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esteban ierardo

René Girard y una explicación de la violencia 

Hoy la luz de la tarde sobre Buenos Aires es brillante. A pesar de lo diáfano del día, pienso en lo contrario de la trasparencia: lo oscuro de la violencia; y recuerdo un intento de entender su sentido.

La explicación de la violencia fue un estímulo constante en el pensamiento de René Girard (1925-2015). Girard, autor de obras como El chivo expiatorio (1982); La violencia y lo sagrado (1972); Shakespeare: los fuegos de la envidia (1990); Literatura, mímesis y antropología (1984). Girard se graduó en filosofía e historia. Docente en la universidad Duke, Johns Hopkins, Stanford, y miembro de la Academia francesa desde 2005.

Al sondear en los orígenes de la civilización, para Girard emergen tres cuestiones fundamentales: toda sociedad se funda en la violencia; la base de toda cultura es el rito religioso; la revelación cristiana, no como creencia religiosa en sí misma, sino como innovación ética, sustituye la violencia por el amor.

Los métodos etnológicos nos dicen que un antropólogo occidental puede comprender una cultura distinta a través del estudio de sus costumbres, ritos, símbolos. Este tipo de comprensión supone un observador externo. La posición de un Lévi-Strauss, por ejemplo, abocado al estudio de tribus amazónicas en Brasil (1). Pero Girard cree lo contrario: desde una arqueología de nuestros propios textos relevantes, los Evangelios, Proust, Shakespeare, Freud, un observador interno puede ensayar una compresión de la propia cultura.

En 1961, Girard publicó Mentira romántica y verdad novelesca. Aquí postula que la violencia gravita como acto fundacional de lo social. Para el francés la fricción violenta nace de lo que denomina “deseo mimético”. Como en Freud, el deseo es la llave maestra de todas las cerraduras. No deseamos lo que es bueno sino lo que desea el otro; imito su deseo (mímesis), eso genera violencia entre aquellos que desean lo mismo; competencia de los deseos. La literatura puede dar muchos ejemplos: en la novela de Cervantes, el Quijote lo es por la imitación del heroico caballero medieval Amadís de Gaula; pero en la sociedad de consumo muchos desean lo mismo, desean aquello que adquiere mayor visibilidad en el mundo en línea (este nuevo auto, este celular, este destino turístico, o lo que sea).

En potencia el deseo mimético amenaza con la destrucción del tejido social. La tragedia griega es ilustre ejemplo: la Guerra de Troya estalló porque Paris (hijo de Príamo, rey de Troya) y Menelao (rey de Esparta) deseaban la misma mujer: la bella Helena. Pero toda sociedad debe encauzar el deseo mimético y su ínsita violencia. La energía violenta se disipa a través del sacrificio de un inocente: el chivo expiatorio. Por ejemplo, sobre este respecto en su libro de conversaciones Los orígenes de la cultura (2000), Girard manifiesta:

“…El asesinato del chivo expiatorio pone punto final a la crisis, por el hecho mismo de ser unánime. El mecanismo del chivo expiatorio canaliza la violencia colectiva contra un solo miembro de la comunidad elegido de forma arbitraria, y esta víctima se convierte en el enemigo de la comunidad entera, que queda, a la postre, reconciliada”.

En las tragedias griegas el conflicto mimético se salda mediante sendos sacrificios. Prometeo, Edipo, Ifigenia, Antígona. El pensador aquí subraya la importancia de un “linchamiento original” que conduce al acto sacrificial, en el que es esencial que se niegue la inocencia de la víctima, y que esta sea elegida mediante señales arbitrarias. El elegido exhibe alguna característica peculiar: es tuerto o rengo, pelirrojo, o especialmente inteligente. En el chamanismo, los elegidos para la iniciación en una sabiduría secreta también están arropados en signos diferenciadores que los apartan del hombre común. La condición de chivo expiatorio recae así sobre el diferente. Su sacrificio evacua tensiones, dirime positivamente energías, solidifica el fundamento social.

Rousseau proponía como acto fundador de lo social el contrato social. De forma pareja, Thomas Hobbes y John Locke postulaban un contrato, original y ficcional, como paso del estado de naturaleza a la sociedad civil y el Estado. Para Aristóteles, el origen de lo social late en la imitación del impulso gregario de asociación en la naturaleza; para Castoriadis, lo social es acto de “institución imaginaria”. Pero Girard propone que Shakespeare fue quien vio con más lucidez la génesis social. En su tragedia Julio César (1599) comprende lo que se dirime en los discursos de Marco Antonio y Bruto ante el cadáver de César. En la antigua Roma, tras el derrumbe de la república, la nueva sociedad imperial emerge tras el asesinato sacrificial de Julio César. Siempre hay un sacrificio en el origen que, con el paso del tiempo, se convierte en un rito mediante una maniobra sacerdotal.

Las religiones repiten el acto fundador sacrificial para regenerar la unidad social. En la explicación de los mitos, para Evémero de Mesene (siglo IV a.c.), responsable del llamado evemerismo, cada mito esconde un hecho real en su origen; por ejemplo, el asesinato de un rey que, al ser olvidado, es divinizado. La posición de Girard continúa estos pasos. Detrás de los mitos se agazapa siempre algo realmente acontecido. El mito es entonces una “mentira necesaria” que oculta la violencia original.

El chivo expiatorio no es solo individual, también es colectivo. En la edad media, la peste negra destruyó millones de vidas, en una explosión virósica letal que fue interpretada como un castigo divino. Frente a la gran tensión, muchos judíos fueron quemados luego de ser indicados falsamente como los responsables de la gran pandemia. La peste pasó y la sociedad medieval se repuso. En un antecedente atroz de lo que luego vendría, el pueblo judío ya era convertido en chivo expiatorio.

Los reyes son también posibles víctimas del sacrificio para la descompresión. Ya dentro de la tormenta de la Revolución Francesa, el caso de Luis XVI y María Antonieta; Carlos I en la Inglaterra de Oliver Cromwell; o Nicolás II, el último zar de los Románov en el decurso del terremoto bolchevique. En los orígenes míticos, el rey muchas veces también era sacrificado; pero en la investigación de multitud de textos como virtuales documentos antropológicos, el Nuevo Testamento es la piedra angular de la teoría mimética de Girard.

En una primera capa de análisis, desde un perfil escéptico y crítico, la religión es desmontada como entramado de intereses terrenales y como construcción del poder sacerdotal mediante la manipulación del miedo de los creyentes. Pero para el pensador galo, la religión cristiana, en este caso, es lo que permite validar una comprensión “científica” de la gestación de la cultura occidental. Jesucristo es un claro chivo expiatorio, figura sacrificial suprema. Pero diferente a las otras figuras con este mismo rol. Porque es la víctima inocente que se da a sí misma.

En la Sagrada Escritura, el sacrificio ya no se oculta, es narrado en detalle. Y aquí todo se invierte porque el Cristo que es inocente, que está del lado de los débiles, y que se propone a sí mismo para el sacrificio, ya no es vehículo del deseo de lo que desean los otros, el proceso que genera enfrentamiento y violencia. El otro aspecto de la diferencia de Cristo el salvador es que el amor es su móvil. En esta inversión se transmite el mensaje de que el amar es posible.

Sócrates ya había hecho esto: darse como víctima, aunque se supiera inocente luego de la injusta sentencia del Areópago en su contra. Pero es una figura humana en un momento histórico determinado. En el caso de Jesús, para la creencia cristiana, es el Hijo de Dios, y Dios él mismo según la doctrina de la Trinidad sentada en el Concilio de Nicea, en 325 d.c.

Entonces, luego de que un Dios se ha sacrificado, ¿qué otro sacrificio posterior podría igualársele? El proceso particular de auto sacrificio de Cristo disuelve el propio mecanismo sacrificial. Cristo se sacrifica, pero es reconocido como inocente. La lógica del chivo expiatorio así colapsa. La crucifixión invalida la repetición humana de todo sacrificio que ya se revela solo como violencia regresiva. Esa sería la revelación cristiana, no la de la mera creencia, sino la de un proceso ético racional subyacente.

Pero el aspecto racional oculto en la revelación cristiana no derribó la flecha violenta de la historia en la que los culpables se creen inocentes. Girard piensa en el contexto de la Guerra Fría, bajo la amenaza de los misiles nucleares como medio posible de destrucción masiva. Situación que elevó a un máximo las tensiones (2). Pero en este nuevo horizonte histórico, la violencia sacrificial ya no puede oficiar como medio real y simbólico de liberación de tensión y de recomposición de cohesión.

La explicación de Girard, como muchas otras, es seductora porque por una sola idea maestra pretende explicar el fundamento social en sus orígenes; pero, por esto mismo, cae en la tentación reduccionista. La violencia no es solo lo que se provoca porque los otros desean lo mismo. En muchos casos pueblos invadidos han deseado su libertad, lo contrario al deseo de los invasores en su bélica expansión imperial. Muchos grandes creadores y libres pensadores lo han sido justamente por desear algo distinto a lo que los otros desean (3).

Sin embargo, esta posible objeción no desluce un largo esfuerzo intelectual de décadas para, con disciplina y lentos avances, crear una doctrina que intenta comprender la dimensión simbólica de la violencia.

Y al avanzar por la calle en la que recordé a Girard y su teoría, advierto que la luz radiante del día no se debilita todavía; y tampoco decrece lo violento, con sus muchas causas, que emerge entre los cuerpos, las mentes y las palabras en constante tensión.


Citas:  

(1) Ver en sentido la obra de Lévi-Strauss Tristes Trópicos, de 1955, un viaje novelado con sus experiencias etnográficas entre 1935 y 1939 en Brasil.

(2) Trasladados al tiempo contemporáneo, y luego de la posguerra, en el ataque contra las Torres Gemelas en New York y el Pentágona en Washington  en 2001, el móvil de los terroristas que lanzaron los aviones en colisión mortal sería para muchos el odio y el deseo contrario y distinto a lo deseado por Occidente pero, para Girard, el acto terrorista oculta el deseo de lo deseado por el otro enemigo: transmitir una imagen de poder.

(3) No son pocas las críticas a la pretensión de explicación única de la teoría mimética de Girard. Por ejemplo: el crítico literario René Pommier, observa: “René Girard está persuadido de que él, y sólo él, gracias a la teoría mimética puede explicar todo aquello que es humano, tanto las conductas individuales como las conductas colectivas, la historia de los individuos, como las de los pueblos, las instituciones, las artes y las religiones”, R. Pommier, René Girard. Un allumé qui se prend pour un phare, París, Kimé.  Se ha destacado también el carácter no falsable de la teoría de Girard desde los parámetros de la epistemología de Popper, y que Girard pareciera comprimir la complejidad y misterio religioso a todo lo relacionado con el chivo expiatorio.  

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