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Asdrúbal Aguiar

Ramón J. Velásquez – Con un ojo abierto y otro cerrado (segunda parte)

El gobierno de Ramón J. Velásquez es breve, pero tanto o más crucial que el más breve gobierno de otro maestro y epígono de civilidad, Edgard Sanabria, en 1958. Y ronda también sobre el la amenaza permanente de la asonada militar, y no pocos juegan irresponsablemente con la hipótesis. Pero decide jugársela y sostener como ministro de la Defensa al vicealmirante Radamés Muñoz León, y también manejar con tacto y tino su relación con el general Fernando Ochoa Antich, “notable”, quien desempeña el Ministerio de Relaciones Exteriores y tiene evidente ascendiente sobre los insurrectos del 4 de febrero desde cuando ejerce como ministro de la Defensa y mucho antes.

Del supuesto intento golpista unos acusan al depuesto presidente Pérez. De allí que le salga al paso Arturo Uslar Pietri: “Un golpe militar solo favorecería a los corruptos”. Pero el general Carlos Santiago Ramírez, otro “notable” de la milicia, deja ver que algo más profundo acontece: “Si algunos del Alto Mando se involucran en la conspiración se alzaran los jóvenes”, arguye.

No obstante lo anterior, hacia agosto del año 1993, algunos acontecimientos atribuidos a una suerte de “terrorismo económico” propulsor o consecuencia de la misma crisis política en curso y quizás para sacarle sus mejores tajadas, llaman la atención del país. Un sobre bomba llega hasta la Corte Suprema de Justicia y deja sin dedos a uno de sus empleados. Entre tanto otros explosivos son colocados en el Centro Ciudad Comercial Tamanaco, señalándose como responsable a un ex comisario de la Disip relacionado con el comando policial y militar autor de la masacre de El Amparo y quien mantiene relación especial con el capitán de navío Ramón Rodríguez Chacín, su antiguo superior. Por el hecho son apresados, entre otros, Ramiro Helmeyer y Walter Alexander del Nogal, cuyos nombres adquieren connotación años después, durante el gobierno del ex golpista y teniente coronel Hugo Chávez Frías.

Una extraña circunstancia busca empañar, pero no puede, la fuerza moral instalada en Miraflores a la caída de Carlos Andrés Pérez, cuando la mano de un subalterno desliza sobre el escritorio presidencial el indulto de un narcotraficante. Pero el país reacciona y se pone del lado del Primer Mandatario y este mismo es firme e inconmovible al señalar: “Yo no tengo más riqueza que mi moral y a los 78 años de vida no se cambia… Esa vaina no”. “Yo solo respondo por mí y por el país, no por familiares ni ministros”, ajusta.

Ramón J. Velásquez, en suma, sostiene la estabilidad nacional y da sosiego a los venezolanos durante las horas cruciales de 1993. Tanto es así que pueden realizarse las elecciones generales el 5 de diciembre, en las que gana, en una elección reñida y también hecha un rompecabezas, Rafael Caldera, con 1.711.000 votos, seguido por el candidato de AD, Claudio Fermín, beneficiario de 1.325.000 votos. Oswaldo Álvarez Paz, con el apoyo del Copei, partido fundado por el propio Caldera, se hace de 1.277.000 votos, y le sigue el fenómeno electoral del momento y síntoma claro del tiempo que le espera al país a la vuelta de la esquina: Andrés Velásquez, dirigente de la Causa R, agrupación de izquierda, obtiene el voto de 1.233.000 electores.

De nuevo el bipartidismo queda derrotado, sumando los votos antisistema una cifra que se aproxima a los 4.000.000. Venezuela es ahora y en lo sucesivo una realidad hecha rompecabezas y que avanzará hacia dos mitades políticamente antagónicas y extremas, aun hasta hoy.

Los dos últimos miembros de la Revolución de Octubre, progenitora de la Republica de partidos, llegan con vida, paradójicamente, hasta 1993: Gonzalo Barrios y Luis Beltrán Prieto Figueroa. El tiempo del siglo XX concluye, y otro distinto reclama y se mueve bajo los pies de la gente.

“Este liderazgo [emergente] habla un lenguaje distinto a la retórica tradicional de los discursos electorales y presenta soluciones que no pasan obligatoriamente por las partidas del presupuesto nacional”… El país que fue actor fundamental en la empresa de la independencia hispanoamericana… ha llegado a un momento de su Historia en que tiene planteado como reto histórico reflexionar sobre las bases de un nuevo acuerdo nacional… más allá de sus mayorías parlamentarias. Indispensable para que los venezolanos, durante muy larga travesía sepamos con quién vamos y a dónde nos dirigimos”. Ramón J. Velásquez, Discurso de toma de posesión, cit., y Discurso pronunciado en el Salón Elíptico, con motivo del Bicentenario de la Declaración de Independencia, 1993.

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