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Rebeca Vallejo

Rebeca Vallejo: el flamenco, última pieza del puzzle de una vida

NUEVA YORK: Con su marcado acento español, una sonrisa que la ilumina toda, la expresividad de su gestualidad, Rebeca Vallejo nos hace pensar de inmediato a los exuberantes paisajes de Andalucía, allí donde residen sus ancestros. Hija, nieta, sobrina de cantantes, Rebeca nació y se crió en Madrid, ciudad donde sus padres se mudaron tras vivir en distintas ciudades andaluces.

Su abuelo era cantaor y su abuela sainetera. La música acompañó cada paso de su infancia así como ahora acompaña la de su hijo, de apenas dos meses, que se ha quedado dormido acunado por la música. Tradición que, en su familia, es un legado que viene de generaciones de mujeres.

“Mi madre y mis tías fueron cantantes profesionales. Mi madre cantaba sobre todo música brasilera y boleros, tuvo un dúo exitoso que se llamaba Acuario y que originalmente había sido un trío. Canto desde siempre aunque nadie, en la familia, quería que yo también fuera cantante. Intentaron por todos los medios guiarme hacia otros caminos”.

Pero evitar que Rebeca fuera cantante era como tratar de evitar el correr del agua en un río. Nació con la música dentro, nació con la necesidad de transformar en canto sus alegrías y sus rabietas. Era muy pequeña cuando, en el maternal, como protesta contra la siesta, se encaramaba en una cama y empezaba a cantar para animar también a los otros niños a acompañarla en su personal revolución.

“Tardé muchos años en asumir el canto como profesión – cuenta Rebeca Vallejo – sabía que era un camino difícil y muy sacrificado así que estudié filosofía y política en Inglaterra y al regreso a España empecé a trabajar como periodista”. En el mientras cantaba, cantaba con la espontaneidad con la cual lo hacían todos en familia. “Decían que la voz es un instrumento natural, que viene de adentro y no necesita de escuela. Solamente mi madre estudió algo”.

Sonriendo a sus recuerdos nos confiesa que tomó la decisión de dedicar su vida al canto justo cuando nadie lo esperaba porque tenía un buen trabajo como periodista y un excelente novio fotógrafo. “Pero me faltaba algo. No podía imaginarme como una profesional cualquiera que dejara solamente pequeños espacios al canto, casi como si fuera un hobby, una diversión. Y así lo dejé todo y me vine a Nueva York. Tenía 25 años, una visa de turista, 400 dólares en el bolsillo y la firme intención de ser cantante profesional”. Una personalidad arrolladora y una voz que es un don de la naturaleza, agregaríamos nosotros.

“Fue un camino muy cuesta arriba, hice muchísimos trabajos, tantos que podría escribir un libro contando esas experiencias, estudié Jazz vocal en City College junto con Sheila Jordan quien comenzó este programa y me dediqué a componer y escribir las letras de mis canciones”.

Rebeca Vallejo– Rebeca, estás a punto de presentar la segunda edición del Festival “Flame Festival” que titulas “Flamenco Infused Jazz”. ¿En qué momento llegaste al flamenco y cómo lo combinas con el jazz?

– El camino hacia el flamenco fue bastante largo y puedo decir que casi inesperado. El flamenco no me gustaba, me asustaba, nunca lo escuché mucho, me parecía demasiado intenso, doloroso. Prefería cantar Jazz y música brasilera. Pero un día me di cuenta de que algo me faltaba. Me sentía incompleta y entendí que para llenar ese hueco debía recuperar mis raíces, ahondar en ellas. Necesitaba saber de donde vengo musicalmente. Tuve que rendirme a ese llamado porque es algo que llevo en la sangre. Y eso aunque ni mi madre ni mis tías cantaron nunca flamenco. Se puede decir que en la familia el flamenco saltó una generación.

– ¿Crees que en esa necesidad de búsqueda de raíces tuvo alguna influencia el hecho de vivir aquí en Nueva York, lejos de tu país?

– Sí, ahora que lo dices creo que tuvo mucho que ver esa búsqueda con mi condición de emigrante – dice Rebeca tras una pausa de reflexión – La verdad es que la lejanía nos permite apreciar y valorar lo que dejamos.

– ¿Qué retos encierra el cantar flamenco y cuáles son las diferencias con otros ritmos como por ejemplo el jazz y los ritmos brasileros?

– La técnica vocal del flamenco es muy complicada y no se fusiona con ninguna otra. Lo supe cuando me fui a estudiar a Sevilla con una beca de la Fundación Cristina Herén. Fue un curso muy intenso que me permitió profundizar mis conocimientos del flamenco. Agradecí haber llegado antes al jazz porque eso me permite fusionar las tres técnicas aunque, cuando canto el flamenco tradicional, no sueno como cantaora. De haber empezado a cantar flamenco el viaje hacia otras técnicas vocales hubiera sido mucho más difícil, lo mismo que pasa con la música clásica.

– ¿Y bailas también?

– Todos los andaluces nacemos con el baile adentro – ríe Rebeca – no quiero generalizar pero en Andalucía parece natural moverse al ritmo de la música y yo, si bien nací en Madrid, me siento muy andaluz. Tomé clases de flamenco sobre todo porque es importante conocer los ritmos del baile a la hora de componer la música. Es fundamental saber donde están las paradas, donde van las marcaciones de las palmas, la diferencia entre una bulería y una alegría. Pero nunca podría ser una verdadera bailarina de flamenco. Eso es algo grande y requiere de mucha dedicación y pasión.

– Háblame de tu música. Eres compositora y letrista y tienes un trío.

– Sí, somos tres y nos enriquecemos mutuamente. Mis compañeros son el pianista George Dulin y el percusionista y baterista David Silliman. Ambos extraordinarios.

Mi música es una fusión entre los ritmos brasileros, el jazz y el flamenco. Diría que el jazz es el hilo conector y el flamenco le da un sabor adicional. Amo también hacer arreglos de otras canciones que personalizo. En mi último disco “Azúcar, canela” hay un poco de todo.

– El flamenco es mucho más que música, se podría decir que es una forma de concebir la vida. Esas notas, los bailes encierran una cultura muy antigua. ¿Hasta qué punto sientes que ese viaje en tus ancestros cambió tu vida?

La amplia sonrisa de Rebeca, sus gestos elocuentes se difuminan, el aire a su alrededor deja de vibrar, casi suspendido tras sus pensamientos.

– Más que cambiar mi vida el flamenco la completó. Me permitió encontrar la última pieza de un puzzle, de mi puzzle. El flamenco era lo que necesitaba para rellenar un hueco y completarme como cantante y como ser humano.

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