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Helena-Carpio

Los retornos que alejan

Mis abuelos maternos eran inmigrantes. De esos viajeros de generaciones pasadas, diferentes al inmigrante de hoy. A lo que soy. Porque aunque ellos llegaron a Sur América huyendo de la Segunda Guerra Mundial, sus raíces familiares podían rastrearse por siglos dentro de una tierra. Emanaban del mismo árbol que tenía cientos de años creciendo en el mismo lugar. Las probabilidades de mudanzas a tierras lejanas eran inexistentes por falta de aviones, carros o trenes. Uno moría en la misma cama donde nació.

El hogar, era un lugar físico y la nacionalidad, un término absoluto. Hoy las fronteras se han diluido para los que buscan nuevos horizontes. La globalización ha transformado el hogar y la manera en la que trazamos nuestra identidad.  Cada estampa en el pasaporte cambia quiénes somos y a qué pertenecemos.

Aunque cada uno ha inmigrado por razones diferentes, viajar y mutar de domicilio, nos ha inducido ciertas lecciones. Hemos aprendido a pertenecer a los remanentes de un pasado y a sus fotografías, a usar los álbumes de fotos como diccionarios, donde buscamos definiciones de lo que hemos sido. A afincar nuestro acento cuando lo descubrimos en boca de otro. A encontrar la nacionalidad en un plato de comida. Hemos adquirido la habilidad de empacar toda una vida, dentro de una maleta que pesa menos de 23 kilos – a considerar el hogar, portátil.

También hemos aprendido a cambiar los planes y sus pasajes, a estirar las fechas. A que los “regresos” se conviertan en “visitas” que cada día son más escasas.

Entonces, mientras practicamos caminar con un pie en nuestro país y otro en el extranjero, ocasionalmente perdemos el balance. Porque gran parte del hogar, está en otro lado. Está donde la familia se desborda. Sentimos dolor en el vacío, y las ausencias familiares se convierten en deudas con el tiempo. Descubrimos que nos hace falta pertenecer profundamente a un presente; ser inmigrante es por definición un estado transitorio.

Después de vivir afuera, los pretéritos dejan de ser tu único sitio. Ahora tu pasaporte Latinoamericano se siente liviano, como si otras cosas compartieran su peso. Como si la identidad hubiese cambiado de talla.

El tiempo subraya las diferencias. Cada vez que vuelvo siento las calles mas ajenas, no me identifico de la misma forma. A veces los retornos alejan. Regresar a casa, es vernos cambiados. Como decía Proust, “el verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos caminos, sino en tener nuevos ojos.”

Viviendo afuera entendemos que el hogar, la casa, no es dónde naces, sino donde aprendes a ser tu mismo.

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