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Preguntas obvias para un pueblo cínico

¿Cuántas bombas de gas son necesarias para hacer del arte un obstáculo?

Así, sin mayor preámbulo, prefiero abrir este artículo. Es sencillo: recordemos los eventos de febrero, de marzo, de abril; fueron aquellos días en los que Venezuela se vio envuelta en todo tipo de humo. Tanto las fuerzas del Estado con sus métodos de dispersión de masas, como la base más ignorante de la disidencia con sus incendios de escombros y chatarra, hundieron el país en humo. Fue el país, por unos meses, un gran cenicero, dejando apenas entreverse a través de unas cuantas vías ahuecadas de asfalto.

¿Estoy diciendo con esta crítica que las turbas profesadas fueron un inmenso sinsentido? No. Desastrosas, indudablemente, pero sentimientos nobles se manifestaron entonces. Aun cuando el tema devino en una extraña lucha de egos e intereses políticos, las reivindaciones estudiantiles expresadas y las violaciones de Derechos Humanos condenadas no merecen refutación alguna. Qué va. Hasta yo, como estudiante de la Católica, me vi participando fervientemente al lado de mis compañeros de aulas.

Ahora, hubo una serie de acciones del todo reprochables que se dieron en estos días. Y fueron, más que un intento de expresión o llamado a la lucha, una gran hipocresía por parte de los disidentes. De nuevo: ¿cuántas bombas de gas son necesarias para hacer del arte un obstáculo? Con el aumento de los encuentros policiales, de las aisladas guerras de avenida, se vieron rayados varios íconos de la ciudad. El mural de van Dalen en la autopista, el famosísimo Obelisco de Altamira y la estatuilla de Codazzi en Prados del Este son los primeros ejemplos que vienen a la mente. En este instante, las dos primeras obras se ven relativamente restauradas (relativamente: afincando la mirada, uno puede notar los ‘S. O. S’ que hicieron del Obelisco una gran vara de inmundicia). La última, sin embargo, se mantiene adulterada, mostrando varios mensajes de ‘Paz’ a lo largo del busto.

Y pregunto: ¿realmente se logra la paz al corromper los pocos rasgos de belleza que mantiene Caracas (por tan solo mencionar la ciudad en la que viví el desarrollo de los acontecimientos)?

Previamente mencioné que esta serie de rayados fueron un acto de hipocresía. Haciendo énfasis en ese punto: ¿tanta crítica al gobierno, a la proliferación de los barrios que oh-afean la ciudad, a la basura regada por las calles, para formar parte de la misma crítica? Pero ya, basta de preguntas, ha sido, he sido suficiente. Concluyamos.

Es innegable que la tolerancia, así como la libertad de pensamiento y expresión, son, más que derechos inherentes, virtudes humanas. Y es innegable, de igual manera, que son estas virtudes devaluadas en la comunidad venezolana. Por ende (y ya voy sonando como un profesor de primaria, qué los dioses me compadezcan), se está en toda razón para protestar por ellas, para querer hacerlas reales en nuestra sociedad. Pero es necesaria la coherencia, como todo buen sistema filosófico, y de nada le sirve a un sector de la población buscar un bien si lo contradice mediante su misma búsqueda. Seamos coherentes. No pisoteemos nuestros logros si queremos un mayor logro. No nos pisoteemos a nosotros mismos si nos queremos.

Esto es, asumiendo que nos queremos.

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