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Revolución animal

Considerada unas de las mejores cintas del año, White God nos adentra en los más bajo de la ciudad de Budapest a través de los ojos e infortunios de un inocente perro mestizo

El cine definitivamente se está preparando para el apocalipsis. En la década de los noventa, es bien sabido que nos planteó cualquier tipo de situación ambiental que nos obligaría a despacharnos de este planeta.

Ahora, en la forma de un mal antiguo, los muertos vivientes llenan las pantallas chicas y grandes de mordelones que quieren unirnos a un club de moribundos y obedientes fanáticos de la carne (sin ánimos de que cualquier persona en el mundo se siente ofendida).

Sin embargo, hay oportunidades en que nos plantea nuestro fin o por lo menos una alienación, gracias a fuerzas que consideramos normales, inocentes, incapaces de tomar acciones con sus manos, o patas, y comenzar una guerra violenta en la que la palabra venganza se siente en cada ladrido.

Desde hace unas décadas, los simios nos tomaron como rehenes en un ambiente en el que creíamos nuestro, en la forma de la saga del Planeta de los simios, una epopeya de venganza que cualquier ambientalista puede sentir como una obra pornográfica.

Para muchos, nuestro fin no viene en una forma de muertos vivientes, una explosión de un meteorito o una profecía maya, más bien viene de esos pequeños animales domésticos que consideramos inofensivos con acciones pueden ser necesarias incluso para crear una conciencia llena de la palabra maltrato y desconsideración, o por lo menos así se siente en la cinta húngara Fehér isten (White God o Dios Blanco).

Del director Kornel Mundruczo, White God no solo toca el sensible tópico del maltrato animal, incluso tiene una tónica política pintada bajo una historia completamente sentida y unos cuantos recursos técnicos que la convierten en una de las mejores, si no la mejor, obras cinematográficas de animales del cine contemporáneo.

Ya hemos sido testigos de Beethovens, Marleys, y muchos más animales que toman formas medio humanizadas para darnos un toque humorístico, sensibilizándonos para verlos como una especie de ancianos a los que debemos cuidar y querer.

¿Pero realmente los animales son tan diferentes de nosotros?, ¿sobre todo los perros?, teniendo en cuenta que están inmersos en nuestro ambiente más que cualquier otro animal.

White God narra la historia de una adolescente, hija de padres divorciados, quien deberá vivir por un tiempo con su padre biológico, quien ciertamente no está acostumbrado a ella, y menos a un perro que ella trata como su mejor amigo.

Hagen es un perro de raza híbrida, por lo que el estado deber cobrar un impuesto al padre para que pueda vivir con ellos o en el caso negativo, ser llevado a un asilo de perros para cumplir con un destino al que temen muchos.

El padre, sin ninguna intención de costear el estilo de vida del perro, menos de pagar el impuesto, lo dejará en la calle, creando una escena común llena de dramatismo en la que un animal más, queda en la lujuria urbana.

Ahora, paralelamente, la cinta alterna entre el dolor de la niña, quien buscará a Hagen intensamente, y Hagen, quien será retratado por Mundruczo como un ser humano perdido más, viviendo una serie de situaciones que revelan a Budapest con todos sus vicios, pecados, a través de los ojos y vivencias de este animal, y también del de una adolescente que se enfrentará a lo más bajo de la ciudad.

Hagen pasará por situaciones que fuerzan al espectador a seguir viendo la cinta, obligándonos a ser parte de una transformación de personaje impresionante, esta vez en forma de este animal de cuatro patas.

Mundruczo convierte a este perro mestizo en un guerrero, un líder que guiará a una horda de animales en una venganza tomando una ciudad y recluyéndola en un miedo nunca sentido.

Con guión de Mundruczo, Viktoria Petranyi y Kata Weber, White God nos entrega una tensión continua mientras vemos como una sociedad se consume a sí misma, y los testigos son los ojos de un perro que no volverá a ser el mismo, y una adolescente que pasará por cambios radicales.

White God recuerda sutilmente la obra del director Sam Fuller, White Dog (1982), donde un pastor alemán blanco es entrenado por un nazi recluido en Estados Unidos para atacar a afroamericanos. Ambas cintas realizan un crítica a un sistema que no ha cambiado, donde las personas convierten a los perros en armas con objetivos violentos, sin contar con esa improvisación que trae su misma naturaleza, sin saber si en algún momento las cosas pueden cambiar, y la mordida puede caer en un lugar equivocado.

Tengo que confesar que suelo sentirme emocionalmente más afectado cuando veo una muerte de un perro que la de un humano en el cine. Incluso, muchas veces tiendo a sentir una mayor simpatía cuando veo a un animal sufriendo, que la de un ser humano sufriendo, por eso adoro cosas como Old Boy, y demás cintas de largos sufrimientos. Allí les dejo esa perla a quien quiera analizarme.

Al ver White God, y ver como los perros pueden apoderarse de una ciudad, bajo una dirección impecable compuesta por planos prodigiosos y una fotografía impecable, como lo logra Mundruczo, la simpatía crece aun más con estos animales,

Los recursos técnicos generan aun mayor tensión debido a que la mayoría son reales, llenando incluso las calles de Budapest de cientos de perros, y consiguiendo una escena final impresionante digna de uno de los mejores planos del año.

En el año 2014 fue la gran sorpresa en el Festival de cine de Cannes, llevándose el Un Certain Regard award y convirtiendo a la pareja de perros que personificaron a Hagen en una de las estrellas de la pasarela, a quienes otorgaron el premio Palm Dog. 

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