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Francisco Martínez Pocaterra

Polarizados

Polarizados, satanizan unos lo que otros glorifican. Viene al caso, sin embargo, recordar una parábola del príncipe Siddhartha (Buda): En esos días cuando meditaba como un eremita al margen del Ganges, el príncipe Siddhartha escuchó a un hombre que bogaba por el río comparar la vida con el laúd. Si la cuerda no se templa suficientemente, el instrumento no emitirá sonido alguno, pero si, por lo contrario, se templa de más, se romperá. En todo caso, el aparejo musical no cumplirá su cometido.

La enseñanza es obvia: El equilibrio es fundamental.

Después de un auge – a mi juicio, estertóreo – del socialismo (bajo formas eufemísticas que a la postre han degenerado en un populismo corrupto y empobrecedor) en América Latina y al decir de algunos, en Estados Unidos, una contracorriente no solo acusa a tan pobre ideología política de ser, como en efecto lo es, fuente de ruinas y miserias, sino que, cegada y carente de criterio, ensalza un modelo que, sin dudas, aqueja fallas. Ya conocemos bastante bien las críticas que los socialistas infringen a las democracias liberales.

En medio de ese pugilato, subyace la vida.

Ni uno ni otro es perfecto, aunque, acaso, como decía Winston Churchill con su retintín característico, «la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás». La realidad es que la complejidad humana trasciende las rigideces ideológicas. Si bien es cierto que despojar al pudiente para beneficiar al pobre solo arruina a aquel y empobrece aún más a este, también lo es que las bondades del capitalismo (término vago, difuso, poco creíble) poseen un rostro protervo.

En estos días, encerrado por razones suficientemente conocidas por todos, encontré una serie brasilera en la plataforma Netflix. En un mundo distópico, donde la miseria es recreada maravillosamente por los realizadores cariocas, se accede a una sociedad utópica solo por los méritos de un reducido grupo de veinteañeros, un grupúsculo de solo el tres por ciento de los jóvenes aspirantes. Con la maestría de los cineastas brasileros, se nos enseña pues, el rostro perverso de la meritocracia.

¿Qué se hace con el segundo, el tercero, el décimo…? ¿Qué hacer con aquellos menos aventajados? ¿Qué hacemos con los menos afortunados? ¿Emulamos la utopía nazi? ¿Nos deshacemos de los inservibles o, como la serie brasilera, los condenamos a una vida de penurias?

No, no todo es económico, como alegan algunos, citando fuera de contexto a James Carville (asesor de Bill Clinton en la campaña de 1992). La pandemia nos ha enseñado que también inciden la biología, y el calentamiento planetario, el clima. Con la tozudez del necio, optaban unos por primar la economía y no la vida de las personas. Y hoy, presentan cifras altísimas de contagios y muertes por Covid-19. Cuando Estados Unidos se aparta de los protocolos para enfrentar al cambio climático, naciones pobres, como las del sudeste asiático, para citar unas, sufren los embates de temporales, sequías, inundaciones.

Cuando escaseen los recursos, porque el calentamiento global habrá alterado los patrones climáticos, esas potencias, negacionistas, serán las primeras en recurrir a las viejas formas para ganar tierras cultivables, las invasiones, las guerras, las masacres.

Tal como lo predijeran en su informe los analistas Doug Randall y Peter Schwartz (aunque no del modo previsto), la creciente depauperación de regiones en América Latina, África y el sudeste asiático (por causas más cercanas al desarrollo tecnológico que a las alteraciones climáticas), ha empujado oleadas de migrantes hacia los países desarrollados. Ya se escuchan voces afirmando que migrar es un derecho.

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