Emilio Briceño Ramos en sus “Apuntes sobre poemas de Reynaldo Pérez Só”, publicados en La Gaveta Ilustrada N. 11-12 (1980). Algo que podría considerarse contradictorio, pues si el autor forra de cuerpo el lenguaje, por qué deshacerse entonces de la piel para acceder al objeto del poema. La respuesta estaría en el “sabor”, es decir, en la forma como el cuerpo que cubre al texto afecta el acto de degustarlo.

Cuando probemos entonces el lenguaje, si nuestro paladar responde positivamente al “sabor” que lo “acuerpa” (se infiere que, previamente, el gesto ha tendido un acceso) el lector entrará en relación con el poema. Ello siempre y cuando no haya reiteración de cuerpos, de ahí que para habitarlo se haga necesario entrar sin cuerpo; dentro, el que Pérez Só ha construido con su lenguaje será suficiente cobertura: “vase el cuerpo/ la casa/ se va también/ el amigo (…) abandona aprisa el día/ sin que entienda/ la gravedad del cuerpo (…) no queda sino la puerta/ que no se mueve (…) cuando el día/ ahora se ha cerrado”.

Aquí, esa certeza del poema queda entendida como exactitud, calidad de lo exacto, rigor en fin, que 25 Poemas templa como intensidad, alcanzando y sacudiendo a un lector cómplice, a partir de la gravedad del cuerpo y su caída hacia adentro cual imagen persistente a lo largo del libro. Es la naturaleza, que prescinde del todo, se centra en unos pocos elementos y los condensa sobre puntos distanciados dentro de un mismo poema, creando la sensación de “equilibrio inestable” en el lector.

Para sostener el asombro el autor ajusta esos paisajes, esboza otros; el urbano, por ejemplo, delineado en el tercero de sus 25 Poemas: “calle/ de hombre solo (…) tajo/ de miedo (…) no para esto vamos día a día/ cruzando una acera/ pisando otra”. La carga aquí cumple con un doble objetivo; por un lado funda el espacio que involucra tanto al texto como al entorno donde dicho texto se inscribe, dada la precisión de sus significantes, y por otro redimensiona esa ausencia de compañía —objeto del poema y situación límite que da sentido al desplazamiento del sujeto— al desplegar una ciudad.

Con ello Reynaldo Pérez Só sale de su territorio habitual, explora, buscando anexarse nuevas posesiones; abandona así los elementos familiares, donde no hay exposición ni intemperie, para probar un terreno casi intacto. Este tanteo de otros temas hace de 25 Poemas un libro para experimentar. El autor prueba aquí que está en posesión del lenguaje, cual cuerpo bien constituido como cuerpo. Su reto era encontrar el rostro que lo personalizara; algo que no solo este libro, sino su dilatada labor como autor y editor han delineado concienzudamente a lo largo de medio siglo, para mostrárnoslo hoy en toda su plenitud.

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