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Ray Donovan: El lado sucio de la farándula

Tiene un cast de oro —Liev Shreiber y Jon Voight a la cabezay hace de la banalidad hollywoodense un personaje más: sucio, corrompido y decadente, como sus personajes.

 

ruben machaen

 

Heredera de Los Soprano, hija de El Padrino y sobrina de Scarface, la apuesta de la cadena Showtime por un thriller que no es de mafia —siempre a un paso de serlo— sitúa a Ray Donovan (2013) en el pedestal de la anti heroicidad frecuente en las narrativas seriales del siglo XXI. ¿La diferencia? Mostrarse desde el minuto uno de la serie como un producto diferente que involucra anti valores, violencia, crímenes perpetuos y nunca resueltos, que no son nada ante el escenario impúdico y amoral de la ciudad de Los Angeles, —específicamente Hollywood— como el malvado perpetuo, el gran perverso, el corrupto eterno.

 

https://www.youtube.com/watch?v=vAyZtAu3S-4

 

Es una historia de familia: Ray Donovan, fixer de los trapos sucios de la farándula hollywoodense, diestro en artes marciales y de sobria elegancia, casado y con dos hijos, levantó una respetable fortuna haciendo de detective privado, mercenario y cabildero a ratos. Terry Donovan, ex boxeador y paciente de un parkinson prematuro producto de demasiados golpes en la cabeza en su época de luchador. Bunchy Donovan, también boxeador, taciturno, alcohólico y retraído, carga a cuestas haber sido violado en su infancia por un pedófilo sacerdote, y Bridget Donovan, muerta hace tanto que ya nadie la llora, a pesar de haberse suicidado después de una larga y honda drogadicción.

 

ruben machaen

 

Todas las familias son psicóticas

Los Donovan provienen de Southie (barrio irlandés de Boston) y hace mucho migraron a Los Angeles huyendo de un pasado turbio en el que ni la familia y tampoco la religión  —baluartes de la cultura irlandesa— hicieron algo por Ray, quien asumió el rol de cabeza de familia. Sintiéndose traicionado por su padre y por Dios, reniega de ambos con una vehemencia tal, que sería material de estudio de diván por décadas.

Al cuadro familiar le faltan ambos padres, Mary y Mickey Donovan. La primera, muerta de cáncer, y el segundo, patriarca relegado —y al parecer culpable de todas las desgracias de los Donovan— que acaba de salir de la cárcel y quiere volver a contactar a su familia, después de veinte años de prisión.

La trama no se vale de flashbacks ni diálogos sentimentales para contar su historia. Violentos por crianza y antonomasia, sus personajes sueltan a cuentagotas la tragedia que Mickey Donovan —magistralmente interpretado por Jon Voight, aquel joven Joe Buck de Midnight Cowboy, ahora bien entrado en años, pero con el vigor de un adolescente fiestero— representa en la vida de los Donovan:

Veinte años atrás, la novia de Ray es asesinada por el actor — ícono del cine de acción americano—  Sean Walker, a quien Ray ayuda a eludir el crimen inculpando a su Mickey, como juez y vengador por su cuestionable paternidad  —que permitió que Bunchy fuese abusado; Terry víctima de un Parkinson prematuro; el suicidio de Bridget; la solitaria y compleja muerte de Mary Donovan y haberle dado el botín de su último asalto bancario a Claudette, una mujer negra y amante de Mickey con quien estuvo mientras Mary agonizaba — y así deshacerse de él de por vida, esperando que muriera en la cárcel.

 

https://www.youtube.com/watch?v=vCZdXGMWi5Q

 

Melancólica acción

Ninguno de los Donovan es malvado. La villanesca familiar coquetea con la amoralidad y los anti valores como único método conocido de supervivencia, mientras sus personajes más optimistas se inclinan hacia una religión que poco o nada les ha dejado. Ray vive sus días completando misiones  —a veces de bajo y otras de alto de riesgo — para sacar de apuros a actores, boxeadores y artistas de la farándula norteamericana; Terry maneja el Fite Club, gimnasio de boxeo propiedad de la familia, donde Bunchy combate a diario entre la sobriedad, perennes recaídas y una acrecentada anorexia sexual, hasta que aparece Daryll Donovan, hijo bastardo de Mickey y Claudette, hoy gran dama, esposa de un productor de Hollywood.

 

 

Al final del día hubo demasiada acción, pocas alegrías y ninguna certeza. El regreso de Mickey como pieza incómoda de los Donovan, hace un efecto dominó en el que Ray aprende a pasar sus días limpiando no ya los trapos sucios de la meca del cine, sino los de su familia, cuyos pecados, uno a uno, empiezan a salir a la luz.

Sean Walker, ícono del cine y protagonista de la saga Black Mass, teme las retaliaciones de Mickey por el asesinato ocurrido hace dos décadas, por lo que Ray elabora un complot para inculpar a Mickey de un nuevo crimen, para luego planear un elaborado sicariato en su contra, que también sale mal y sale a la luz ante los ojos de Mickey y la justicia, que Ray ordenó su muerte.

 

Rap, cocaína y pólvora

Cargada de diálogos tan inteligentes como pesimistas, la dinámica de los Donovan trae a escena al pedófilo sacerdote que abusó de Bunchy, y es allí cuando se revela que Ray también fue víctima del mismo sacerdote, cuyo último grito de piedad y confesión de su amor por Ray, provoca en este la reacción contraria y sin chistar le atina un balazo en la cabeza.

El segundo gran culpable de la tragedia de los Donovan ha muerto y mientras el clan de hermanos se debate entre encubrir o hacer público el crimen, mientras Bridget  —hija mayor de Ray, cuyo nombre es herencia de la hermana fallecida — se involucra con una joven sensación del rap cuya carrera y vida queda a merced de un rapero y productor mafioso y de gatillo fácil, extendiendo el marco de violencia que cubre a los Donovan.

 

 

Redención, descenso o caducidad

Dicen los críticos que Showtime intenta  —sin éxito — parecerse a HBO en cuanto a la crudeza, exposición sexual explícita y decadencia de sus tramas y personajes. Afirmación simplista y zonza ante la cadena que dio forma a joyas seriales como Californication y Homeland, pero que con Ray Donovan parece  —tristemente — darles la razón. Las primeras tres temporadas, cargadas de un trepidante suspenso y un sabor a derrota que provocan en el espectador una empatía automática y cobarde, parece haber agotado la fórmula en la cuarta temporada, donde los personajes no evolucionan  —para bien o para mal — y cualquier intento de hacerlo, asusta a sus guionistas, al punto de llevar a los personajes al mismo sitio de donde partieron, sin que sus vidas se vean, ineludiblemente afectadas, por el maremoto de infortunios, como sí pasa en la vida real.        

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