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El reloj de Treblinka (Parte III)

Lea: El reloj de Treblinka (Parte I) y  El reloj de Treblinka (Parte II)


En Treblinka, Jean-François Steiner, fundado en el testimonio de unos pocos sobrevivientes del campo de exterminio, ficcionaliza el proceso por medio del cual el subteniente de la SS Kurt Franz (apodado Lalka, es decir, la muñeca) ideó el falso andén y su reloj. Conviene repasar el texto para entender cómo funciona el tiempo totalitario:

«Luego de unos días de reflexión, Lalka concibió la idea de transformar la explanada donde llegaban los convoyes con judíos en una falsa estación. La tierra había sido nivelada a la altura de las puertas del tren para simular un andén ferroviario. En las paredes de las barracas, frente a los vagones, habían sido pintadas sobre tablas puertas y ventanas en agradables colores. Estas habían sido decoradas con alegres cortinas y persianas verdes. Cada puerta tenía un letrero estampado: Jefe de Estación, Sanitarios, Enfermería (con su cruz roja). Lalka se preocupó por cada detalle al punto de mandar que pintaran dos puertas que decían Primera Clase y Segunda Clase. La taquilla de boletos exhibía un letrero donde se podía leer Cerrado. Era una pequeña obra maestra, con una repisa en falsa perspectiva y una rejilla pintada barrote a barrote. En la siguiente ventanilla, una larga pizarra anunciaba las horas de partida hacia Varsovia, Bialystok, Wolkowice, etc. Lalka también se aseguró de que hubiera flores.

Cuando estuvo acabado, Lalka fue a supervisar. Las ventanas eran más que reales. A diez metros de distancia no era posible notar el engaño. Pero Lalka sentía que faltaba algo. Pasó toda la mañana pensativo. Finalmente lo descubrió mientras tomaba café.

– ¡El reloj! –exclamó dándose una palmada en la frente–. ¡Claro, era eso! Una estación sin reloj no es una estación.

Frente a sus compañeros estupefactos ordenó traer a los carpinteros y les explicó lo que quería: una esfera con sus agujas pintada sobre un cilindro de 28 pulgadas de diámetro y 8 de espesor. Cuando se disponía a despedir a los carpinteros, uno preguntó:

– ¿Y qué hora será en Treblinka? –Lalka no comprendió y el carpintero se explicó:

– ¿Qué hora señalarán las manecillas? –Sorprendido, Lalka miró pensativo su reloj.

– A las tres en punto de la tarde –dijo.

El subteniente de la SS Kurt Franz, apodado La Muñeca, acababa de detener el tiempo en Treblinka».

El relato de Steiner calificaría como un macabro ejemplo de deus ex machina. El dios Lalka con su índice ordena en Treblinka la sujeción del tiempo a sus designios. El subteniente de la SS es el artífice de una obra de arte que interpela todo el arte occidental desde Pericles. Quizás sea oportuno decir que el jefe de Lalka en Treblinka, el capitán Franz Stangl, fue profesor de música durante su juventud. A Stangl no le asiste la disculpa del bárbaro iletrado. El celo que exhibe en la construcción del falso andén es el mismo con el que ajustició a un millón de judíos durante su regencia de dos campos de exterminio. Treblinka, hay que decirlo, fue el súmmum de una estética de la muerte subsidiada por el nazismo y verificable en el apodo de Stangl, La Muerte Blanca.

En el episodio narrado por Steiner están también las claves para desmontar el tiempo totalitario. Lalka es un hombre solitario, como todos los autócratas. Esta condición hace creer que los personalismos totalitarios se yerguen sobre la unicidad del líder. Los totalitarismos no se sostienen sobre un hombre, lo hacen sobre un sistema de administración del terror. Los pies de barro del gigante tienen un nombre: miedo.

Lalka ordena hasta el mínimo detalle la construcción de aquel sucedáneo de andén. Sus compañeros asisten estupefactos y los carpinteros ejecutan pulcramente. En todo el relato no hay una sola impostura. El andamiaje del terror está bien ensamblado. Solo será cuestión de tiempo para dar con el tornillo flojo, y los judíos lo lograron.

Treblinka fue el único campo de exterminio destruido por una revuelta. Aquella mentira pintada sobre tablas no bastó para contener la verdad. El tiempo perfecto de Lalka tenía un defecto: su eternidad negaba por igual el futuro a víctimas y victimarios. Una parte importante de los sobrevivientes de Treblinka le deben su vida a aquel alzamiento. Fueron pocos. Todos juntos apenas alcanzarían a llenar un salón de clases en Oxford, pero sus testimonios han sido una cátedra contra la insolencia y la mentira de los bárbaros.

Sorprende del relato de Steiner el conformismo con que todos aceptan aquella falsificación de la realidad. Los engranajes del terror totalitario siempre consiguen mover el resto de la maquinaria. Para ello resulta esencial la creación de un sucedáneo de la realidad. Las dictaduras siempre funcionan en un mundo alterno. La sistematicidad con que los tiranos maquillan su perversidad termina polarizando la sociedad en una esquizofrenia ideológica. Ante ello, se supone que siglos de estudio acumulado en el personal profesional de organismos como la ONU debían bastar para desentrañar el artificio, pero no. Ellos también están alelados escuchando a Lalka. La estética de Treblinka aún tiene súbditos.

¿Qué esperanza puede quedar cuando vivimos en el mundo alterno de la dictadura, con nuestro reloj detenido a las tres? Nos queda la implicación humana. A menudo solo reparamos en la implicación degradante porque es la que más nos duele. Hay, no obstante, una implicación reconstituyente de la condición humana. Cuando alguien lucha por la libertad en otra latitud, la humanidad de todos los hacedores de libertad se acrecienta. Es un patrimonio latente de humanidad.

Cuando aquellos pocos judíos de Treblinka se rebelaron contra el horror nazi, dejaron escrito con su muerte un mensaje claro: la dignidad humana no muere con la muerte. Lo sabían ellos. Lo supieron antes los esclavos que siguieron a Espartaco en su rebelión contra el Imperio Romano.

¿Lo saben los tiranos? No. Ellos lo temen. Los dictadores siempre temen el erario de la dignidad humana. Y también temen saber que la obra maestra del subteniente Kurt Franz la borró el tiempo, sin el beneficio de una fotografía.

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