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Alejandro Varderi

Política y políticas de explotación de la mujer inmigrante en España (I)

Canciones de amor en Lolita’s Club (2007), del realizador español Vicente Aranda, de quien el 26 de mayo pasado se cumplieron seis años de su fallecimiento, explora la complejidad de las relaciones, tanto familiares como pasionales en un contexto signado por la violencia, algunas de cuyas víctimas, especialmente mujeres, son de origen inmigrante. De hecho la secuencia inicial donde Raúl, un policía alcohólico perseguido por ETA, tras pasar la noche con una prostituta malhiere a un par de motorizados acosando a dos mujeres musulmanas con un niño, asienta el tono del film y sirve de detonante a la historia puesta a tensar estas temáticas. “¿Conocías de algo a las moras?”, le pregunta el inspector antes de suspenderlo, ya que Tristán, el padre de uno de los abusadores hospitalizados y dueño de una red de prostíbulos, tiene mucha influencia política.

La manera despectiva de dirigirse a la etnicidad de las víctimas y proteger a un mafioso poderoso pone en entredicho el profesionalismo del cuerpo policial y su imparcialidad para aplicar la ley, especialmente en lo que a los inmigrantes respecta. Ello azuza el rencor y la desconfianza hacia las autoridades, cuyos abusos de fuerza han recrudecido en los últimos años al radicalizarse las demostraciones contra el gobierno central, especialmente en Cataluña, y aumentar el número de refugiados llegando a radicarse en la Península.

Tales desarrollos han dado origen a movimientos sociales que exigen nuevas formas de hacer política, y demandan una mayor sensibilización y actualización de las fuerzas del orden para interactuar en la nueva realidad. Algo que todavía no se ha logrado, incrementando las tiranteces entre las autoridades y la ciudadanía, lo cual fomenta las explosiones espontáneas y la rebeldía, con el consecuente caos y destrucción generalizados, donde participan además grupos anárquicos, muchas veces llegados de otras geografías, que aprovechan el clima de desconcierto a fin de imponer sus particulares agendas.

La complicidad entre las mafias y las instituciones tiene su expresión dentro de la película en el personaje de Mazuera, colombiano ligado al tráfico de drogas y la prostitución, quien le suministra a Raúl un dossier donde aparece la identidad de las mujeres que trabajan en los clubs de Tristán; muchas de ellas menores de edad y ejerciendo el oficio con documentación falsa. “Donde está la mano de Tristán está ETA”, refrendará Raúl, completando la trama de connivencias, que se extiende en el film desde Galicia al País Vasco y moviliza la diégesis con sus consecuentes episodios de intimidación, crímenes y chantajes, dables de poner al protagonista ante sí mismo y ante quienes comparten su entorno familiar y personal.

El sitio de la familia en la trama centrará la acción al ser Valentín, el hermano con problemas mentales de Raúl, interpretado por el mismo actor, quien hace de recadero en el club y se halla platónicamente enamorado de Milena, una colombiana muy popular entre los clientes. Ella y Nancy, una cubana deseosa de ascender en la jerarquía del Lolita’s, alegorizan el lugar ocupado por el otro en el espacio del colonizador ya sea el encargado del local, el policía o el discapacitado, dando origen al dualismo nosotros-ellos que, incluso, opera dentro del círculo familiar. “Tenemos un idiota en la familia, qué importa que se haya liado con una puta”, afirmará el padre, minimizando el papel del hijo menor dentro de la representación hogareña donde la actual esposa tampoco tiene un rol importante pues se acuesta con su hijastro Raúl. Todo ello profundiza la brecha entre quienes pontifican y controlan, con respecto a los humillados y fiscalizados, generándose un juego de resistencias, estallando en la escena donde unos presuntos etarras asesinan a Valentín a la salida del club confundiéndolo con Raúl. Se aúnan así los distintos temas de la película, con la intolerancia como hilo conductor, siendo el prostíbulo el locus en que confluye lo irrepresentable.

La cámara se detendrá entonces en las transacciones monetarias y carnales entre muchachas y clientes, teniendo a los estupefacientes y la extorsión cual motores del entramado dramático. La amenaza física y psicológica hacia las mujeres, en su mayoría jóvenes inmigrantes con familias sobreviviendo en Hispanoamérica gracias a sus ingresos, reafirma un racismo camuflado bajo el machismo de caracteres para quienes ellas solo tendrán un valor de cambio. “Tengo entendido que a estas chicas hay que ablandarlas para que entren a ser putas. Meterlas en la droga es fácil pero, quién se ocupa de desvirgarlas ¿Tú? Será con el mango de una escoba”, reta Raúl a Tristán, en un diálogo donde lo que realmente está en juego es el triunfo de lo masculino, con la objetualización de lo femenino como arma. Una objetualización, haciéndose más execrable por el hecho de ser ellas prisioneras, al no poder abandonar ni la profesión ni el club pues están en deuda con sus propios torturadores.

Tal sujeción al poder del hombre tiene terribles consecuencias para las inmigrantes, especialmente si son ilegales o trabajan con documentos falsos pues su estatus les impide denunciar al opresor, quien se aprovechará de la situación explotándolas, violentándolas o chantajeándolas aún más. De hecho, a las jóvenes del Lolita’s les quitarán los pasaportes cuando empiecen a trabajar, quedando a merced de quienes controlan el local. Incluso las comidas las realizan allí, con lo cual es muy poca la movilidad que tienen fuera de aquellas paredes pues hasta las compras, de la cocaína a los cosméticos, las hará el recadero.

Una situación, entonces, donde la oposición a la violencia masculina no tendrá posibilidad de traducirse en expresiones abiertas de rebelión, más propias de un feminismo amplio, pero que desde las pequeñas muestras de resistencia al dominio masculino, empezarán a minar un frente no tan sólido como parecía. De hecho Raúl, quien empieza abusando de Milena, acabará, como su hermano, enamorándose de ella y pondrá en juego la vida para intentar sacarla del club. Comprar su libertad implicará ahí negociar con Tristán, cambiando el dossier con las pruebas que lo inculpan de trata ilegal, por el pasaporte y la amortización de la deuda de la mujer. Si bien ella decidirá sobre su destino, rechazando la oferta, en un diálogo sumamente iluminador: “—He comprado tu libertad y a mi manera. Eres libre, puedes volver a tu país.—No quiero volver a mi país.—Y qué quieres, ser puta toda la vida.—Sí. Estoy pagando una deuda pero gano mucho dinero. Mucho más que un policía. Desde aquí ayudo a mi hija. Me pagan para simular orgasmos pero me encanta hacerlo”.

Esta subversión del concepto de sometimiento y vejación por parte de la mujer misma tiene en el film la función de radicalizar la posición de la trabajadora sexual hasta llevarla al desafío de las convenciones y creencias acerca de la explotación y mercantilización del cuerpo, más allá de las agendas políticamente correctas y los desafíos feministas. Asimismo, rompe con el mito de la nostalgia por el terruño, achacada indiscriminadamente al refugiado y al inmigrante, quien no siempre desea regresar al lugar de donde partió, pues ha terminado volviéndose más ajeno que la tierra donde ha plantado su bandera. La referencia a sus ganancias económicas, con respecto a las de un guardián de la ley y el orden quien en este caso actúa fuera del marco jurídico, expone los dobleces y corrupciones de los cuerpos de seguridad, como parte de un sistema perennemente viciado donde los grupos más vulnerables conforman el grueso de las detenciones, tal como veremos en la segunda parte de este artículo.

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