De las exportaciones mundiales de bienes y servicios con mayor valor agregado, el 6% se hace desde Latinoamérica. Nuestra limitada aportación no es porque nos falten factores de producción. Es que aquí, nuestros factores no son lo suficientemente productivos. Necesitamos contratar a 10 trabajadores para producir una televisión cuando en las otras regiones necesitan 3. Y así con todos: tierra, capital, etc. Somos por lo tanto más caros. Además, como en cuanto nos quieren comprar, vendemos -somos más cortoplacistas que el resto para recibir los beneficios- tenemos menos margen de maniobra para hacer atractivos nuestros productos y aumentar su valor en el mundo.
El coste para nosotros es enorme. La productividad es la responsable de que nuestro Índice de Desarrollo Humano sea un 25% menor de lo que podría ser y de que nuestro PIB per cápita haya crecido un 30% menos de lo que debería haber crecido. Hemos ido mejorando, eso sí, en particular en el siglo XXI, cuando hemos dado un enorme salto sobre todo por un capital humano cada vez más capaz. Avanzamos pero claro, también mejoran los otros, con lo que no llegamos a alcanzarles. Somos como la zanahoria y el conejo.
También para los demás es una pérdida. Nuestra aportación al valor global que se crea cada año en el mundo está por debajo de lo que podría ser. Considerando lo que tenemos y lo que somos, podríamos estar aportando en todos los ámbitos más. Deberíamos estar generando más competencia entre las empresas, haciendo más aportes a la ciencia. Contribuyendo en definitiva a una globalización con más insumos para hacerla mejor.
Y ¿por qué somos tan poco productivos? El BID resume las respuestas en la informalidad de los mercados de trabajo, el pequeño tamaño de las empresas, la baja tasa de ahorro, la brecha de infraestructuras o la insuficiente internacionalización. Podríamos aportar muchas otras. Ahora sólo nos queda priorizarlas y, con las políticas adecuadas, transformarlas en una oportunidad.