En mi casa siempre escuché a mi mamá decir que el título de una universidad pública “valía más” que el de una privada, por aquello que las primeras tenían más renombre que las segundas. Irónicamente, en la educación básica funciona al revés: los colegios privados son mejor vistos que los públicos.
Estudié el colegio y el bachillerato en un colegio privado. Luego tuve la suerte de poder estudiar en universidades de ambas modalidades (Derecho en la Universidad de Carabobo que es pública y Psicología en la Universidad Arturo Michelena que es privada), y debo decir que no sé si mamá tenía razón.
Lo primero que llama la atención es el cambio de criterio, hasta una etapa lo privado es lo mejor y luego lo público. ¿Qué sucede aquí? Como yo lo veo, hay dos factores.
El primero es la facilidad de ingresar a las instituciones. Cuando los padres de un niño quieren inscribirlo en un colegio privado, lo primero que tiene que hacer esta criatura de 6 ó 7 añitos es presentar un examen, para ver si sus aptitudes están acorde a las exigencias de la institución. Antes sólo examinaban al niño y entrevistaban (algunos colegios) a los padres. Por lo que he escuchado, ahora parece ser una feroz competencia donde hay hasta informes de evaluación psicológica de los niños.
Por otro lado, en los colegios públicos, reina el azar y la desidia. El criterio de inscripción creo que no va más allá de la edad requerida para el grado y que el salón, que suele ser numeroso, no esté copado.
En las universidades públicas solían haber exámenes de admisión bastante complicados, para los cuales las personas hacían cursos de preparación. En cambio en sus homónimas privadas, el criterio de admisión era más laxo.
El segundo factor que hace la diferencia es el tamaño de las poblaciones, que es consecuencia de lo primero. Mientras más grande la cantidad de gente que se forma en un instituto, menores las posibilidades de que la educación sea de calidad.
Desde mi experiencia, creo que más allá de debatir si la calidad de las instituciones depende de si pertenecen a un sector u otro, creo que lo más relevante es revisar cómo manejar a la población. Ni exclusión ni inclusión totales son la respuesta a este dilema que no sólo ocurre en Venezuela, sino aplicar el concepto más puro y antiguo de justicia: Dar a cada uno lo suyo.