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Asdrúbal Aguiar
Asdrúbal Aguiar - ViceVersa Magazine

Ramón J. Velásquez: El último andino (Primera parte)

“Entre tropiezos, indudables aciertos y gravísimos errores, la democracia fue cambiando los hábitos de comportamiento cívico de su pueblo… nuevas fuerzas sociales han nacido y tomado conciencia de su poder a lo largo de estos treinta años y el país político… desborda los moldes que hicieron posible, en 1959, el camino que hoy permite a Venezuela… exigir como condición de la paz política y social un nuevo acuerdo que consulte las coordenadas del siglo XXI”. Ramón J. Velásquez

Comienza el siglo XX venezolano teniendo las manos sobre las riendas de la República un personaje atrabiliario, que sus detractores llaman el Cabito. Se trata de Cipriano Castro, andino, gestor de la República Militar que cristaliza Juan Vicente Gómez, otro andino. Y se aproxima el siglo hacia su abismo y en su proximidad al siglo siguiente teniendo como conductor a otro andino más, pero muy distinto de los anteriores y emblema de civilidad. Ramón José Velásquez Mujica, un ilustrado cabal, ha cumplido 77 años al apenas asumir el poder.

La República de los partidos, que deja entonces de ser tal y se encuentra hecha un rompecabezas, exige de los cuidados de un hombre con sentido del equilibrio, de visión profunda y capaz de otear más allá de las circunstancias, como de empujarla sin maltratos hasta devolverla a manos de sus verdaderos dolientes, los electores de diciembre de 1993.

Entre las distintas opciones que se cocinan en la emergencia, luego de haber sido removido por el Congreso el presidente constitucional, Carlos Andrés Pérez, también andino, corre el nombre de este Velásquez, el albacea, qué duda cabe, de nuestra Historia contemporánea. Es, justamente, quien atina al decir, después del 27 de febrero de 1992, que el pueblo deja sus casas y toma las calles para nunca más regresar a aquellas.

Es mencionado, pues, como candidato para conducir al país dentro de la crisis nacional corriente junto a Carlos Delgado Chapellin, ex presidente del Consejo Nacional Electoral y quien luego le acompaña como su ministro de Relaciones Interiores una vez como es ungido el mismo Velásquez Presidente, el 5 de junio de 1993. Y recibe la banda tricolor y el collar del que pende la llave del arca donde reposa el acta de la independencia, al efecto, de manos del Presidente interino del Congreso, Ingeniero Luis Enrique Oberto.

El nombre de Velásquez corre contando con el apoyo de todas las elites del país y sin concitar reservas, y va y viene su candidatura desde el Parlamento hasta los cuarteles sin encontrar desafecto alguno. Lo eligen con el mismo método que lleva a la Presidencia al general Isaías Medina Angarita y motiva la Revolución de Octubre de 1945: mediante el voto de los miembros del Congreso de la República. Pero esta vez se trata de una excepción y está contemplada en la misma Carta Magna para las vacantes absolutas del Presidente, ocurridas más allá de la mitad del periodo constitucional. Al final, lo cierto es que compite sólo contra la candidatura simbólica de Reinaldo Cervini, venciéndolo Velásquez con 205 votos sobre los 11 alcanzados por éste.

Ramón J., como lo llaman sus afectos más próximos, nace en San Juan de Colón, estado Táchira, y gradúa como doctor en Ciencias Políticas y Sociales en 1942, en la Casona de San Francisco, sede primaria de la Universidad Central, otrora Real y Pontificia Universidad de la Inmaculada Concepción de Sta. Rosa de Lima y del Angélico Maestro Sto. Tomás de Aquino. Pero a lo largo de su vida es esencialmente un periodista, hasta que lo conquista el frustrado candidato Diógenes Escalante para hacerlo su colaborador en tiempos de Medina Angarita.

Tiene a su cargo, más tarde, la dirección de los periódicos El Mundo y El Nacional, pero se le recuerda por su exitoso desempeño como secretario de la Presidencia durante el gobierno de Rómulo Betancourt, a partir de 1959. Como igualmente se le tiene presente, a lo largo de la vida casi centenaria que se le agota en 2014, por la obra de recopilación documental sobre nuestra Historia patria que realiza, dándole vida incluso al Archivo Histórico de Miraflores y asegurándole a Venezuela su memoria para la posteridad.

Ha sido Ramón J. el gran componedor de la comarca, el hombre puente que ayuda a Rómulo Betancourt durante su segundo mandato y contribuye a que la animadversión que determinados sectores de la vida nacional le profesan a este desde mucho antes amaine. Y lo logra, con su sereno espíritu observador de hombre de montaña, quien sabe administrar sabiamente sus palabras.

Esta vez el desafío para Velásquez no es menor. Requiere de un claro entendimiento del país, que lo tiene sin lugar a dudas y del cual es más que consciente.

“En el camino de asegurar el comienzo de esta nueva etapa de la vida nacional, que no es otra que librar de riesgos a la democracia… [Hemos de] reconstruir la unidad espiritual de los venezolanos, tan resquebrajada por la fiera lucha política a la que hemos asistido en los últimos años… Entre tropiezos, indudables aciertos y gravísimos errores, la democracia fue cambiando los hábitos de comportamiento cívico de su pueblo… nuevas fuerzas sociales han nacido y tomado conciencia de su poder a lo largo de estos treinta años y el país político… desborda los moldes que hicieron posible, en 1959, el camino que hoy permite a Venezuela… exigir como condición de la paz política y social, un nuevo acuerdo que consulte las coordenadas del siglo XXI”. Ramón J. Velásquez, Discurso de toma de posesión ante el Congreso, 5 de junio de 1993.

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