Querido Carlos:
Te escribo para agradecerte a propósito de algo muy importante que le regalaste a los mexicanos y si no hubiera sido por la Fundación Carlos Slim, jamás hubiéramos sido testigos de una de las colecciones que muestran siglos de arte americano y europeo. Me refiero a la colección única en su especie, congregada ahora en el Museo Soumaya-Casa Guillermo Tovar y de Teresa. Es cierto que ya había ido muchas veces a casa de Guillermo, como también es verdad que ya conocía desde hace años muchas de sus antigüedades. Cada vez que mi primo hermano me llamaba por teléfono para comentarme uno de estos hallazgos descubiertos siempre por un extraño azar, intuía que se trataba de un objeto rarísimo: «Tienes que venir a ver a la Virgen de Guadalupe de porcelana Viejo París, regalo de la emperatriz Carlota a las damas de su corte». El domingo que fui a Valladolid 52, vi a la virgen de 1864, con otros ojos. Colocada como está sobre esa mesa maravillosa tal vez del siglo XVIII, pude apreciar a mis anchas (a pesar de toda la gente que había) la porcelana con aplicación de oro con aceite y policromía, así como, las dos figuras, el «Chinaco» y su esposa también de porcelana. Mientras me encaminaba, maravillada por todo lo que veía, a lo largo de los tres salones y el extraordinario jardín secreto, que conforman la casa-museo, le agradecía, mentalmente, a Guillermo por su vocación de coleccionista y a Fernando, su hermano, por haberse dado, junto con su hermano Rafael, a la tarea tan ardua de ordenar más de 1000 piezas de objetos del arte colonial de Nueva España y Virreinato, del Segundo Imperio y el Porfirismo, además de centenas de pinturas, grabados, esculturas de marfil, cristos, muebles antiguos y libros editados desde la invención de la imprenta, del siglo XVI hasta ejemplares del XVIII. Una vez que la familia Tovar y de Teresa decidió vender la colección de Guillermo, Rafael y Fernando consultaron a la casa de subastas Christie’s. Para los libros buscaron a Alicia Bardón, de la librería fundada en 1947, por Luis Bardón. Después de muerto Rafael, finalmente, Fernando se acercó a ti. ¿Cómo no lo iba a hacer, si desde hace 30 años eras amigo de Guillermo y a los dos les apasionaba el arte? Lo más probable es que hayas leído con mucho interés sus 39 obras en 44 volúmenes como La Ciudad de los Palacios, crónica de un patrimonio perdido o El Pegaso o el mundo barroco novohispano en el siglo XVII. Como le dijo Fernando a Anna Lagos, reportera de El País: «(Carlos Slim) entendía muy bien que (sus colecciones de arte) tenían que ser exhibidas públicamente, que no podían ser solamente para el disfrute personal». Cuenta Fernando que recorriste el catálogo a detalle, que se reunieron varias veces y que entonces, con una enorme «sensibilidad, el ingeniero dijo: vamos a trabajar para que sea un museo». Dicho y hecho, allí están abiertas las puertas de la casa-museo (la entrada es gratuita) de este gran coleccionista, amante no nada más de antigüedades y libros, sino también enamorado de la vida, de la música, de las redes sociales que descubrió antes de morir y del «patrimonio perdido» de la Ciudad de México. Como sabes, Carlos, extrañamos mucho al «niño Guillermo». Desafortunadamente, murió muy joven, un 10 de noviembre de 2013. Apenas tenía 57 años y muchos siglos de cultura. No tuvo tiempo de consolidar su fondo de fotografías del siglo XIX y principios del XX. Tampoco se enteró que ganó las elecciones presidenciales López Obrador a quien admiraba tanto. Ni supo, que después de él, muy pronto moriría su hermano Rafael, a quien tanto quiso. Estoy segura, sin embargo, que se encuentre donde se encuentre Guillermo, sabe que gracias a ti y a Fernando su hermano, ahora su casa es un museo y que todos sus tesoros están muy bien resguardados. Qué tranquilidad ha de sentir, Guillermo, de saber que allí están sus libros incunables, muy bien guardaditos, como La grandeza Mexicana, de Bernardo de Balbuena (1604), Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo (1632) y La historia de la conquista de México, de Antonio Solís (1684), además de las primeras ediciones autografiadas de El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, el borrador mecanografiado de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez y las primeras ediciones de toda la obra de Sor Juana Inés de la Cruz, además de los 13 mil títulos y 20 mil volúmenes de la biblioteca personal de Guillermo.
No me resta más que decirte desde el fondo de mi corazón, gracias, Carlos.