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Laura Fernando Navarro

Remedios Varo y la magia de los mundos invisibles

Hay hechiceras, mujeres pájaros, chamanas, mujeres transparentes, mujeres de otros mundos, en burbujas, en máquinas fantásticas. Esas son las mujeres que pinta Remedios Varo, alejadas del estereotipo convencional para la época, la mujer de las tareas domésticas o la mujer en el trabajo. La mujer que busca en su interioridad, un espacio que le ha sido vedado, un espacio donde es libre y puede irradiar su energía creadora.

Remedios Varo (Anglès, Girona, 1908 – Ciudad de México, 1963) fue formada en la vanguardia del surrealismo, cuyos principios del automatismo deja atrás posteriormente hacia una expresión de mundos interiores fantásticos y oníricos. Abandona España, su patria de nacimiento, y se exilia en México en 1941 durante la guerra civil. Vive allí y despliega su obra hasta el final de sus días. Fue amiga de la artista Leonora Carrington, también radicada en México, con quien compartía el cultivo de las ciencias de lo oculto, el mundo metafísico.

Estas mujeres que parecen vivir en otros mundos, en otro tiempo, en lo profundo del inconsciente, o de los sueños, mujeres etéreas, que pueden flotar, desplazarse suavemente en ríos oníricos, mujeres de mundos intemporales. El tiempo se superpone en imágenes anacrónicas, donde concurren personajes arcaicos, medievales. Octavio Paz decía que Remedios Varo no inventaba, sino que recordaba; su obra está hecha del tejido de la memoria, de la propia memoria infantil, y de la universal que llega en forma de escenarios de otras épocas, de arquetipos de ese inconsciente universal que atraviesa todas las culturas, y del que Remedios Varo se nutre.

Así, la mujer es creadora, y en La Creación de los pájaros (1957), una mujer lechuza con un instrumento mágico, da vida a pájaros que dibuja con un pincel conectado sutilmente a huevos y retortas de la alquimia. Pero, lo que da vida aquí es la música, no solo la luz que proviene de la luna, la música de un violín de tres cuerdas que cuelga de su corazón. La música crea, como la música de las esferas. Es música de lo inconsciente, de la naturaleza, como en Música solar de 1955; un personaje toca las cuerdas de un violín invisible en un rayo de luz y da vida sobre el páramo, crea vida a partir de la música y surgen flores y pájaros. Igual que en su autorretrato Armonía (1956), ella toca las cuerdas de un pentagrama hecho de hilos de metal, la música es otra vez creación, y Remedios, de forma oculta, a través de saberes herméticos, maneja las cuerdas del mundo. Es extraño que este autorretrato haya sido subastado en Sotheby’s por varios millones de dólares, un mundo tan alejado de lo invisible donde habitaba Remedios, la pintora hechicera, creadora de mundos no menos reales, regidos no por la lógica, sino por lo surreal. Ese mundo interior que se proyecta en su obra, mundos más verdaderos que en los que reina el fetiche de la mercancía.

Los personajes que pueden ser masculinos también lucen rasgos femeninos, seres andróginos, liberados de toda clasificación posible, en un espacio mágico donde la artista es la visionaria, es la que presiente esa llamada de lo otro como la obra que lleva el mismo nombre donde un ser envuelto en fuego, fuego del éxtasis místico, atraviesa una habitación observada por los muros que parecen cobrar vida. El fuego que lo envuelve contrasta con los colores oscuros de la habitación, llamado de las fuerzas ocultas, a dejar lo conocido, hacia otro espacio donde por medio de la creación somos más libres.

La artista incursionaba en lo oculto, en los saberes mágicos, lo cosmogónico, lo astral, donde hay una salida hacia otros estados de conciencia, que se expresan, por ejemplo, en obras como Papilla estelar (1958): una mujer suspendida en un frágil habitáculo en el espacio, alimenta la luna en una jaula con la luz de las estrellas. Los astros como energía invisible dadora de vida, y la luna como principio femenino, energía que libera de la opresión.

Lo zodiacal presente en la obra de Varo da lugar a la creación del mundo en Microcosmos (1959), donde los signos representados en vasijas que flotan, crean de forma mágica el mundo, lo siguen creando cada vez que vemos la obra.

Otra obra inquietante que da cuenta del universo de Remedios Varo es Mimetismo (1960). Aquí se ve una mujer cuya cara reproduce el tapiz desde la silla donde parece estar desde hace mucho tiempo. Un gato se asoma por un agujero y la observa. La mímesis, la unidad cósmica, lo que subyace en lo aparente de eso que llamamos realidad.

Los gatos ya sea el gato que se asoma por el agujero en la obra anterior, son una constante mágica como en Paraíso de los gatos (1955), donde hay ecos de Hyeronimus Bosch; y en otra obra los gatos son helechos (Gato helecho, 1957), se mimetizan con lo vegetal. Otra vez esa unidad de los reinos, de lo cósmico. El gato como criatura mágica aparece también en Simpatía (la rabia del gato) de 1955; a través de un gato electrizado, crispado, se revelan haces transparentes que muestran la unión de los seres y las cosas, la energía del animal mágico proyectada en el aire. En numerosas obras aparecen sus gatos chamánicos, y hay fotos de Remedios con su gato negro.

Su última obra es Naturaleza muerta resucitando de 1963, año de su temprana muerte. Sobre una mesa redonda se pueden ver frutas y vegetales flotando, recorriendo orbitas como de planetas. La materia espiritualizada que pierde peso. El peso de la existencia entre dos mundos que Remedios habitó, el mundo mágico no menos real que el sujeto a la convención, a la vida repetitiva y opresiva, donde como mujer pudo ser.


Nota:

(1) https://www.wikiart.org/es/remedios-varo , link en el que se puede visitar imágenes de su obra que figuran en este artículo.

 

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