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Poncio Pilatos o la virtud de mirar para otro lado

Cuando Jesús de Nazaret fue llevado a Poncio Pilatos, prefecto romano de Judea, éste se negó a ejecutarlo alegando que no podía inmiscuirse en asuntos que pertenecían a la jurisdicción de Herodes.

De aquí nos viene la famosa imagen de la ‘lavada de manos’ para significar que Pilatos no podía -o quería- hacer nada. Lamentablemente algo similar ocurre en Venezuela, con un grupo creciente de países e instituciones que abogan por diálogo con la administración de facto de Maduro.

Pero dirijo su atención paciente lector, nuevamente a Poncio Pilatos solo por un momento. Esto para explicar por qué lavarse las manos, en el caso venezolano, no sólo es moralmente reprensible sino además ilegal.

Sabiéndolo o no, el señor Poncio honraba una norma fundamental, más bien, la norma fundamental del Derecho Internacional Público: la no intervención en los asuntos domésticos de otra nación.

En ese entonces, y ahora, el Derecho Internacional está premisado sobre la idea de la igualdad soberana de los Estados. Esto viene a significar que no puede haber un primero entre los pares y que todos son exactamente iguales ante la ley.

Aunque haya Estados más iguales que otros en la realidad, ninguno puede obligar a otro a tomar ninguna determinación por las malas. A esto se le conoce como el derecho de autodeterminación de los pueblos. También refiere a la sagrada virtud de no meterse en asuntos donde a uno no le han llamado. Y en principio son ideas geniales y respetuosas de la dignidad de cada pueblo. ¿no está usted de acuerdo, así en el abstracto?

Excepto porque en la práctica, con triste frecuencia, esos principios han servido de tapadera a las peores atrocidades de la historia humana reciente.

Mil y una veces se ha escuchado a voceros internacionales exigir airadamente el respeto a su soberanía cuando algún otro gobierno o institución osa meter sus inquisitivas narices en la forma en que conducen sus asuntos puertas adentro de la casa.

Lo más terrible es que funcionaba.

O al menos lo hacía hasta el año 1948, exactamente hasta el día 15 de diciembre de 1948, cuando se proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que se vendría a ratificar con la adopción de una avalancha de tratados que le dieron fuerza y entidad a esos derechos.

A partir de ese hito, la soberanía no puede -ni debe- entenderse como una institución absoluta o un muro infranqueable que ciegue los ojos del mundo ante las atrocidades que decide cometer un gobierno contra sus ciudadanos.

Esto por cuanto los Estados firmantes se hacen garantes y corresponsables del cumplimiento de dichas protecciones, no sólo en sus territorios, sino en los de todos los Estados firmantes. ¡Vamos, como un avalista de un crédito!. Si el acreedor principal no cumple, el banco se va contra el avalista.

Entonces ya no se puede gritar soberanía y no intervención como quien pide santuario, o como el niño que toca la taima en un juego de ‘la ere’. Decir lo contrario es dejar sin efecto el carácter internacional y corresponsable que tienen los Derechos Humanos en cabeza de los Estados que abrazan esas obligaciones. A ver, sería como renegar de la palabra empeñada.

Aclarado todo lo anterior, dirijo ahora su atención hacia las actitudes ‘neutrales’ y ‘no injerencistas’ que se han suscitado a respecto de Venezuela en los últimos días.

En la situación venezolana, alegar neutralidad, llamar a diálogos que legitimen la usurpación chavista, o invocar la doctrina de la no injerencia en asuntos domésticos es el equivalente funcional de felicitar a la tiranía por condenar a su pueblo a morir de mengua.

Y eso es exactamente lo que han hecho las cancillerías e instituciones que claman por diálogo y elecciones en Venezuela sin demandar un cambio del status quo político primero -como mínimo- que asegure una vuelta a la democracia real y efectiva -o al menos unas elecciones creíbles-.

Conviene recordar al Arzobispo Desmond Tutu, quien comentó una vez que cuando se es neutral ante la injusticia, se ha elegido el lado del opresor. Y en el caso venezolano, es aún peor. La mentada neutralidad no es tal, y no puede considerarse de ninguna forma, verdaderamente neutral. Esa neutralidad haría llorar y/o reír a un suizo.

Por un lado, evadir la responsabilidad -sí, con todas sus letras puesto que es el producto de una obligación contraída por la firma de acuerdos internacionales- de pronunciarse y tomar medidas activas para asegurar el cumplimiento de los Derechos Humanos amparándose en el principio de no intervención, es violación de la cualidad de garante de los Derechos Humanos que tienen todos los Estados firmantes.

Dicho en vernáculo: cada vez que un gobierno reitera su reconocimiento a la administración de Nicolás Maduro, o pide elecciones sin condiciones justas, permite y avala que los Derechos Humanos de millones de venezolanos continúen siendo violados de la forma más descarada.

Además de violatorio de obligaciones, es sumamente cínico. Es dejar arder el pasto donde comen todas las vacas del pueblo nada más porque el pedazo en el que comen las propias no se ha afectado.

Aquí el ‘cada uno en su casa y Dios en la de todos’ no aplica. No cuando en la casa vecina se oyen los gritos del hombre que golpea, veja, maltrata, y mata de hambre a su esposa e hijos. Sobretodo cuando resalta que el victimario invade una casa que ya no es la suya y se niega a salir aunque la ley -y la decencia- así lo ordenan.

Por otro, llamar al diálogo supone otorgar reconocimiento a un gobierno ilegítimo e inconstitucional, que no solo ha fracasado en los dictados más elementales de su misión, sino que además deriva su legitimidad y posición de unas elecciones que la comunidad internacional, casi por completo, condenó como viciadas y fraudulentas.

¿Quieren, los que llaman a diálogo y elecciones, decir a los venezolanos que ese es el interlocutor válido?

Bajo esa métrica, habría que recriminar a la shoah no haber dialogado con el Tercer Reich. O exigir a los musulmanes Rohingya que se sienten a la mesa con el gobierno chino. Es casi tanto como decir: ¡oye, chico, David! ¿por qué no te sientas a hablar con Goliat y resuelven sus diferencias por las buenas?, ¿ya le empieza a hacer disonancia cognitiva?, ¿siente el cortocircuito en su médula espinal?

Desconocer a una administración que usurpa funciones no es interferir en asuntos domésticos.

Exigir el cese de la ocupación ilegal y represora por una banda criminal de los espacios y funciones de gobierno no es interferir en asuntos domésticos.

Cumplir cabalmente el papel de garante del cumplimiento de los Derechos Humanos no es interferir en asuntos domésticos.

No apoyar un llamamiento a diálogos inútiles que solo buscan enfriar la situación y oxigenar a quien sistemática y generalizadamente persigue y ataca a la población civil no es interferir en asuntos domésticos.

Por contra, insistir en el reconocimiento de la presidencia de facto de Maduro y su administración es una injerencia en los asuntos internos de Venezuela. Toda vez que en franco abandono de su constitución, se pretende perpetuar en el poder a quien lo ocupa ilegítimamente.

¿Esto no oblitera la capacidad del pueblo venezolano de decidir su propio destino? Obligar a los venezolanos a sufrir y -si es posible- sobrevivir a una administración fraudulenta que comete genocidio en cámara lenta, a la que ya han demostrado masiva y reiteradamente no querer, eso sí que es impedir que los venezolanos elijan su propio destino.

Lo único que demuestran, cual Pilatos, los gobiernos e instituciones que alegan supuesta neutralidad, no intervención, y diálogo es que ‘no son responsables por la sangre de este hombre’.

Lo que parecen ignorar, es que el agua con la que se lavan las manos, no es agua, sino sangre y lágrimas.

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