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Rafael Patiño Góez (1947)

Ya en Rafael Patiño, en este su libro: Danza de carbunclo (2014), la realización considerada como una condición de la sustancia misma y la esencialidad barroca y surrealista se desliza como  sobre el hielo de la noche de los sentidos y de las sensaciones, sin cesar y hacerse interminable el preguntar por la poesía. La poesía pregunta por el poeta y este a su vez, no se le revela del todo, porque todavía tiene el temblor desnudo  que evidenciaba en sus libros iniciales: Clavecín erótico, Libro del colmo de la luna o Canto del extravío; y en esa necesidad  no obturada de transmitir la substancia elemental y transparente de la palabra contra la oclusión de la misma en la intensidad de su desnudez, destruía en un sentido el preguntar. La desnudez y el deseo destruyen el preguntar. Por eso para  Rafael Patiño Góez: “El problema del poeta como hacedor, no es el de tener oficio sino el de ser un verdadero oficiante – sentido compartido por todas las culturas de todos los tiempos – de la poesía – territorio sagrado que muy pocos pisan y que muchos falsean cegados por su ilusión” (Poética del cuerpo). Esa ha sido la naturaleza misma de sus elementos, lo será sin duda, dada la obsesión no incidental sino esencial (Radiación esencial, Peter Brook) de su búsqueda de la visión del misterio o lo maravilloso, de la videncia. En el sentido y sinsentido (non sense) ya no la visión turbada de Prometeo sino la evidencia de la visión concentrada de naturaleza oculta de Paracelso. De la realidad del decir a lo que, trastornado o perturbado ya no se puede decir, que es aquello sobre lo que no se tiene poder o de aquello que se le hace inabarcable. Es la visión incitadora más que el preguntar. Y que se tensiona en otra temperatura para hacerse imagen paroxística: “Una sombra de lápiz afilado deja trazos de carbunclo en mis palabras desechas, aquí sobre esta piedra me he sentado eternamente, la lujuria azuzaba sus furiosos animales encima de mi carne, en el entrecruce de caminos donde bocas y muslos establecían su afán de vislumbrar una senda menuda que conduce hacia tu mar y por allí hice virar la candela de mis huesos y de mis ansias y entre rastros de menta y alfabetos de flores el silencio se hizo amo de mi boca y ningún poema pudo desatar el perfume de la escritura sobre la brasa del verbo. ¿Qué precio he de pagar por estos murmullos que abren los candados y las cadenas para que mi corazón vuelva hasta la playa donde se afinque la dicha ya olvidada?” (Danza de carbunclo). Devorarse y ser devorado en la consumación de lo que llamaremos: Tratado de la tensión de la palabra y la imagen; eso es lo que hay de insurrecto y provocador en Rafael Patiño Goéz en este libro escrito y en el otro que ya se escribió en otro mundo y otra realidad.

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