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¿Por qué unos sí y otros no?

La salsa que buena para el pavo lo es también para la pava

(Refrán popular)

I

Las tropas nazis invadieron Polonia la madrugada del 1° de septiembre de 1939 para reivindicar la ciudad de Danzig, que de acuerdo a los tratados posteriores a la Primera Guerra Mundial (1914-1918) gozaba del status de «ciudad libre». En 1941, Reynhard Heydrich recibió una orden de Hermann Göring para preparar lo que entre los nazis se llamó «la solución final al problema judío» y que devino en el asesinato sistemático de judíos en los campos de exterminio. En 1938, pese a la prohibición expresa acordada en el Tratado de Saint Germain (1919) de revisar o revocar la independencia de Austria (con el propósito de evitar cualquier unión política o económica con Alemania), se acordó el Anschluss… 

En mayo de 1940, iniciándose Winston Churchill como primer ministro británico, el vizconde Halifax y Arthur Neville Chamberlain intentaron lograr un acuerdo de paz con el Tercer Reich ante la derrota en Dunquerque (que ciertamente, pudo significar la devastación del ejército profesional británico). Ese acuerdo fue desautorizado por el propio Churchill (que acusado de guerrerista por sus adversarios, pudo ver lo que otros no: la creciente amenaza nazi al mundo libre).

Debo decir que entonces, década de los ’30, el fascismo y el nazismo eran bien vistos en el concierto de las naciones. Mussolini había contenido al creciente partido comunista italiano y Hitler reconstruía a Alemania tras el fracaso de la República de Weimar. No obstante esta benevolencia hacia el totalitarismo, en gran parte por la pusilanimidad de las potencias democráticas, el Tercer Reich ya mostraba su talante inmoral y contrario a los valores y principios humanos desde finales de 1935, con la aprobación de las intolerables Leyes de Núremberg. Obviamente, ya antes, incluso durante la presidencia del Mariscal Paul von Hindenburg (1925-1934), las prácticas nazis desnudaban un talante inaceptable aun en esos años.

El 8 de mayo de 1945, días después del suicidio de Adolf Hitler y otros altos dirigentes del gobierno, el Alto Mando de la Wehrmacht debió suscribir la rendición incondicional de Alemania. En el Pacífico, donde el Imperio Japonés trató de imponer su hegemonía (en función de la teoría del «Lebensraum», propuesta por el geógrafo alemán Friedrich Ratzel y que usaron las potencias del Eje para justificar sus políticas colonialistas), la guerra terminaba después del bombardeo atómico a las ciudades de Hiroshima y Nagasaki (6 y 9 de agosto de 1945).

II

«Sunoticiero.com» publicó una nota según la cual Federica Mogherini afirmó que la Unión Europea «aceptaría la reelección de Maduro en unas nuevas presidenciales». Si esta declaración es verdadera (y me inclino a creer que sí), Churchill nunca tuvo razón y los Aliados se comportaron como criminales contra «el gobierno legítimo alemán». No obviemos que tanto como Chávez aquí (aunque he leído críticas a la comparación entre el régimen nazi y la desgracia que hoy enluta a Venezuela), Hitler reunió a los alemanes  y los austríacos alrededor de su proyecto político, y que, ciertamente, su legitimidad de origen era incuestionable, como lo era también el fervor y la devoción que avivaba su (repugnante) personalidad entre sus seguidores, los cuales se contaban por millones.

La Segunda Guerra Mundial parece hoy un despropósito, si confrontamos las razones que entonces la justificaron con los acontecimientos que actualmente ocurren en Venezuela y el mundo. La responsabilidad internacional no deja de ser mera retórica de líderes para comprar votos. Sobre todo porque la izquierda ha juzgado con la debida dureza los crímenes de los dictadores que ellos tildan de «derecha», pero excusa las mismas felonías cuando estas son perpetradas por los militantes de su causa. A la luz de la verdad Pinochet no fue peor que Castro, ni Hitler más horrendo que Stalin (o la sucesión de premieres soviéticos hasta la disolución de la URSS en 1991). Si nos ceñimos a los planteamientos de los apaciguadores de hoy, bien los que habitan en Venezuela como en el exterior, los judíos no hubiesen sobrevivido al Holocausto ni se hubiesen liberado Italia y Alemania (y Austria) de sus atroces regímenes totalitarios.

No voy a decir que en Venezuela hay una política de exterminio (aunque pudiéramos creer que tienen lugar pogromos planificados desde el poder contra los disidentes), pero la indolencia oficial frente a la muerte de ciudadanos por causa del hambre o de la falta de una adecuada atención médica resulta criminal y cuando menos, justifica la inhabilitación de sus   responsables para el ejercicio de cargos públicos. Por Dios, ¡no son un puñado de tragedias en medio de una crisis transitoria! Sobre todo cuando la élite regente privilegia la compra de armas para reprimir a la gente mientras millones padecen hambre. Y prefiero no adentrarme en las vergonzosas alianzas con criminales y terroristas (pleonasmo que me permito por la gravedad que supone la asociación con estos últimos).

Más de 4 millones de venezolanos han huido al exterior, y algunos lo han hecho a pie por las cumbres andinas. Ya se habla de balseros que intentan refugiarse en Trinidad o en Aruba y Curazao. Ya somos un Estado africano, fallido y miserable, en medio del Hemisferio Occidental.

No, señora Mogherini. Nicolás Maduro no puede presentarse en unas elecciones no porque vaya a perderlas, cosa que salta a la vista si las mismas son limpias, transparentes y confiables; sino porque éticamente resulta inaceptable. No se trata de un mal presidente. Se trata de un dictador que de acuerdo a la ley venezolana ejerce la autoridad de facto, sin que medie una elección válida que legitime su origen ni su desempeño se ajusta a la ley y a los valores democráticos. Se trata de un hombre que, junto a una camarilla de felones, intenta imponer en Venezuela un modelo, unos principios y unos aliados que los ciudadanos no aceptamos. Por esto, no es solo inaceptable su eventual participación en unas presidenciales futuras, sino intolerable resulta también su permanencia en el poder.

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