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Primer día de Facebook

El primer día del año sucede acolchado y sin espasmos: descanso de panetón y Toddy, o pan de jamón si aún queda… en el más acontecido de los casos, chupe en casa de amigos o primos, antes de regresar a los cojines y demás cariños, y ni hablar de los reclamos. ¡Es el primer día del año, hay que arrancar con buen pie! Toda la frustración de las expectativas no satisfechas durante las fiestas navideñas se calla en disimulo pues es normal que nadie quiera pensar en lo malo pasado sino en lo bueno por venir, justamente este día. Te abandonas al frágil bienestar que te da no pensar, cambiar de canal sin mirar, leer un rato y dormir sin soñar, desplazar el dedo sobre la pantalla del teléfono casi al descuido, por enterarte de todo sin enterarte de nada, hasta que algún detalle aparentemente insignificante atrae tu atención. El vouyerismo inocuo de espiar felicidades ajenas a través de las fotos que postea en las redes, entretiene a muchos de los muchos que no quieren quitarse la pijama el primer día del año. Cómo culparlos si todo está cerrado, no hay centros comerciales para caminar ni función en los cines, mucho menos teatro. Digamos que está justificado acudir a cualquier otra fuente por armarse de historias ajenas para escapar de las propias. En cualquier caso, ahora hurgar en las fotos de gente que no conoces es tan fácil, que muchos ceden a la curiosidad que te conduce hasta la mesa servida en la casa de un extraño, o cuando abrazado de otros comparte paisajes con gente que parece querida. Con un pequeño movimiento de tu dedo índice puedes rápidamente saber si está casado o es soltera y hasta qué ropa interior usa. La cantidad de likes, el tipo de comentarios que recibe, si tiene post de santos, de manifestaciones y banderas, o de paisajes o mujeres en bikini, tests que revelan la personalidad o tips para la salud, es suficiente data como para hacerte una opinión. Y aunque esa opinión proviene de lo que la persona quiere que pienses, no garantiza que sea la que deseaba la persona hurgada, pues también tiene que ver con los likes, la casa y recuerdos, fotos y amigos, comentarios y militancias del que espía.

Generalmente llegas a los desconocidos porque son conocidos de tus conocidos, y te sirven para entretener tu dolce far niente con inofensivo morbo. Mucho más excitante es toparse con el conocido de hace tiempo que más nunca viste ni supiste. Recuerdas que lo conociste en un viaje a la playa con unos amigos. Y luego lo viste en una fiesta, un concierto… hasta que una noche de ron te dijo que estaba enamorado de ti. Su novia era muy… “libre”. Eso era lo que él decía, en tiempos en que creíamos que podíamos cambiar el mundo  aunque ella, la novia, lo que hacía era oler pega, del fastidio. Ahora resulta que ella se ocupa de un montón de niños. Imposible que sean sus hijos. No basta con ver las fotos, hay que leer los comentarios: es un hogar de niños huérfanos. Entonces, ¿no tuvo hijos propios? Nunca pensé… era tan bella en sus veinte, alguna foto se cuela desde el pasado y la recuerdo como si fuera ayer. La dulzura de su mirada clara de inocencia, sigue intacta. Cuánto se quiere a sí misma, cuánto la quieren los demás, cuántos la quieren y por qué la quieren, a juzgar por lo que comentan amigos y familiares, que no son tantos, y por lo que ella responde y se esmera, me imagino que tiene algo de autoestima pero diría que no suficiente. También tiene gente que la quiere pero tal vez viven lejos o tienen poco tiempo para verla a menudo. Han pasado tantos años sin pensarla siquiera… bueno, después de indagar en su intimidad, yo oculta, ya no necesito verla. La consumí como si fuera una golosina y pasé a otro amigo conocido entre los que comentaron a alguna de sus fotos… y a otro y así, navegandito, me asaltó la duda: ¿cómo es que hay tanta gente feliz en Facebook? Tanto amor fotografiado, tanto piropo cuesta arriba, pura risa, copa en alto y Santa Klaus… ¿será que la única que ha envejecido y está sin trabajo o tiene un cuñado insoportable o una hermana que emigra, o un hijo ingrato y una suegra entrometida, o una nuera dominante, un abuelo muerto hace días, unos kilos de más… eres tú… soy yo…? Nadie se quiere quedar atrás, todo el mundo se esmera en mostrar lo bien que la pasaron, ¿qué importa que todos sonrieron sólo para la foto? Nadie quiere que los demás piensen que no le sobran los motivos para celebrar.

La inevitable matemática de mirar al otro que es compararse, nos llena de razones para no decir la verdad. Si pareces más, te apena. Si te sientes menos, también lo escondes. Haces que no te importa o que celebras el éxito ajeno o te esmeras para que crean que tú tienes tanto o más. Y aunque te cueste disimular el verde de la envidia, al momento de la foto, queda convenientemente solapada detrás de la sonrisa y del pecado no queda rastro, no importa que todo el mundo se haya dado cuenta, ni que el primero de enero todos lo comenten en la llamada del ¿cómo amanecieron? de rigor. 

No digo con esto que lo que encuentras en las redes sociales es mentira. Muy por el contrario es la plataforma que sirve para exponer toda la verdad que quieres que se sepa. La verdad de tus anhelos, aspiraciones y deseos que muestras, es lo que queda, lo que cuenta a la hora de contar. Allí la crónica, el vestigio, la prueba. Todas las aspiraciones se vuelven verdad con un click y un upload. También sirve to follow… las hallacas te engordan menos si sigues a una fanática del deporte en Instagram, que te pone a sudar con todo el ejercicio que postea en tu inconsciente. Cada foto, cada consejo, cada tip de alimentación sana, paleo, vegan y gluten free of course, satisface tu disposición a hacer ejercicios sin necesidad de mover un músculo. Que no rebajes ni un gramo es harina de otro costal. 

Otro de los beneficios de las redes sociales es que facilita la reunión en familia. Después que cumples con sonreír para la foto mostrando la tajada de pavo o pernil en tu plato, se sobreentiende que todo el mundo tiene derecho a usar su teléfono con la excusa de compartir la foto y es así como ahora se escapa sin riesgo de las impertinencias de la cuñada o de los chistes antiguos de doble sentido subidos de tono del suegro. La infeliz discordia que sucede en tiempo real y físico se alivia cuando te conectas y huyes de lo que no quieres vivir del momento. Nadie te puede reclamar cuando te conectas con los familiares que no están y que cada vez son más. Te justifica el cariño que sentimos todos. Que de paso te tropieces con el mensaje que nunca es urgente pero lo parece, es inevitable y así pasas agachado, sin darte cuenta de lo que sucede en tu entorno, protegido de los que te rodean. Dejas claro que es en otro sitio y con otra gente con quien te gustaría estar. Todos lo entienden y lo hacen. Cada uno pegado a su teléfono. Nadie quiere sentir el desprecio del que no despega los ojos del suyo, nadie se quiere sentir menos, yo también tengo un mejor sitio en otro lugar y una gente que me gusta más… Y es así como nos hemos ido acostumbrando a estar reunidos sin estar juntos. El horror de la incomunicación comunicada de nuestros tiempos, que no se ve en las fotos de la familia felizmente reunida en Navidad, queda sin embargo evidenciado en la enorme cantidad de fotos que se montan cuando entra el Año Nuevo y te abrazo después que mande la foto.

Se ha dicho mucho sobre el tema pero no tanto como para asumir el terrible retrato que este fenómeno hace de nosotros mismos y nuestros miedos. El miedo a estar solos nos aleja de los que nos acompañan. Es un drama anunciado, tan constitutivo y asumido en la forma de ser que nos impone la tecnología de los teléfonos inteligentes, que si formara parte del branding, estoy segura que no bajarían las ventas. Simplemente, no nos importa. Cada día nos importa menos, cada día hay más personas conectadas… y enfermas. Y aunque es brutal la soledad de estar pegado al teléfono, la tristeza que surge del vacío, no acaba sino que aumenta las ganas de desplazar el dedo sobre la pantalla para sentirnos acompañados. Aunque sea en un mundo paralelo. 

En tiempos en que son muchos los que se esmeran en mostrar la cuenta regresiva de la vida del planeta, las historias de mundos paralelos se ha vuelto el tema, imaginería recurrente. Son muchas las películas que salen por año aunque no sea verdad que hay Another Earth donde se puede volver a vivir lo que vivimos mal, ni que el control de la relatividad del tiempo y el espacio nos permita encontrar otros mundos después que acabemos con este, aunque lo vivamos en tres horas de viaje Interestelar. Si bien es cierto que la sospecha de que existe otro mundo, que sucede a pesar de que no lo sabemos, nos acompaña desde siempre, ahora parece cobrar más fuerza, como si proviniera de una necesidad. Es verdad que el mundo de los muertos ha servido desde tiempos de religiones y oscurantismos, no sólo como aliciente para portarse mejor en esta vida, sino para entretenernos desde Drácula hasta los vampiros que pueblan las pantallas grandes y chicas de nuestros días. También el mundo de los fantasmas, aunque no está viviendo el mejor de sus momentos, después de Ghost o Ghost Busters sigue vigente en The Others, Birth, The Sixth Sense… como catarsis que nos libera de responsabilidades y temores.

Lo que sí nunca imaginamos es que el otro mundo que sucede en las redes sociales, a nuestra imagen mejorada y semejanza de nuestras aspiraciones, llegara a afectar nuestras vidas hasta sustituir la realidad, acecinando (con C) la ilusión de alcanzar lo que soñamos, y liberándonos de la obligación de vivir en relación de respeto y responsabilidad con los que nos quieren y tenemos cerca.

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