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Recordando a Massiani

A Massiani lo conocí por primera vez hace aproximadamente 5 años.

Corrijo, ya lo conocía como la mayoría de los estudiantes que hemos pasado por Educación Básica en este país, gracias a un pensum algo añejado.

Pues sí, conocí a Massiani, personalmente, en una de las primeras visitas que le hiciera para la redacción de un trabajo que estaba realizando para la Revista Ojo, publicación para la que trabajaba en ese momento.

El primer encuentro lo realicé con mi amiga María Alejandra de Ornelas, una especie de fanática literaria que hace tiempo me había expresado su amor por el escritor caraqueño, y por esta misma razón no dudé en invitarla. Tengo que confesar que invitarla siguió una sugerencia que otra persona que había visitado a Massiani me indicó, quien expresó que las cosas se tornarían más sencillas si un rostro femenino se acercaba a su puerta.

Una especie de quid pro quo secreto surgió entre María y yo, quien entusiasmada a un nivel inexplicable se reunió conmigo para visitarlo.

Así conocí a Massiani por primera vez, en persona.

Una casa de la Alta Florida era su refugio, el espacio que controlaba, y lo controlaba.

Recuerdo que nos recibió la mujer que lo acompañaría asistiéndolo en todas, o la mayoría de sus necesidades, quien con un rostro no tan emocionado, nos abrió las puertas tras los gritos de un Pancho emocionado por la visita. Sigo pensando que lo estaba más por la presencia de mi amiga, quien con una altura bastante llamativa ya alumbraba la que sería una de las entrevistas y encuentros más emocionantes que experimentara en mi tiempo por la revista.

Ese día, llevamos vino por una especie de mandato solicitado por Pancho, quien sólo dijo que lleváramos alcohol. Nos acercamos con una botella de vino (que cayó de perla porque vimos anotado en la puerta de su cuarto que agradecían que no le llevaran Ron, Whisky, brebajes que pensábamos llevar de antemano). También, compramos cajas de cigarro por si acaso, y María, mostrando la fidelidad de su fanatismo, le llevó unos bloc de dibujo Caribe, con sus acuarelas respectivas.

Todo esto logró que la charla se convirtiera en lo más amena posible, dado que Massiani se tornó más afable por los regalos, y repito una vez más, por la presencia femenina.

En el transcurso de la entrevista, más conversa que lo primero, nos dimos cuenta que la soledad de Pancho era evidente, una gran casa lo cobijaba, sin embargo se palpaba esa búsqueda de encuentros, que se lograba de vez en cuando con visitas de estudiantes de letras, amigos que se tomaban su tiempo para acercarse, y familiares.

La poca capacidad de movimiento de Pancho, lo restringía a unos pocos metros de distancia desde su cama, limitada por un televisor, unas películas desperdigadas por el suelo, colillas de cigarro y botellas vacías.

Así recuerdo a Massiani, así lo quiero recordar, hablando, en su tono afable y a veces desesperante, de su vida, de su pasar por la narrativa venezolana y un testigo más del crecimiento de una Caracas que la sentimos nuestra y ajena.

Por eso, lo visité en tres oportunidades más, inclusive una en la que fui con Jesús Torrivilla y Tomas Mujica, compañeros de la revista que sirvieron de testigos ante Massiani y con quienes compartí el articulo final, que saliera en la edición impresa.

Así recuerdo a Massiani, tratando de pensar en sus palabras, en los recuerdos de su pasado, analizando su pasar, el legado, por el que nos emocionamos un tiempo después cuando le fue otorgado el merecido Premio Nacional de la Cultura en el 2012.

Trato de recordarlo así, mientras pienso en la última vez que lo visité, en un programado encuentro que sólo me dejó en la lejanía de la calle al frente de su casa, esperando que llegara la mujer que lo ayudaba, quien nunca llegó, y ante la conversa que mantenía a lo lejos con Pancho, quien sentado no sabía qué hacer, mientras se derretía el hielo que albergaba las tres botellas de vino que pensaba compartir con él.

La espera, y la expectativa de estar pagando en la calle, me alejó de Pancho, y ya.

Así fue la última vez que lo vi, y así quiero recordarlo, a pesar de cuadrar miles de veces visitarlo una vez más, aunque estas pasan en el tiempo, y lo lamentable de la trascendencia cotidiana me genera ese Alzheimer de importancias y dedicaciones.

Así quiero recordarlo.

Pancho sigue vivo, yo lo sigo recordando, cuadrando en mí próximas oportunidades para visitarlo, emocionándome cuando me comentó que por allí se venía en algún momento un documental de su vida y esperándolo con ansias, sabiendo que esas producciones hacen falta en la pantalla de nuestro país.

Esperando mucho, me acerqué a un cine capitalino a presenciar la obra, refugiándome en un espacio cuasi vacío, que con sus pocas sillas mostraba un público que en su gran mayoría se burlaba del transcurrir del documental, riéndose por la locura aparente del personaje, quitando seriedad a un capítulo que para muchos, incluso para mí, es uno de los más importantes de la literatura contemporánea.

La fortaleza del producto es mostrar un lado del escritor de alguna forma inédita, cayendo muchas veces en un acercamiento trivial, producto de poco óptimas decisiones cinematográficas, que brilla por momentos por una valentía al exponer al escritor a sitios dejados en el tiempo como las calles de Sabana Grande, el Callejón de la Puñalada, su abandonada UCV, su primer colegio Andrés Bello, el clásico viaje a la Guaira rememorando la historia de Piedra de Mar, e incluso entrando con él en un burdel, que genera, capaz, uno de los momentos más incómodos del cine venezolano. Todo esto con la excusa de que no es una biografía, más bien una radiografía.

En una especie de curioso final, sus créditos muestran a un grupo de estudiantes quienes al ser cuestionados por quien es Massiani responden con ciertos comentarios que muestran el desconocimiento de la figura del escritor, formando parte de eso que tanto repetimos todos los días al expresar que “este pueblo no tiene memoria, no tiene cultura”, que negamos o olvidamos a nuestras figuras y las recordamos cuando ya es muy tarde para su encuentro.

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