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Un retrato psicológico del presidente Trump

En octubre pasado, antes de que fuera electo Presidente de los Estados Unidos, propuse, junto con otros, la hipótesis de que Donald Trump fuera un narcisista.  Trump cumple prácticamente con todos los criterios incluidos en la clasificación de narcisismo establecidos en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5). Esta es la clasificación estándar de los trastornos mentales utilizados por los profesionales de la salud mental en muchos países de todo el mundo.

Los síntomas de esta síndrome son los siguientes: grandiosidad; fantasías de poder y atractivo personal; autopercepción de ser único; necesita admiración constante de otros; exagerado sentido de privilegios adquiridos; explotación de otros para beneficio personal; intensa envidia de los demás y comportamiento pomposo y arrogante. Su proceder en ese momento, que se hizo aún más evidente desde que se convirtió en presidente, sólo confirmó esta hipótesis.

Más recientemente, sin embargo, John D. Garner, un psicoterapeuta que supervisa a los residentes psiquiátricos en la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins, dio un paso más allá y afirmó que Trump tiene «narcisismo maligno», que es una etapa más avanzada del trastorno narcisista de la personalidad y es incurable. «Hemos observado bastante el comportamiento público de Donald Trump así que podemos hacer sin duda este diagnóstico», dice Garner.

Sin embargo, no todo el mundo está de acuerdo con esta suposición. Chuck Fleishmann, el representante Republicano por Tennessee,  afirma que Trump es «apasionado» y se “hace oir” en su manera de abordar la presidencia. Según Fleishmann, «Muchos políticos tradicionales son elegidos por un conjunto determinado de valores y de retórica y luego, al llegar al poder, se transforman en algo diferente». Este no es el caso de Trump, concluye Fleishmann.

En los Estados Unidos los psiquiatras generalmente no analizan a las personalidades públicas. Durante la carrera por la presidencia de 1964, la revista Fact publicó un número especial titulado «El inconsciente de un conservador: un tema especial en la mente de Barry Goldwater». El artículo llevó a la Asociación Americana de Psiquiatría a emitir lo que llamó «La Regla Goldwater” que dice: «No es ético para un psiquiatra ofrecer una opinión profesional a menos que se haya llevado a cabo un examen del paciente.»

Aunque muchos psicólogos y psiquiatras aceptan que su trabajo nunca podría realizarse sin un contacto directo con el sujeto de su análisis, hay suficientes manifestaciones de la personalidad y del carácter público de Trump como para permitir su caracterización psicológica. Los rasgos de su personalidad son una profunda preocupación no solo a nivel nacional sino mundial.

A este respecto, se podría decir que las características psicológicas de Trump son consistentes con una persona con un trastorno antisocial de la personalidad (ASPD), que se caracteriza por un patrón de desprecio o violación de los derechos de los demás. También es evidente en este trastorno una historia de problemas legales y de conducta impulsiva y agresiva.

Las personas con este trastorno generalmente no tienen escrúpulos en explotar a otros en formas perjudiciales para su propio beneficio y placer. Con frecuencia manipulan y engañan a otras personas a través de una fachada de ingenio y encanto superficial, o incluso a través de la intimidación y la violencia.

Lo que hace que este trastorno sea particularmente peligroso es que, entre sus otras características, quienes lo tienen son a menudo imprudentes e impulsivos y no consideran las consecuencias de sus acciones. Además, son a menudo agresivos y manifiestan un temperamento desordenado, atacando con violencia lo que perciben como una provocación.

Robert Caro, prestigioso biógrafo del presidente Lyndon Johnson, dijo: «Aunque el cliché dice que el poder siempre corrompe, lo que rara vez se dice es que el poder siempre revela.» Cualquiera que haya observado las acciones del presidente Trump desde que asumió la presidencia no puede dejar de notar sus decisiones cada vez más impulsivas, su notable frustración por no recibir el apoyo que esperaba y la dificultad en admitir que se equivocó o disculparse al dañar a otros.

Lo que tenemos es una situación en la que la persona más poderosa del mundo presenta características de personalidad que pueden representar un grave daño para la paz mundial. La medida en que estas características nocivas puedan ser controladas puede decidir el futuro del mundo.

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