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Andres Correa

Rescatando al soldado Nobel

Al asomarse el otoño boreal comienza la cuenta regresiva para los premios Nobel, que se anuncian fraccionados a principios de octubre, alegrando y arruinando desayunos o almuerzos, según el huso horario. El protocolo deja para el final los rubros que suelen ser los más polémicos, como es común en las llamadas ciencias humanísticas o no exactas.

Ningún premio debería ser determinante, pero cuando se presenta como parangón de la excelencia aséptica gluten-free, pasa a ser patrimonio y referencia de la humanidad.

El año pasado la botaron del parque. Fue uno de los más controversiales, con esas decisiones bataclánicas que llevaron al olimpo al cantante Bob Dylan (y su comercial de Victoria’s Secret) y Juan Manuel Santos («Chávez es mi nuevo mejor amigo»). Honraron sus cuestionadas experticias en literatura y justicia, al mismo desnivel de Barack Obama, ganador en 2009 cuando llevaba sólo 12 días en el poder (el plazo para las postulaciones se cierra en febrero); Kissinger, Arafat o el científico Harald zur Hausen.

En contraste, también pueden hacer un buen trabajo. En julio pasado murió el Nobel de la Paz 2010, Liu Xiaobo, luego de que el gobierno chino le impidiera recibir asistencia médica independiente para el cáncer. Estuvo once años preso por «subversión» y obviamente no le dejaron viajar a recibir el galardón en Noruega. Por ley, Hitler también prohibió a los alemanes aceptar el Nobel en cualquiera categoría, si bien presumía su raza «superior».

¿Cómo y a quién premiar hoy? ¿Les conviene ir a lo obvio, con Ángela Merkel, salvadora de refugiados y la Unión Europea; buscar absolución ante el Papa, u optar por instituciones o héroes anónimos, incluso menores de edad como Malala Yousafzai en 2014?

¿Qué mensaje enviar? Y, quizá más importante, ¿hay quien escuche? Tal como vamos, nadando en merengadas de frivolidad e injusticia, con un Putin cada vez más osado y un planeta incapaz de seguirle el trote, es poco probable que Estados Unidos enjuicie a su presidente por la intromisión de otro país en su elección. En Watergate la causa era interna, ésta vez sería importada.

Periódicos, agencias de inteligencia y hasta Facebook han confirmado que Rusia interfirió en los comicios el año pasado, pero para el Congreso en Washington sería aceptar una humillante vulnerabilidad que ni demócratas ni republicanos parecen dispuestos a encarar. De suceder, semejante huracán ético bien podría dividir la historia del país, si Corea del Norte o Irán no se les adelantan.

De nuevo, la «suerte» le sonríe a los Trump, cuyo apellido se ha convertido en una franquicia omnipresente en las grandes ciudades del planeta, sea la Casa Blanca, rascacielos, hotel, marca de ropa, tacones, franquicias de TV o campos de golf. Y con una prole joven, rubia y ambiciosa, dispuesta a prolongarse y reinar hasta el final de los días, dándose hasta el lujo de evadir impuestos.

En un mundo así, hasta Santos podría terminar con otro Nobel como Marie Curie, pues uno sólo no parece suficiente para sus «logros». El segundo podría ser de literatura, en honor a su manejo de la ficción que está llevando a las FARC a evolucionar de narco guerrilla terrorista a narco partido político, justo cuando sus colegas peruanos de Sendero Luminoso comienzan a salir de la cárcel. ¿Y de la «cacería internacional» de Joseph R. Kony alguien se acuerda? El plazo era 2012…

En ese aquelarre de impunidad a diestra y sobre todo siniestra, tampoco faltaría quien postule al Nobel -si es que ya no se ha hecho- a la propia Ivanka Trump, antes de que se convierta en la primera mujer electa presidente de Estados Unidos, cargo que ya ejerce parcialmente.

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