Una chica sube al colectivo, lleva el pañuelo verde atado a su mochila, yo también llevo uno. Es temprano, hora pico. La chica se acerca, nos miramos y sonreímos aunque no nos conocemos. Es hoy, me dice y pasa para el fondo. Los pañuelos son un guiño hermoso de complicidad, puro símbolo. Y hoy la felicidad es tal que no se contiene: se saluda a quien no se conoce, se abraza a la que está de verde, hay confianza. Nos tenemos.
Llego a mi trabajo y lo primero que hago es abrir varios sitios de noticias. Todos los medios aclaran que el final es incierto y los contadores pronostican 125 en contra, 119 a favor y 13 indecisos. Aunque parece la tabla del partido de algún deporte extraño, esos números indican la votación de los diputados del Congreso de la Nación por la ley de despenalización del aborto. Y los pañuelos, que además de ser verdes tienen inscripta la leyenda “educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir”, son el símbolo de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.
Arranca el debate en diputados y siento un nudo en el estómago que, a lo largo de las horas va a ir creciendo. Hago como que despacho expedientes pero mi cabeza está en la votación. Actualizo las paginas cada dos minutos. Tenés un termo abortero, le digo a Gastón señalándole el color del termo con el que tomamos mate todas las mañanas. Hace días que veo verde en todos lados, es el único color que distingo. Las carpetas de los expedientes son verdes y los papelitos para tomar notas y el marcador, todo es verde pro aborto legal, seguro y gratuito. Actualizo. La diferencia se achica, pero seguimos por debajo. ¿Y si no sale? Leo un expediente pero no retengo. Y si no sale, pienso, igual valió la pena. Cada debate entre amigos, familiares, compañeros de trabajo valió la pena. La sociedad ya no es la misma.
Unos doscientos clicks de actualizaciones después, salimos del trabajo con Estefi, gran amiga y compañera, y vamos para el Congreso a encontrarnos con el resto de las pibas para acompañar el debate que está sucediendo adentro, en la Cámara de Diputados. En el camino vemos las caras de emoción de todas. Somos muchas, muchísimas. Mujeres con las caras pintadas de glitter verde y pañuelos atados al cuello. Mujeres en grupos, con niños, mujeres solas, jóvenes, adultas, mayores, mujeres con carteles, con banderas. Suenan bombos, canciones con letras feministas, risas, gritos. El olor: a choripán, ese humo de parrilla que llena el alma. La calle hoy es nuestra. Y es una gran fiesta.
Nos reunimos con nuestro grupo en la estación del subte D. Amigas, amigas de amigas y hermanas, somos un montón. Empezamos con el mate calentito que trae Emi y compramos algunos panes rellenos. Está atardeciendo y hace frío, estamos todas envueltas en varias capas de ropa. Mientras Emi ceba la ronda de mates, Valen nos pinta los labios con un lápiz labial que trajo Agus. También están Frei y Marta. Algunas avisan por mensaje que están llegando, que hay demasiada gente en la calle.
Es la primera marcha a la que viene Valen, mi hermana más chica. Pienso que a mis dieciséis años ni siquiera sabía que tenía estos derechos y Valen hoy, a esa edad, no solo sabe que los tiene, que le pertenecen, sino que también está acá, junto a nosotras, exigiéndole al Estado que libere a las mujeres de la obligación de ser madres contra su voluntad y saque el aborto de la clandestinidad, para que pueda ser realizado de forma segura. Todo esto es para ellas y para las que vienen detrás. Para que podamos decidir sobre nuestros cuerpos. La maternidad será deseada o no será, dice un cartel por allá, y la chica que lo sostiene va del brazo con una mujer que podría ser su abuela.
La plaza del Congreso está dividida por una gran valla que separa las dos convocatorias. Los que están a favor del aborto clandestino, es decir en contra de la ley de la interrupción voluntaria del embarazo, que se autodenominan pro vida y se identifican con banderas argentinas y fetos hechos en papel maché. De su lado de la valla apenas llegan a juntar un poco gente alrededor del escenario. Del lado verde llegamos a ser alrededor de un millón de personas, repartidas en las calles aledañas al Congreso porque el espacio asignado se colapsa en las primeras horas de la convocatoria. A pesar de las diferencias, todo transcurre de forma pacífica.
Las más pibas del grupo quieren agitar y van al escenario donde toca Miss Bolivia. Con Estefi nos quedamos tomando vino donde no hay tanta gente. Al rato vienen Sofi, Mery y Julián. Ya es bien de noche y hace un frío polar. Nuestras familias nos escriben apoyando la convocatoria. Mamá pone en el grupo familiar un vamos las chicas lleno de corazones verdes.
Pasan los encuentros, los vinos, las charlas. Van más de quince horas de debate en el Congreso y aún falta. Del otro lado, del lado del feto en papel maché, ya no queda nadie. De este lado algunas pibas preparan carpas para pasar la noche, y cuando la gente se empieza a ir, se envuelven en bolsas de dormir y en mantas gigantes alrededor de las fogatas que arman en la calle. La alegría sigue, pero se hacen algunos silencios cuando preguntamos por los votos. Seguimos abajo y cada vez quedan menos indecisos por convencer. Leemos en los diarios las perlitas de la votación, algunos argumentos graciosos de los diputados en contra de la ley. La diputada Regidor Belledone comparó a las mujeres embarazadas con perras, el diputado Grande con marsupiales, el diputado Olmedo sugirió que en caso de que se aprobara la ley debía considerarse la creación de un cementerio de fetos, y la diputada Bianchi advirtió sobre el posible tráfico de hígados y cerebros de fetos. Eso sin mencionar que el diputado Massot para defender su postura arguyó los derechos humanos del feto y lo vinculó con la última dictadura militar. Apuntó contra el diputado Juan Cabandié, hijo de desaparecidos que nació en la ex ESMA y advirtió que “nunca en democracia nos animamos a tanto Juan, ni en democracia ni de otra manera. Tampoco en ese momento nos animamos a tanto.” El diputado Orellana también eligió esa línea de argumentación para justificar su voto negativo y dijo que si las mujeres que parieron en la ESMA hubieran abortado, “varios de los diputados que están acá hoy no estarían”. Del otro lado, no solo hay una plazaya vacía de gente, sino también una postura vacía de contenido, de argumentos y de empatía.
El frío acalambra los pies y a cierta hora de la noche vuelvo a mi casa. Me acuesto tarde, tardísimo, y duermo mal o no duermo directamente, ya ni sé. Y al día siguiente, bien temprano, ni bien abro los ojos, reviso el celular. Actualizo. Van veinte horas de debate en el Congreso y todavía no hubo votación, el conteo indica que seguimos abajo. No hay mensajes de mis amigas, y pienso que duermen o están como yo, en mute.
En el bondi al trabajo creo que escucho algún tema de Charly y cuando llego saludo sin entusiasmo a mis compañeros. Abro páginas. Actualizo. Mute. Actualizo. Pasan unos minutos hasta que Santiago todo emocionado me grita desde su escritorio que actualice, que ahora sí, actualizá, que no viste lo último que salió. Y actualizo y sí, parece que se nos da, que algunos diputados revirtieron su voto, lo acaban de anunciar por Twitter y ahora puede ser que sí, pero de todas formas hay que esperar la votación.
Uno de los últimos discursos me hace llorar cuando la diputada Lospennato nombra a las mujeres que han luchado para llegar hasta acá. Subo el volumen del celular. Se abre la votación, ni Santiago ni Estefi están así que me toca verla sola en mi escritorio. Respiro, el nudo sigue. Y después de veintidós horas de debate, así, como si nada, como si fuera una cosa más: ganamos. La pantalla marca primero 131 a 123, después ante el reclamo de algunos diputados por mal conteo se corrige a 129 a 125 y una abstención. Ganamos. Tenemos la media sanción de la ley. Ganamos por cuatro votos que ningún medio adelantó. Estefi tiene la cara roja, le tiembla la voz. Me cuenta que en el ascensor se abrazó con una chica que no conocía, que no podía más de la emoción. Nos abrazamos. Las dos sabemos que es un abrazo de gol que nunca nos vamos a olvidar y lloramos y nos reímos al mismo tiempo. Estamos viviendo en un presente tardío, un presente que es en realidad una cuenta pendiente a todas aquellas mujeres que dejaron su vida en abortos clandestinos. Y es, a la vez, un presente lleno de alegría que está luchando por un futuro sin desigualdades entre mujeres, un futuro sin el peso de la culpa por las decisiones que tomemos sobre nuestros cuerpos, un futuro con educación sexual para poder decidir, un presente alegre por estar dando un debate que nos merecemos hace mucho tiempo.
El jueves todas las redes sociales se tiñen de verde. Y eso que todavía falta la otra media sanción de la Cámara de Senadores y después la aprobación del Presidente, que tiene posibilidad de vetar la ley, aunque ya adelantó que no lo va a hacer en este caso. Nosotras nos tenemos fe. Los senadores saben que ya no hay vuelta atrás. Que somos muchas que vamos a ir a la plaza todas las veces que haga falta para reclamar por lo que es nuestro.
Que sea ley. Ese es el grito de todas.