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Carlos Yusti
Carlos Yusti - viceversa magazine

Raymond Queneau: matemática e ingenio literario

Cuando uno comienza a escribir se hace bastantes expectativas con respecto a la literatura. Está deslumbrado por esa parafernalia que la rodea: Los premios, los reconocimientos académicos, las ferias de libros, la mujeres interesadas en tipos podados con las tijeras de la poesía, etc. Uno cree que el mejor estilo es el que raya en la seriedad envarada y usa el lenguaje alimentado con mucha compota de diccionario para lograr esa pulcra escritura, sin faltas políticas, con sus respectivas notas a pie de página.

Por suerte algunos autores te sacan de ese error y te enseñan que la literatura es un parque de atracciones de la magia y metáfora. Raymond Queneau es un autor que de alguna manera te recupera para el bando de la literatura como exploración lúdica y lúcida. Raymond Queneau (Le Havre 1903 – París 1976) aparte de escribir poemas, ensayos, novelas fue matemático y perteneció al mítico grupo Oulipo, “ou” es Taller (Ouvrier) o atelier, “li” es literatura, lo que leemos y tachamos, “po” significa potencial. En un principió formó parte del surrealismo, pero su sentido matemático de lo literario lo apartaría del grupo.

Después de su ruptura con los surrealista Queneau, quien había visitado algunas veces al psicoanalista, se concentró en determinados personajes que además de escribir estaban atrapados en el laberinto de la locura. Aunque existían antecedentes  de libros como los de Charles Nodier,  Octave Delepierre, Pierre-Gustav Brunet y de Augusto Ladrague que tocaban ese tema de los dementes literarios, Queneau buscaba desentrañar los intrincados entresijos de la locura a través de la escritura. Mudado prácticamente a la Biblioteca Nacional inició una pesquisa minuciosa. Su método fue sencillo. Los seleccionados para el libro responderían a tres características. La primera que su obra estuviese editada, la segunda que no hubiesen dejado ni maestros ni los infaltables discípulos y como tercer requisito que no fuesen gurús ni hubiesen sido seleccionados como patrimonio de alguna excéntrica secta mística-literaria. La obra se le escapó un poco de las manos ya que no se limitó a un análisis de tales personajes, sino que buscó enfrentar al lector con largos extractos de sus seleccionados o, como escribe Alberto Hernando: “Queneau reconocerá el fracaso de su proyecto: no había logrado rescatar del olvido a ningún «genio desconocido», y sus antologados apenas tenían interés literario a excepción del cuadrador del círculo Jean Pierre Aimé Lucas; el cosmógrafo Pierre Roux, quien atribuía al sol una condición excremental y reflexionaba en cómo su basura, en forma de energía solar, influía en los humanos; el precursor de la ciencia ficción, Charlemagne-Ischis Defontenay; el filantropófago, Paulin Gagne, quien se ofrecía en sacrificio para que después su cuerpo sirviera de alimento a los hambrientos; y el lingüista, Pierre Brisset, que deducía a partir de las palabras que la especie humana descendía de las ranas”.

Los libros posteriores de Queneau siguieron esos derroteros singulares. Su libro emblemático es quizás Ejercicios de Estilo que narra un incidente trivial en un autobús contado de muchas formas posibles. Libro que se gestó a partir de un concierto de Bach y de una conversación posterior con el escritor Michel Leiris. Pensaba que esa idea de Bach de tomar unas notas sencillas y realizar un conjunto de variaciones se podría aplicar a lo literario. Queneau lo ha explicado así: “…fue en mayo del 42 cuando compuse los doce primeros (que, además, han quedado como los doce primeros del libro); pensaba limitarme a eso y titulé este modesto intento Dodecaedro, porque, como es sabido, ese bello poliedro tiene doce caras. El director de una revista muy distinguida que aparecía entonces en zona llamada libre mayo del 42 y que me había pedido un «texto», me devolvió el Dodecaedro con aire consternado, incluso diría con tristeza, como si hubiese querido jugarle una mala broma. Aquello no me impidió continuar; (…) En febrero de 1945, La Terre n’est pas une vallée de larmes, publicación surrealista y belga dirigida por Marcel Mariën, publicó nueve de ellos con el título Ejercicios de Estilo;…” El eje del libro trata de un joven que viaja en un autobús en París y al que le sucede un trivial incidente. Dos horas más tarde el narrador encuentra al mismo joven en la plaza Roma. En apenas cinco líneas Queneau narra la historia, pero la narra una y otra vez en cien estilos diferentes.

Su otra obra Cien mil millones de poemas es un libro con textos poéticos que lleva la combinación a un escalón más alto. En un cuaderno escolar, de apenas diez páginas, recortó cada página en tiras y en cada una escribió un verso, que al combinarse con las otras crean un poema bastante extenso. Para acometer este libro Queneau estaba consciente que, a pesar de que escribiera muchas páginas, algún aguafiestas vendría y escribiría algunas más que él. Entonces decidió realizar un libro en el que invertiría poco tiempo en la escritura, pero cuya lectura sería infinita. Cada página del libro tiene un soneto escrito sobre una tira recortada e independiente de las demás, de esta manera como un rompecabezas el lector cambia de forma aleatoria la tiras y puede leer un soneto nuevo contando siempre con el aliciente que el ritmo y la rima engranarán a la perfección. Se estima que gracias a la mezcolanza de la tiras se pueden escribir automáticamente 100.000.000.000 poemas.

En estos libros está latente un matemático combinado con un creador poético ingenioso. Sus libros son siempre una experiencia que te reconcilia con la vida como hecho creativo inesperado, son aparatos de juego para sacar a la novela de su enmohecido engranaje con personajes irreverentes como la niña deslenguada de su novela Zazie en el metro (1959), también esa verso-novela que es Roble y perro. En su libro Las flores azules el personaje es un extraño individuo que vive en un barco anclado en el Sena y pasa las tardes durmiendo la siesta. En esos intervalos sueña con las aventuras del duque de Angou, un caballero medieval. De igual modo de situaciones disparatadas y deliciosas que ocurren en su última novela El vuelo de Ícaro cuyo personaje se pierde y el autor contrata a unos detectives para buscarlo. Con Queneau la literatura ofrece otro ritmo, otros parámetros en los cuales el goce por una literatura como mecano está garantizada.

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