Un extraordinario azul cobalto lo tiñe todo con el aspecto de la felicidad; la exuberancia de los verdes insisten en el trópico al paso; el aire translúcido todo lo muestra exacto y con su mejor brillo; muy pocos carros circulando, aun menos transeúntes, una calma desconocida por muy 3 de Enero que sea… la paz de la desolación de las calles aliviadas del tráfico que ha dejado de ser usual, tenía sin embargo un dejo de tristeza, la que se sospecha encerrada en los apartamentos del boulevard de El Cafetal. Una atmósfera de tiempo detenido, cual escenario de “manequin Challenge”, la ciudad en modo pausa, con el único sobresalto de los enormes huecos en el asfalto a esquivar, y el sistema de alerta siempre encendido por si algún carro insiste en ir detrás, o por si alguna moto se acerca demasiado…
Pero al llegar a los predios del Cementerio del Este, nos encontramos con todos los carros de Caracas. Después de la cola graneada en la entrada, la muerte no tiene hora fija, finalmente accedimos al área de estacionamiento, también repleta de carros. Las capillas velatorias, a su vez, repletas de gente. El tono de la conversación, altisonante, muchas sonrisas, aquello parecía una fiesta. Más arriba, más capillas, más carros, más gente, muchas flores en el campo santo. La animosidad de la tertulia, la alegría del re-encuentro de viejos amigos que coinciden poco, más sonrisas y risas, dejan poco espacio a la tristeza… más que un velatorio parecía una reunión social. Porque ahora la muerte es la que convoca y obliga en Caracas. Porque de tanta tristeza ya no queda espacio para más. Porque si es de muerte natural y después de viejo y con mucho hecho en el pasado, más bien es motivo para celebrar. Porque ya no nos encontramos y verse es un placer. Porque de lo poco que nos hace salir de nuestras casas, están los velorios y los entierros. Porque la muerte es lo que más sucede. Porque son varias las ONGs que coinciden en la cifra de 30 mil muertes violentas y 60 mil heridos en el 2016 de Venezuela.
La gran cantidad de tierra recientemente removida en las distintas parcelas de las terrazas del cementerio, tan repletas de tumbas que es difícil caminar sin pasarle por encima a unos cuantos de los que ya no están, de muerte reciente, de todas las edades… las muchas flores frescas que adornan las numerosas tumbas, dan cuenta de la gran circulación, del mucho uso. Lo que tardan las familias en poder velar a sus muertos después de muertos, acusan el negoción que la muerte se ha vuelto en Caracas. Y la manera en que se viven los muertos, nos cuenta lo instalada que está la muerte en la vida de esta ciudad.
Los recuerdos vuelven a la vida, gracias a la muerte de un ser querido; los afectos se re-establecen por un velorio, en la sencillez de lo humano que enfrentado a la muerte, no se hace de adornos. Es triste la despedida, es alegre la bienvenida de la solidaridad, la conmiseración, el compartir del pésame. Y como nuestro gentilicio se acomoda mejor a la alegría aunque el tema sea la muerte, preferimos sonreír al menor chance. Una cultura que enternece y que se niega a morir.
En los días de las compras de navidad, los centros comerciales estaban vacíos. La poca gente que había llevaba si acaso alguna bolsa pequeña, la mirada ausente, es poco el apetito que despiertan las vitrinas vacías. La gente se acumulaba en otros sitios en el diciembre de Caracas, alrededor de los basureros, en las colas adosadas a las fachadas de los supermercados y abastos, en las taquillas de los bancos… y en el cementerio. Donde comienzan los días del año nuevo bajo el sol radiante y las ganas de seguir, de los que insisten en sobrevivir en la Caracas de cielo azul y brisa fresca.
Pasó que se detuvo “el progreso” en un país que iba hacia delante sin miramientos, y pasa que se nos devuelve el paisaje que insiste en la transparencia a pesar de que vivimos momentos muy opacos, más aun, oscuros. Instalados en la impermanencia, la incertidumbre, que han acabado con todas las certezas, con la vida amenazada cotidianamente, pareciera que son los muertos los únicos que logran descansar en paz bajo la protección multicolor de las flores que les ofrecen sus familiares… y el cementerio se vive de otra forma, es de los pocos espacios públicos protegidos donde se puede coincidir. Quebrantadas las seguridades, quebrada la esperanza, la muerte se vive de otra manera… más apegada a la vida. Las guacharacas se acercan a la gente sin temor, el Gonzalito de amarillo radiante se come los gusanos de la palmera, hay un mono suelto en el Cementerio del Este, salvaje, la naturaleza se recupera, a pesar de los maltratos, la gente sonríe, a pesar de los pesares, y pareciera que todo esto, nos señala un camino.