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Los Próceres, Los Caobos o la Torre la Previsora… la Ciudad Universitaria, por supuesto, en cualquiera de sus recodos… Torre Cristal, el Obelisco de Altamira, la bola de Soto en la autopista, ahora con todas sus varas repuestas… incluso alguna callejuela del Petare colonial con el rancherío multicolor atrás, llegando hasta Plaza Caracas, con el CNE en el fondo y las Torres del Silencio… como si fuera posible que ese fondo aunque fuera de foco, no nos conectara de forma involuntaria e inevitable, con el fraude que mantiene el hambre y la mafia en el poder. Pero todo se ve tan bello, bajo el cobalto de nuestro cielo, el personaje sonreído en primer plano, brazos abiertos, mostrando el afecto feliz por el entorno inmejorable… ¿es para reír o llorar?

Y no es solo Caracas, también las calles coloniales de Carora, o los sauces llorones como telón de fondo, en Mérida, algún Simón Bolívar a caballo entre frondosos apamates, comiendo raspado con lentes oscuros en Maracaibo o pegando salticos con la Basílica de la Chinita en perspectiva, según sea el pueblo de origen… ¿en qué quedamos, somos felices?

Durante semanas, esas secuencias de fotos que muestran un país hermoso, de flora tropical exuberante, cielo azul inquebrantable, espléndida arquitectura, y gente contenta, me han llamado la atención por no decir que me han producido una oscura incomodidad. ¿De qué se trata tanta celebración fotográfica de “mi país está feliz”? ¿Cuál puede ser la intención de la gente que se toma fotos empeñada en el posteo de un país que luce contento y en paz, donde no pasa nada malo, donde todo el mundo tiene chance? Si todo el mundo sabe que no es verdad…

No me atrevía a juzgar, pero con cada foto se me acumulaba el desconcierto. Sobre todo, porque cada día aparecían más fotos del mismo tipo, aunque de gente diversa, conocidos y no tan conocidos, conocido sí el país que compartimos en la manera de ser.

Esta mañana por fin entendí. Y sentí que algo se me secaba adentro, de un golpe. Esas son fotos de despedida. Esas fotos no celebran sino… ¿niegan?… Me niego a que me quiten lo que amo y me constituye. Me niego a recordar lo feo. Me niego a que mi Venezuela tenga el aspecto de la tragedia. Me niego a que me quiten el país, aunque me vaya.

Esas fotos, días antes de la partida… también afirman. Esta soy yo, aquí nací, crecí, aquí me hice y esto es mío y no me lo pueden robar. Este es mi país mío de siempre, que quiero, aunque lo quieran transformar en otro que no reconozco. Esta es la persona que soy, aunque me tenga que ir a ensayar alguna otra manera de ser y estar en un lugar extraño.

Se trata de un fenómeno sentimental que está adquiriendo dimensiones de tendencia, porque no son pocos los que cada día emigran de Venezuela. No son pocos los que se toman la foto en algún lugar emblemático y luego otra y otra foto, para postearlas hasta el día en que la foto es en otro lugar. Que es cuando los amigos enterados desean lo mejor, y los sorprendidos, los menos íntimos, preguntan si te fuiste para quedarte con estupor… emoticón triste… adiós.

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