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Profesores en Quiebra

Los alumnos, bueno, como suelen ser los alumnos, casi todos lograban respetar el silencio, algunos cuchicheaban, pero con el debido respeto. Sus caras colgaban flácidas de las sienes, algunos bien compuestos, otros perplejos y obstruidos, más de uno  estulto sin remedio y más de otro de una indiferencia disimulada. Algunos, tal vez los menos, iban aclarando las ideas en su silencio, en cambio otros, los extraviados de toda luminosidad, iban quedando también en el silencio, pero en silencio de un espacio baldío, en ese espacio insípido que cae de una voz hueca al final de una sala llena de otras tantas caras igual de perplejas o estultas o indiferentes. Aunque a decir verdad, esto no es para nada tan terrible, después de todo la mayoría cuando es alumno tiene la misma cara cuando un mequetrefe de ceño encogido se para delante de uno y le da rienda ancha a su lengua larga. Lo terrible en cambio, es la paupérrima retribución por el majestuoso amor con el que el mequetrefe de lengua larga es recompensado. Un profesor, si bien a veces malentendido, medio jodido, a veces incierto, a ratos fatuo e inclusive a veces medio dormido, se para delante de un bulto de gente que muchas veces no quiere escuchar lo que tiene que entender ni quiere saber lo que no pretende escuchar. Pero él, intachable de su experta mano que remedia la ignorancia, se lanza con su mejor verborrea a intentar enmendar la ceguera de sus alumnos perplejos o estultos o indiferentes o quizá encender la sabiduría de los ya bien encaminados. Cualquiera pensaría que con tal determinante labor, un profesor debería ser el mejor recompensado de los trabajadores de cualquier medio, después de todo son los estandartes de la esperanza del futuro de cualquier patria. Pero como en todo, y siguiendo la tendencia de nuestras roídas costumbres mercantilistas, hasta los profesores se han transformado en material de la oferta y la demanda.

De esta realidad ha surgido una nueva tendencia de explotación y abuso en los mercados universitarios. Si bien ya es sabido y bien sabido que los profesores de colegios de países del “tercer mundo” son mal pagados, explotados, mal mirados y de derechos más bien torcidos, un ciudadano normal y corriente podría asumir que un profesor universitario está mucho mejor situado. Especialmente si tal profesor universitario imparte sus conocimientos en universidades en países del “primera mundo”, como lo es Estados Unidos. Lo cierto es que si le diésemos una mirada simple a los aconteceres de cierta población de profesores de EEUU, la realidad es de poca esperanza.

La moda común de la generalidad de las instituciones de educación de América hoy en día es contratar a profesores adjuntos por sobre profesores de tiempo completo. La mayoría de los profesores adjuntos, según generalidades sindicalistas de las propias instituciones, sólo pueden ofrecer un máximo de dos clases por semestre. Los profesores adjuntos no tienen derecho a ningún beneficio ni tienen asegurada su permanencia en las universidad cada siguiente semestre. Inclusive, es tan improvisada su actuación como profesores que no se enteran que clase impartirán sino hasta después de que los profesores de tiempo completo hayan terminado de ordenar sus horarios. Entonces, las clases restantes para cualquier determinado semestre, son repartidas entre los profesores de medio tiempo que se las pelean como viles carroñeros de un hambre de vida o muerte. Para más espanto, la repartición de las sobras no acontece sino hasta una semana antes de que se le dé comienzo al semestre. Tiempo bastante vago como para que un profesor pueda preparar una determinada clase si no la ha impartido con anterioridad.

En cuanto a lo monetario, las esperanzas son igualmente escuálidas. Un profesor adjunto en una universidad de mediano prestigio a penas, y se las arregla, logra pagar una renta media en las grandes ciudades como Nueva York o Boston. Los números son fatales, con un máximo de cuatro clases por año, un profesor aspira, en su mayoría a veinte mil dólares, claro, sin ningún tipo de beneficios médicos, dentales, ni ahorros para la jubilación. Obviando, sin embargo tales beneficios y enfocándonos en los gastos de la vida cotidiana, y si evaluásemos la ciudad de Nueva York como nuestro ejemplo, donde el promedio de un departamento de un dormitorio está evaluado entre los mil quinientos y los dos mil dólares, entenderíamos que tal sueldo vagamente alcanza para pagar la renta. Por ende todos los profesores adjuntos necesitan otro sueldo para poder subsistir. 

Hay por cierto, los que se dedican a trabajar tiempo completo en la industria y medio tiempo en las universidades, de ellos los ingenieros, doctores, abogados, etc.  Sin embargo qué vamos a decir de los graduados con un doctorado en literatura, para los cuales la demanda de sus servicios está únicamente ligada a la docencia y que encima de todo, con más de diez años de estudios, sus deudas se encaraman si no a los cien mil dólares, a números muy cerca de esa cifra. Por eso es que te puedes encontrar a tu profesor que en la mañana te hablaba de Kafka, de Cervantes o del boom Latinoamericano y en la noche te sirve un Cosmopolitan sin rocas en el bar de la esquina. Para los profesores no solo se vuelve un desafío pagar la renta, llenar el buche y comprar tomates, sino que se torna aún más dificultoso preparar clases con tiempo, organizar material innovador, discernir con respecto a los avances de sus alumnos, de sus debilidades y vislumbrar como se puede proponer mejoras al sistema educativo. Pues  lo primero, en la mente de la mayoría de los profesores en muchas de las universidades a lo largo de la ciudad de Nueva York, no es como le hace para que sus alumnos se motiven y se interesen en los temas de trascendencia, la mayoría piensa en cómo llegar a fin de mes.

De todos modos y, a pesar de esto, se habla de la calidad de nuestra educación, como si en realidad tuviera alguna preponderancia en nuestras cortes de moral. Esta crisis no se ha generado por accidente, la educación en decadencia de nuestras aulas es un reflejo de los desfalcos de las arcas federales y estatales por las cabecillas adineradas de este país, por los inmensos gastos en guerras estúpidas, y por la poca sensatez de poner todo, es decir, absolutamente todo a merced de entes del mercado. Las universidades estatales por ejemplo, en donde este tipo de costumbre, la de contratar a profesores adjuntos, ha sido insertada de manera rigurosa con tal de ahorrar los gastos de seguros médicos, de desempleo, de vacaciones y de jubilación a los académicos, están siendo amenazadas con cerrar sus aulas, pues a pesar de ofrecer educación de bajo costo a miles de ciudadanos que no tienen los medios para pagar Columbia o NYU, implican un gasto, según los mandamases “injustificable” para las arcas públicas. Es que según los números, que representan al Todopoderoso en materias de mercado, si un laboratorio de química implica más gastos de los que arrojan las ganancias de las mensualidades de los alumnos que se benefician de tal laboratorio, entonces es un negocio que no cunde, un negocio injustificable. Lo mismo podríamos decir si un hospital al final de año arroja perdidas pues tiene menos enfermos de los que se habían pronosticado y en lugar de cien mil, se enferman setenta y cinco mil, ¿deberíamos estar contentos o deberíamos estar ofuscados pues no hubo suficientes clientes? En una universidad pública, como si estos adjuntos no tuvieran ya suficiente presión, se les amenaza con que en cada una de sus clases, un máximo de alumnos de entre dos o tres pueden ser reprobados cada semestre, pues de no ser así, la universidad pierde alumnos y por ende, ¡pierde clientes! ¡Tal cual un mercado que vende papas! Es decir, con tal de mantener los gastos en guerras y los desfalcos, nuestros señores mandatarios nos exigen que trabajemos sin seguros ni beneficios y que graduemos a cualquiera que se presente en nuestras aulas, así sea el menos adecuado para una determinada profesión, todo con el fin de ahorrar en educación lo que quieren gastar en guerras ilegales. Yo creo que tienen que tener una cara de palo de dos metros y medios como para plantarse frente a un país y hacer desangrar a sus ciudadanos a costas de cualquier cosa, inclusive en desmedro de la decencia de sus profesores y de la educación de sus profesionales.

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