Dice Rainy Silvestre que cada vez que regresa al barrio de la Pequeña Habana, ubicado en el centro de Miami, le parece que está viajando a Cuba. Con su mano izquierda señala una esquina donde lo acoge un recuerdo del lejano 1998, cuando muy joven y recién llegado de Matanzas a Estados Unidos, comenzó a descubrir el mundo. Detiene la conversación para hacer una foto de aquel edificio, donde se reunía con los amigos en interminables descargas musicales. Sonríe, mientras se acuerda de la anécdota de un día cualquiera, en que pasó por aquella esquina, de madrugada y en chancletas. La imagen del muchachito de cabello encaracolado y cigarro en la boca, que aún desanda estas calles de su memoria, dista mucho del hombre de seis pies que ahora las camina con agilidad, algunas canas en la barba, cámara y trípode al hombro. Conserva, sin embargo, los mismos ojos asombrados para descubrir nuevos detalles en los viejos edificios. Es que la historia personal de Silvestre, como la de muchos migrantes cubanos llegados a la Florida, se entrelaza con la de la Pequeña Habana, Little Havana, un espacio al que el artista visual también ha dado vida desde su fotografía.
Retratar el icónico barrio ha sido su proyecto de más larga data y es también el tema de su primer libro: Little Havana, uno de los nueve portafolios que la editorial Peanut Press, radicada en New York, publicó en diciembre de 2020; el único de un fotógrafo latino. Esta serie de Silvestre fue exhibida por primera vez en 2017, en El objeto y la imagen (esto tampoco es una silla), exposición curada en Miami por el Colectivo Aluna (Adriana Herrera y Willy Castellanos). Desde entonces, sus fotografías han viajado a Estados Unidos y Europa, tanto a exhibiciones colectivas como a las paredes de coleccionistas privados y han sido publicadas en revistas de México, Cuba y Estados Unidos. Pero ante la reciente aparición de su Little Havana, se impone una pregunta:
¿Las 18 imágenes que conforman este libro marcan el fin de este proyecto fotográfico?
No. Yo creo que es el principio. Es como una puerta que está empezando a abrirse otra vez hacia Little Havana. Me encantaría hacer otro libro, porque tengo mucho material del proyecto. Pero tengo que decir que estoy contentísimo con el trabajo que hicieron en Peanut Press. Los editores Ashly Stohl y David Carol son increíbles. Yo tenía el plan de hacer el libro de la Pequeña Habana, se me había metido en la cabeza que saldría en 2020. Llegó el dichoso COVID y pensé que se habían perdido todas las esperanzas. De buenas a primeras, me escribió David y me dijo que tenía una idea, que quería hablarla conmigo. No tuve ni que pensarlo. Fue un “sí” al momento. A mí me interesa que la Pequeña Habana quede inmortalizada.
Si tuvieras que definir un momento en el que surge esta serie, ¿cuál dirías que fue?
De hecho, mis primeras fotos de Little Havana son de 1998, cuando llegué de Cuba. Tengo algunos negativos por ahí guardados. Pero las fotos eran de otro estilo, otro formato. Tenía mucho la influencia de la fotografía cubana. Mi visión fue tomando un shape completamente diferente con el tiempo.
Creo que el actual proyecto surgió hace unos seis años, en 2014. Empezó a verse con más claridad en 2015, cuando ya tenía más material. A finales del 2016, lo veía nítidamente. Con el tiempo se fue refinando un poco. De hecho, hace unos meses empecé a explorar otra vez la zona y salieron fotos que están incluidas en la serie final y que son muy recientes.
Precisamente en 2016 publicaste en la revista El Estornudo 16 retratos en blanco y negro, a los que ya titulabas “La Pequeña Habana”. Una imagen fotográfica más asociada a las personas y su relación con el entorno, que no tiene nada que ver con las imágenes que encontramos en tu libro Little Havana, concentrado más en los espacios, los edificios.
Cerca de la fecha en que publiqué esas fotos en El Estornudo, también aparecieron unas instantáneas de la zona que se parecen más al proyecto final. Te diría que estaba trabajando dos ideas a la par, y que estaba en medio de una transición en 2016. Recuerdo que ya estaba haciendo fotos nocturnas, de edificios.
¿Cuál dirías entonces que fue el mayor cambio producto de esa transición?
Salirme del tradicionalismo de la fotografía cubana y darle paso a mi propia visión. No estaba seguro de si estaba yendo por buen camino con las primeras fotos. Hasta que empecé a notar grupos y pensé: coño, espérate, aquí tengo algo claro.
Recuerdo que cuando hacía los retratos en la Pequeña Habana, iba mucho a los lugares más céntricos. Hasta que de pronto, un buen día, no sé exactamente cuándo, me dije: voy a caminar para otro lado. Empecé a meterme en las calles menos transitadas del barrio. Ya no estaba en la Pequeña Habana del Parque del Dominó, ni de la Calle 8. Y ahí fue donde empecé, de verdad, a sentir el proyecto. Fue cuando me di cuenta de qué parte del barrio quería mostrar. Fue lindo empezar, poco a poco, a descubrir ese tipo de imágenes.
Por las características de las fotos que predominan en el proyecto actual, ¿dirías que tienes una preferencia por la fotografía arquitectónica?
Una preferencia absoluta. Siempre he sido un tipo solitario. Tiendo a hablar mucho, pero estoy muy contento con mis silencios también. Puedo pasar horas en silencio. Entonces siento que ese tipo de fotografías, donde no hay personas, se identifica mucho conmigo. Busco esos espacios vacíos donde se refleje mi personalidad.
Agradezco muchísimo a Willy Castellanos que me recomendó hacer un Diplomado de Fotografía con Juan Antonio Cuesta, en su escuela Página en blando, en México. Esa experiencia realmente llevó el proyecto de la Pequeña Habana a otro lado. Lo más interesante era que, en el Diplomado, hablábamos de todo un poco. Es una experiencia que recomiendo siempre a todo el que quiera descubrir su propia obra, porque va a la parte más psicológica del proceso creativo. Ahí no se habla de cómo editar en Photoshop, ni de otras cosas técnicas. No. Leíamos a David Lynch, a Roland Barthes, a gente que ha escrito de fotografía, que sabe de fotografía y que con este o aquel ensayo te descubren tu propia voz. Es súper interesante el proceso, porque te pone en perspectiva de que toda la técnica del mundo no basta si no encuentras la forma de comunicar tu visión.
¿Por qué, a pesar de toda la diversidad de tu trabajo fotográfico y de tu experiencia personal, insistes en denominarte fotógrafo cubano? Especialmente cuando llevas casi la mitad de tu vida en Estados Unidos.
Simplemente porque soy cubano y, que yo habite otro lugar, no elimina para nada mi condición de cubano, mi idiosincrasia, el lugar donde nací y me crié. Tengo la influencia de la zona de donde vengo y de todo lo que percibí allí. Creo que uno siempre carga con todo lo que le marcó durante el crecimiento; con esa visión que te fue formando. Y te diré que mi visión nace desde Cuba.
Aunque también creo que, en Cuba, teníamos una influencia europea muy grande. Veíamos mucho cine europeo, series de televisión europeas. Había un acercamiento visual sobre todo a Europa del Este y Rusia, a la antigua Unión Soviética. Pero eso es, al final, parte de la influencia de la cultura cubana.
¿Defender tu definición como fotógrafo cubano es más una decisión artística que política?
Sí. Ser un fotógrafo cubano no es, para nada, una decisión política. Es una decisión de ser consecuente con quien soy. Es decir que yo, a pesar de ser americano, sigo siendo cubano. Tengo eso muy claro. Hablo inglés, pero mi cocina es cubana, mi arroz con pollo es cubano, mi ajiaco es cubano. Todo lo que se desenvuelve alrededor de mi vida, a pesar de mi aculturación, viene de Cuba.
Hay una imagen muy politizada de Cuba que, a veces, parece imponerse también como un lugar común en la fotografía. Alejarte de esa fotografía del retrato del cubano triste y los carteles políticos, ¿es una desventaja o una ventaja para cómo se percibe tu trabajo?
Ni una ni otra. No creo que mi obra esté totalmente alejada de la política, sobre todo este trabajo sobre la Pequeña Habana tiene mucho que ver con mi calidad de emigrante, con haberme ido de mi país de origen. En esas fotografías yo estoy buscando en mi memoria, en los lugares de mis recuerdos, las imágenes que traigo de donde vengo. Creo que el discurso político empieza, de alguna manera, cuando la emigración es parte de mi obra.
Pero también hay un discurso por rescatar los lugares que la gente está olvidando, un discurso porque no se pierda parte de la historia ya no de Cuba sino de Miami. Al mismo tiempo, la Pequeña Habana fue creada por los primeros emigrantes cubanos. Así que en ese lugar se crea una cadena de historias, y mi obra es una especie de homenaje a esas personas también.
Creo que mi visión se aleja de la visión melodramática barroca de la fotografía cubana. Siento que bordeo el fine art photography y el documentalismo. Adoptar esta mirada no fue algo que busqué conscientemente, simplemente sucedió. No reprocho para nada ninguna visión. Hay gente fabulosa haciendo fotografía cubana, pero yo me identifico más con otro estilo.
Defiendes que eres un fotógrafo cubano, pero nunca vemos en tus fotos de Cuba. ¿Qué pasa?
Tengo muchas ganas de ir a fotografiar a Cuba, de hacer algún proyecto real allá. Simplemente que, todo lo que he hecho en Cuba, nunca lo he hecho con la idea de hacer un proyecto fotográfico. Son imágenes que tienen un valor sentimental para mí, pero no un valor creativo ni artístico, no están para incluirlas en ningún porfolio. No me interesa divulgarlas.
Recientemente hiciste una serie de entrevistas en tu página web, La Manigua. Las entrevistas tenían mucha visibilidad y se extendieron por varios meses…
No, no, el proyecto continúa. No seguí haciendo entrevistas en La Manigua porque estaba a punto de salir el libro y tenía que enfocarme en otras cosas. Tengo muchas responsabilidades personales y tuve que ponerles un freno a las entrevistas. Pero La Manigua va a seguir, porque me interesa promover a otra gente. Creo que el arte no tiene que ser solo acerca de uno como artista, puede ser también acerca de otras personas.
El mundo se ha vuelto un poco egoísta. Pero hay que brindar plataforma a otras personas. Si yo admiro a un grupo de gente o voy conociendo nueva gente por la que voy teniendo admiración, puedo brindarles una plataforma para que ellos también muestren su obra. Me parece fabuloso que todo el mundo pueda mostrar lo que hace.
¿Un proyecto así no te quita tiempo para hacer fotografía?
Sí, sí, claro que me quita tiempo. Es una cuestión que estoy manejando, como decimos en Cuba, a ojo de buen cubero. Voy tratando de manejar mi tiempo, mi trabajo, mi parte de creación artística, mi vida como papá y encima La Manigua. Pero no sé, es un reto que me he puesto y quiero seguir haciéndolo. No quiero que se quede en el aire como algo efímero, que duró poco tiempo. Quiero que continúe, porque hay mucha gente a la que me gustaría entrevistar y brindarle esa plataforma. Además, tengo sueños de los que no hablo mucho. Pero me gustaría poco a poco adentrarme en el mundo de la curaduría, hacer otro tipo de proyectos. Y creo que, con La Manigua, estoy haciendo un poco de networking también.
Hay una pregunta que siempre le haces a tus entrevistados y creo que debe ser importante para ti, porque las preguntas suelen hablar mucho de los entrevistadores: ¿Cómo pones todas tus influencias en el contexto de tu obra?
¿Qué me influencia a mí?
Y ¿cuáles reconoces como tus tradiciones visuales?
En un texto de agradecimiento que escribí cuando salió mi libro Little Havana, decía que mi mayor influencia en el mundo de la fotografía ha sido mi hermano Damián (Aquiles). Cuando yo estaba empezando, Damián, que es un artista plástico reconocido e increíblemente bueno, me dijo que siempre me iba a hablar con la verdad. Me dijo: “Yo no te voy a decir mentiras, ni te voy a decir qué linda está la fotico.” Es un tipo tan, pero tan trabajador, tan luchador, tan esforzado con su obra. Recuerdo, cuando yo era chiquito, que lo veía pinchando, haciendo bocetos, dibujando constantemente. Es un incansable. Yo siento que soy así mismo, que tengo el mismo espíritu por su influencia y la de mi madre. Me gusta producir, producir, producir. Y es verdad que Damián nunca me engañó. Cuando me tuvo que decir que lo que estaba haciendo era una mierda, me lo dijo. También me recomendó libros de fotografía, me dijo “infórmate, lee, ve al cine, a museos, a teatros”. Todo eso te forma como persona y te crea una sensibilidad.
A nivel visual ya he tenido influencias específicas de muchos fotógrafos. Por ejemplo, una influencia grandísima en mi vida es la escuela de fotografía de Düsseldorf, que conocí gracias a Willy Castellanos y de la que Juan Antonio Molina me habló también. Ahí están gente de la talla de Candida Höfer, Andreas Gursky, cuyos trabajos tienen mucho que ver con la fotografía que hago. Pero también tengo que mencionar el estilo de esta mirada más americana: me fascina Joel Meyerowitz, que tiene un manejo del color increíble. Otro fotógrafo americano que me encanta es Saul Leiter, que también tiene un trabajo espectacular con color. La lista sería interminable, y por supuesto que me gustan también los clásicos: Josef Koudelka, Lee Friedlander; el trabajo de un alemán que se llama Thomas Ruff.
Eres un defensor ferviente de la fotografía analógica ¿por qué este apego?
Cada cual tiene el derecho de escoger el formato que quiera trabajar; pero para mí la fotografía analógica se trata de desacelerar el proceso, de no correr. La fotografía digital es tan fácil de hacer, hasta con el celular que tenemos en la mano, que yo siento que no te exige pensar demasiado. La fotografía analógica te frena y te ayuda, de alguna manera, a entender mejor lo que estás haciendo, precisamente porque los negativos son caros, porque el proceso químico no es fácil. La necesidad de bajarle la velocidad al proceso me llevó a entregarme cien por ciento a la fotografía analógica. Tengo que pensar mejor cada foto, analizar mejor cada encuadre. No puedo tirar por tirar y gastar material.
Siempre van a salir algunas malas fotos. Pero en vez de tirar 300 fotos con una cámara digital, tiro 24 con dos rollos de medio formato. Y claro que me salen fotos malas, pero menos que si tirara a lo loco con cámara digital. No tendría suficiente hard drive para guardar todo lo que tiraría.
Ya que hablas de formatos, ¿cuáles incluiste en el libro Little Havana?
En el libro hay dos formatos fotográficos, 35 mm y medio formato (película de 120 mm). En el proyecto más extenso tengo también fotos en largo formato, pero esas no están en ese libro. Todo es película a color, no hay diapositiva. Aunque también usé varios tipos de películas, sobre todo en 35 mm. Me gusta la diversidad que eso le da al proyecto.
¿Es difícil fotografiar una ciudad como Miami?
No es difícil.
¿Aunque sea una ciudad tan turística?
Creo que hay que buscar un balance. En el proyecto en el que estoy trabajando ahora me voy a salir de la Pequeña Habana y expandirme al resto del condado Miami Dade. Estoy ya preparando el proceso, estudiando qué materiales voy a utilizar. El plan que tengo es fotografiar toda la ciudad, hasta la zona donde vivo, más al sur, que es menos turística. Ir incorporando imágenes para crear un proyecto que tenga un balance. Quiero que se vea la fluidez de Miami.
Hablabas hace un rato del precio de la fotografía analógica. ¿Se vive del arte?
Del arte no se puede vivir. Pero yo trato de no pensar en eso. Hago fotografías porque me gusta, porque las disfruto, porque es algo necesario para mí. Y lo hago sin pensar en que tengo que vivir de eso. Prefiero no tener la presión de que tengo que hacer dinero a cuenta de mi fotografía. Cuando yo tiro una foto, no pienso que se va a exhibir en tal galería, ni que voy a publicar tal libro o recibir tantos likes. Pienso en el momento en que estoy, en la imagen que estoy tomando, en lo que siento. No me preocupa el dinero a la hora de hacer mi arte. Creo que en ningún país del mundo donde uno esté puede hacer arte pensando que va a vivir de eso. Yo hago fotografía porque es vital para mí.