La balanza del poder mundial ha cambiado, el “momento” unipolar, iniciado al final de la Guerra Fría, en el cual EEUU era la única potencia con preeminencia en todas las dimensiones del poder: militar, económico, tecnológico, ideológico y cultural, se acabó. Con el auge de China, el resurgimiento de Rusia y en menor medida el crecimiento de la India, ya estamos en un mundo multipolar. En 1994 los Estados Unidos y sus aliados representaban el 70% del PNB global y del gasto militar, ya en el 2015 era alrededor del 60% y se ha reducido aún más. Rusia ya no es la URSS, superpotencia mundial con 327 millones de habitantes. Ahora sólo cuenta con alrededor de 147 y con una economía inferior a la de Italia, pero en la última década ha doblado su gasto militar y sigue siendo una temible potencia nuclear. China ha crecido exponencialmente entre 1994 y 2015, pasando del 3.3% del PNB global al 11.8% y del 2.2 % del gasto militar mundial al 12.2 %. La Historia nos enseña que cambios relevantes en la balanza de poder mundial crean las condiciones para que las potencias favorecidas por esos cambios busquen revisar el orden geopolítico existente. En los años ’30 del siglo pasado, el revisionismo geopolítico de Alemania, Japón e Italia crearon las condiciones para la Segunda Guerra Mundial. Actualmente, la era de la paz estable entre las grandes potencias, que caracterizó el orden internacional post Guerra Fría, feneció. Las relaciones entre las grandes potencias, cada vez más, están definidas por la rivalidad y el conflicto.
En la crisis de Ucrania, es relevante recordar que para Rusia, la Guerra Fría terminó con una verdadera catástrofe geopolítica. Perdió, sin disparar un tiro, todo lo conquistado desde Pedro el Grande, Catalina la Grande y Stalin. Recordemos también que Rusia sufrió, desde occidente, la invasión de Suecia en el 700, la de Francia en el ‘800 y, dos veces en el ‘900, de Alemania. Para Rusia la “profundidad geográfica” de su territorio ha sido fundamental en su defensa frente a los ataques desde occidente. Además, para Rusia, desde el punto de vista cultural e histórico, Ucrania forma parte del llamado Rusky Mir, el mundo ruso. Buena parte de los Ucranianos son rusoparlantes. La OTAN, después de la Guerra Fría, se amplió no sólo a países ex satélites de la URSS, sino a también a territorios que formaron parte de la propia URSS, como los Estados Bálticos. Es comprensible que, para Rusia, la posibilidad cierta de que Ucrania ingrese a la OTAN, es vista como una amenaza grave a su seguridad. Por otro lado, para las democracias occidentales es muy difícil aceptar públicamente que un Estado independiente, como Ucrania, no pueda determinar autónomamente su política exterior. Sin embargo, hay que recordar que, en 1954, en el tratado de paz con Austria, para que la URSS retirara sus tropas de ese país, se aceptó la exigencia soviética de que Austria se neutralizara y quedara fuera de la OTAN. Austria ni siquiera ingresó a la Unión Europea hasta 1995 y todavía no forma parte de la OTAN. El caso de la neutralidad de Finlandia, en la Guerra Fría, es distinto porque su neutralización y su “particular” relación con la URSS fue producto de un acuerdo bilateral entre los dos países en 1948. En 1962, durante la crisis de los cohetes soviéticos en Cuba, la URSS públicamente aceptó retirar los misiles de Cuba a cambio de la promesa de EEUU que no invadiría la isla, pero también hubo un acuerdo no público, en el cual EEUU aceptaba retirar sus misiles nucleares en Turquía. Para EEUU no era una concesión relevante porque estaban entrando en operación los submarinos polaris con misiles nucleares, que hacían innecesarios los obsoletos cohetes en Turquía. Quizás, en aras de la paz mundial, una inteligente diplomacia, con sentido de la Historia, podría encontrar una solución a la crisis ucraniana, siguiendo, en el contenido, el ejemplo de la neutralización austriaca, pero utilizando la forma “privada” del acuerdo sobre Cuba. En otras palabras, podría haber una promesa privada de EEUU y sus aliados de no ampliar la OTAN a Ucrania y Georgia.