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Reflexiones sobre la fragilidad del cuerpo

Vivimos en tiempos que estrangulan, hieren y oprimen.

La crueldad de la sociedad en la que vivimos no nació ayer ni hace 10 o 20 años. Es más antigua, fundida con la carne de la civilización. Vivimos en una época particularmente grave donde los contextos bélicos son prolíficos, al igual que las crisis humanitarias y la desnaturalización de las luchas civiles. Estas últimas se defienden de la cuchilla de la ultraderecha, siempre amenazante.

En otro punto importante, en las agendas públicas, está la relación con nuestro cuerpo, que es también la relación con los parámetros políticos y de construcciones sociales. Éstas también implican el género y una biología plástica. Sus conceptos están amenazados por discursos que quieren reducir todo a características humanas innatas que benefician a los más privilegiados.

¿Cómo reflexionar sobre nuestro modo de vida erótico y político? Después de dos Guerras Mundiales y la expansión de las empresas globalizadas, los términos para analizarnos cambiaron. Ahora, un poco contaminados por la esencia del egoísmo, pensamos en el cuerpo como un uno personal; reflexión que no está mal, pero también hay que pensar en el manejo de los cuerpos en un sistema de relaciones sociales colectivas. “Lo personal es político”, y viceversa.

Pese a que hay relaciones satisfactorias, sentimos que nuestros cuerpos son imperfectos cuando estamos con otro ser humano; cuando lo abrazamos, lo besamos o nos entendemos con él a través del sexo. Nos quedan dudas sobre si los movimientos fueron del todo adecuados, si se explotaron todas las sensibilidades que tiene el cuerpo humano, si el deseo, como una construcción personal, sensible e interiorizada, fue complacido y si hubo una conexión real, casi espiritual, con quien pasó la noche o una tarde con nosotros.

Al final, los cuerpos dudan sobre los acercamientos con otros cuerpos, porque la mente detrás de la piel imagina, fantasea e incluso encuadra en una fotografía las imágenes eróticas del encuentro, para disfrutarlas después en los autobuses y caminatas por la ciudad o en los amplios campos verdes.

Estas cosas ya se han dicho por décadas: que la sexualidad es múltiple y que no podemos extraer lo que hacemos en la intimidad de lo que hacemos en la calle.

No podemos negarnos ni ser hipócritas ante la convivencia sexual con otros que se ejecuta en las calles, en los antros, en los bares o en los trabajos de oficina.

Al final, una mirada cruzada engancha y ambos mundos, el privado y el público, se cruzan. Y muchas veces en las relaciones se manifiestan el poder, el machismo, el clasismo y el odio.

Nuestro intento noble recae en librarnos de ellas para querernos con todas nuestras fuerzas. Sin tapujos, sin inhibiciones.   

Vivimos en sociedades en las cuales la definición de los cuerpos está escrita en millones de páginas de Internet y en tratados de izquierda o, y sobre todo, de derecha que hablan de la legitimidad de los cuerpos y de las relaciones humanas.

Sin embargo, ¿son suficientes un par de páginas para desacreditar la existencia de alguien? ¿para analizar la sexualidad de cuerpos ajenos? 

Deberíamos liberarnos de las ataduras que hacen del sexo un campo atravesado por dominaciones y batallas que parecen difíciles de ganar. Nuestro esfuerzo debería estar encaminado hacia una sexualidad que no estuviera enfocada solo en el placer masculino y sin empatía. 

Es un poco como pensaba George Bataille sobre lo cercana que está la sexualidad del concepto del mal. ¿Será este mal la dominación, más que la ruptura de un pecado?

Luchemos por tener una mejor convivencia con nuestras parejas, para desechar los conceptos de dominación y de tabú, en el sexo, en beneficio de un mundo de cuerpos libres y caídas hacia paraísos compartidos con quien amamos, sin temor a separarnos o al prejuicio social.

A veces, por suerte, se logra.

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