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Regalo de cumpleaños

¿Qué nos está faltando, que nos hemos vuelto tan insaciables? Nuestra vida convertida en circo, saltimbanquis equilibristas, león y domador, espectadores payasos, de la oficina a la casa, de la casa al mostrador, sin novio o con amiga, sin esposo o con los hijos, con los teléfonos siempre listos como las pistolas de los cowboys, siempre al minuto, enterados, con la terrible sensación de que a pesar de todos los esfuerzos, segurito que nos estamos perdiendo de algo.

En competencia con todos, que es lo mismo que con nadie, que es como competir sin chance de ganar. Es tanto el ruido afuera que es imposible escuchar otras voces, las que van por dentro. Ciegos, necesitamos que nos guíen, ¿qué me pongo con qué?: todo está de moda; ¿cómo me corto el pelo?: se usa largo pero también corto, natural pero pintado; ¿qué música escucho? ¿tecno, ska, pop, tuki, reggaeton…? opciones de a millones, con sólo deslizar el dedo, sin comprar el disco, tú pídeselo a spotify, folklore o medioevo, también te lo da…

Pues estaba yo inocentemente queriendo comprarme unos zapatos de goma. Algo que puede sonar tan simple, se volvió tarea imposible, zaga de cruzada. Y no estoy en Caracas, no es culpa del gobierno y el cercenamiento económico que nos azota. No pude comprármelos no porque no habían, sino por todo lo contrario. Confieso que consciente de los días de aciaga escasez que sufre mi país, me arroba una cierta dolencia, de origen cristiano tal vez, el confesar lo afortunada que soy al tener tantas opciones a la disposición. Una vez confesada, superada, pues no es de eso sobre lo que versan estas líneas.

El asunto es que no pude escoger entre tantos y tantos modelos de zapatos de goma, todos los imaginables, porque me confundí. Llegó un momento en que me sentí perdida, desconocida de mí misma, ya no sabía lo que estaba buscando, ¡no sabía lo que me gustaba! Una creciente ansiedad me hizo desistir en la empresa, que abarcó unas cuantas tiendas y otras tantas páginas web, debo decir, cuando empecé a percibir los ligeros cambios en el grosor de la línea lateral entre uno y otro modelo de apariencia muy similar; o la cantidad de croma en el azul de la parte de atrás, y… ¿el logo en este modelo es mas pequeño o es impresión mía?… el grosor o el color de la goma, o la trenza es distinta, me gusta esta combinación pero si el naranja fuera mas claro, o menos chillón el verde… Ya no sabía si eran todos demasiado parecidos o definitivamente distintos. No sabía si seguir creyendo que habría algún modelo que me devolvería la seguridad de que tengo un cierto gusto particular y unas preferencias. ¿Ah, es que hay unos más anchos que otros? ¿Y si chequeamos Adidas o New Balance? Mi hija, -que le quiere regalar un par de sneakers a su mamá de cumpleaños-, me conducía como cualquier baquiana de esta generación que se expresa a través de los sneakers que usan, en conocimiento de una suerte de código no dicho que los agrupa. Todo sirve a la hora de sentir que perteneces.

Sin embargo, antes de escoger, no pude más. No pude comprender el lenguaje, el sistema que organiza y explica las distintas colecciones de New Balance, Adidas o Nike… no pude siquiera identificar cuál era cuál, como para tomar una decisión con mínima consciencia. No pude decidir qué color o qué modelo entre miles, ¿cuál es el que me expresa? Emily Dickinson escogió vestirse sólo de blanco…

“La Odisea” del Shakespeare in the Park, del Public Theater en NYC, te la venden con el entusiasmo de que son 95 miembros del Community Ensemble, 22 niños cantores, 17 músicos de la sinfónica juvenil, 16 cantantes de Gospel, 16 FLEXN bailarines de hip-hop, 12 tamborileros marchantes, 11 motociclistas, 6 bailarines de Flamenco, 5 actores sindicalizados, 2 trompetistas y 1 perro “vivo” –aclaran-, sobre la escena, es decir ¡203 ejecutantes! Es decir, se trata de la cantidad… Próxima a estrenarse (4-7 de septiembre), para los que tengan chance.

Por su parte en el Playhouse Theater de Londres, pude presenciar una producción basada en el “1984” de George Orwell, de un amarillismo espeluznante, perfecto, bello, que si bien induce eficientemente a la reflexión acerca de, no sólo cómo estamos viviendo el presente sino de cómo estamos apostando a futuro, adolece de un exceso, -literalmente lo que falta es lo que sobra-, que deja sin palabras. Sin opinión, salimos de la función y hablamos de cualquier otra cosa menos de lo que acabábamos de ver. La iluminación efectista, la exactitud extrema de la puesta, la métrica de los gestos, la falta de economía en la sangre y el dolor de la tortura física… nos dieron demasiado, nos dejaron sin nada.

Debo decir que me encantó esta producción de 1984, lamento no poder ver la Odisea de Nueva York y aún busco mis zapatos de goma asistida de la amorosa paciencia de mi hija.

De nuevo Emily Dickinson, perdonen mi cordura en este mundo loco, “Perdom my sanity in a World insane”, como para volver a tierra, con su poema 33 de “Naturaleza”:

How happy is the little stone
That rambles in the road alone,
And doesn’t care about careers,
And exigencies never fears;
Whose coat of elemental brown
A passing universe put on;
And independent as the sun,
Associates or glows alone,
Fulfilling absolute decree
In casual Simplicity.

Aventuro una traducción:
Qué feliz es la piedrita
Que pasea el camino sola,
Y no se preocupa de carreras,
Y exigencias nunca teme;
Cubierta del marrón elemental
Que el universo que pasa le puso;
Tan independiente como el sol,
Con otros o brilla sola,
Plena de absoluta morada
En casual simplicidad.

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