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Adrian Ferrero

Poetas argentinas: la madurez de la voz

Hay todo un conjunto de poetas argentinas, una formación en términos de Raymond Williams, y, cada una en su singularidad, alcanzó hace rato la madurez creativa (y en algunos casos teórica), afianzadas en una lírica contundente. Ello va de la mano de una voz con recursos expresivos cuyo nivel de perfección es de una dimensión superlativa.

El trabajo obstinado con la lengua poética las vuelve artesanas porque no apresuran el poema sino que lo maduran, lo destilan, lo añejan (sabrán disculpar el socorrido lugar común), como una bebida que requiere de una temporalidad en directa relación con una diacronía que incidirá de modo positivo tanto como propositivo por lo general puliendo el resultado. Lo tejen y destejen, como Penélopes que no esperan a sus Ulises en Ítaca (el espacio de la enunciación) sino que de modo insurreccional aspiran a alcanzar el punto culminante de un tejido noble, a secas. Esta, por un lado, autonomía, por el otro, emancipación, les permite también cobrar un vuelo propio que destila independencia de instituciones tanto literarias como extraliterarias. Ello resulta evidente y redunda en beneficio de poéticas que hacen avanzar la lírica nacional de modo impetuoso. Y no me estoy refiriendo ni a una abrumadora avanzada ni a una ampliación de corpus con la posibilidad de producción bibliográfica profusa o apabullante. Esto es otra cosa. No están ávidas ni por terminar un poemario ni por publicar sus poemas de forma insular. Sino por hacer todo a su debido tiempo. 

Se trata de una clase particular de poetas. Exigentes, rigurosas, no ambiciosas (no en la medida de pretender alcanzar el éxito o la coronación, quiero decirlo, sino en todo caso de trabajar con sentido de responsabilidad literaria), hacedoras con sentido de la artesanía y de tomar a su cargo, en muchos casos, sentidos de la conflictividad del orden de lo real. En algunos casos se servirán de la piedra de toque de  género. En otras oportunidades la torsión de los géneros en el sentido de las variantes poéticas. Más bien se manifiestan preocupadas por consolidar una serie de poemas que bajo la noción de conjunto (probablemente así se les manifieste a la hora de la génesis de escritura de los mismos a ellas en tanto que proyecto) sea de naturaleza indestructible. La escritura ha de ser sólida, precisa, exacta, punzante pero también tersa. Ello no es sinónimo ni de rigidez ni de falta de flexibilidad en su forma. Puede ser expresiva alcanzando en algunos casos las formas de la pasión o bien de la sensualidad. Incluso llegar a la escena del coito. En otras, en cambio, ser abstracta, especulativa, en otras más abordar los entrañables vínculos en directa relación con la madurez, que puede arrasar desde el cuerpo hasta devastar las relaciones de pareja. Así, decadencia del soma, la maternidad inseparable de su zona más entrañable, los padres que parten, dejando la estela de la orfandad y la nostalgia por una patria (pater) y de una lengua materna (mater) que no se recuperarán en su variante idiolectal. Pero tampoco condescenderán al sociolecto que podría neutralizar la herramienta de la poesía. No. No se resignarán al sociolecto. 

Casos hay de pérdidas cuyo abandono propio de la condición humana deja rumiando bajo la forma de la reflexión y del dolor, pese a pertenecer en sus casos a la edad adulta o madura. Las parejas rotas con la soledad o la recuperación de un amor que se pensaba ya negado o sustraído a la vida para siempre puede ser otra variante, como un regalo de la dicha. Los amantes, suplantan a ese “amor de la vida” tan idealizado como candoroso en la edad en que algunas han estado casadas. Otras, en pareja, otras conocen nuevas formas de la atracción más efímeras. Si acuden al amor, lo hacen sin cursilerías ni sentimentalismos. No. Su poética no es un folletín ni una novela rosa por entregas. Todos sabemos que las emociones no responden a edades ni a una temporalidad pautada sino más bien imaginaria. Finalmente, hay un grupo que se inspiran en referentes poéticos nítidos, figuras identitarias que pueden ser propias de la cultura literaria internacional, universal o nacional, a las cuales adscriben de modo invocatorio o bien trabajan esas identidades poderosas desde el interior de la materia poética con el  objeto de integrarse a una tradición, proseguirla, unirse a ella para aunar fuerzas con el objeto de disolver las violencias semióticas de un poder patriarcal que no están dispuestas a tolerar más porque las amordaza o la mutila (quienes escribimos solemos disponer de una particularidad para esta percepción).. No necesariamente tienen que ser referentes literarios. Ni tampoco necesariamente poetas. Pueden pertenecer a otras artes. Hay factores y estímulos por fuera de estas variables para el caso prescindentes. 

El trabajo con la rima resulta ser muy complejo y heterogéneo. No me atrevería a gestionar una afirmación taxativa y categórica en tal sentido. Desde la rima interna hasta el verso libre hay variantes de libro a libro y de composición en composición motivo por el cual no sería serio generalizar, sin contar lo escaso de este espacio en el que pretendo abarcar  y ajustar varias poéticas para analizarlas debidamente, desarrollando hipótesis de lectura respecto de sus formas. 

Algunas de ellas escriben libros de ensayos sobre poética o poesía o han dirigido revistas de mucho prestigio. Han colaborado en publicaciones internacionales o nacionales, otras traducen de distintas lenguas extranjeras, poéticas en muchos casos de autoras magníficas (no con inocencia precisamente), otras son docentes sobre poética, temas de teoría o bien de alguna clase de corpus en distintas cátedras universitarias (también como profesoras invitadas al extranjero o bien seminarios y conferencias, festivales), otras ocupan cargos de gestión cultural en distintas instituciones o dictan talleres de escritura particulares. Ya ven, las prácticas sociales en relación con lo cultural que ejercen son tan heterogéneas como, pese a conformar una formación, mantener una identidad. 

La profesión naturalmente define un perfil, una imagen de escritora (en términos de María Teresa Gramuglio): rasgos identitarios, de personalidad y una cierta inclinación que la marca del oficio deja como huella en su poética de naturaleza indeclinable. Rasgos de una poética en curso (más expuesta, más recoleta; más retirada del mundo o bien más sumida en el ruido de él pero también más empapada de sus rebotes o de su impacto) que bien puede resultar por exposición también de naturaleza mediática (con moderación). Las hay que directamente parecieran retirarse de la esfera pública y replegarse hacia un espacio inexpugnable. Es cierto que pueden participar de festivales o lecturas de poesía. Pero se trata de una especificidad que no va a mover un ápice sus principios de privacidad. La intervención en redes sociales bajo sus distintas formas,: desde la difusión de los libros, la divulgación de la presentación de eventos como recitales de poesía, presentaciones de novedades bibliográficas, conferencias, seminarios, en fin, todo lo que rodea la creación poética desde la dimensión cultural, también tiene incidencia en este conjunto de autoras. Puede que alguna de ellas se ejercite en otro arte. 

Cultivar una multiplicidad de géneros literarios también reviste una intervención en el seno del propio proyecto creador, concretamente del propio lenguaje poético y de la propia poética en una reflexión en profundidad acerca de los recursos y de una retórica interna que define los términos según los cuales la poesía ocupará un lugar (y no otro), por dentro de ese corpus que integra varias dimensiones. También incide en los contenidos y los temas que se ponen en tensión a la hora de la escritura. 

La traducción traza genealogías pero, sobre todo, más que eso, la inscripción en tradiciones a partir de las cuales hay que pensar los procesos de evolución de esa poética en relación con la serie literaria (en términos de Juri Tinianov) con la serie social (circunstancia que también resulta relevante y coherente). Pero la tradición indica adscripción a escuelas del manejo de la lengua poética, a veces de ciertas reivindicaciones o causas por la emancipación que se consideran legítimas, a veces de modo silencioso. Incluso sobre las que ellas mismas han escrito. En otras en cambio se trata del registro de un sistema de lecturas que se da a conocer públicamente o se aspira a democratizar como intervención en el campo literario precisamente mediante la traducción literaria o la otra intervención: la interpretativa de diversos corpus. Trazar las lecturas de un mapa literario, de una cierta cartografía. 

Las poetas estadounidenses contemporáneas dieran la impresión de haber dejado una marca poderosa en varias de ellas. Habiéndolas traducido, publicado libros con semblanzas o prólogos, epígrafes o acápites y recuperando esa licencia que se toman ellas de escribir una poética que a la vez milita (en algunos casos). Contra la tradición anglosajona inglesa y contra la estadounidense de tradición de varones, si bien no ofrecen una batalla (innecesaria por otra parte), sí eligen poéticas alternativas. Si a ello sumamos la hegemonía de Borges que ignoró a las poéticas femeninas de esa nación y de la nuestra (con la honrosa excepción de Silvina Ocampo, con la que tenía varios compromisos), su actuación se vuelve una gestión vinculada a la insurgencia, buscada o no. Finalmente, la traducción o la compilación de otros u otras poetas puede adscribir a apologías  y rechazos de toda índole. Desde el discurso patriarcal, esto es, la perspectiva, una perspectiva de género, hasta la mirada sobre la estética hegemónica de un ancestro todopoderoso, varón o mujer como una forma de respaldo. Pero tampoco necesariamente. Esa intervención puede ser irónica cuando no paródica. Por otra parte, no tienen por qué repudiar a toda poética de varones. Más bien realizar una  lectura analítica y crítica de esas poéticas que politiza sus críticas. 

En lo personal, rescato muy especialmente como notables a las poéticas de Dolores Etchecopar, Diana Bellessi, Tamara Kamenszain, y María Negroni. Entre las pérdidas recientes, pero cuyos ecos aún se escuchan, a la poeta Mirta Rosenberg. Por supuesto que quedan por fuera otros nombres, incluso de naturaleza muy relevante, pero estas poéticas son aquellas con las cuales estoy familiarizado por intensidad de análisis y sobre las que me siento autorizado a formular hipótesis de lectura más o menos concluyentes o bien a emitir una opinión que aspiro a que sea moderadamente certera en virtud de que las he estudiado, analizado y que he escrito sobre sus corpus haciendo circular lecturas desde foros muy diversos. Desde periodismo cultural hasta publicaciones académicas. En tal sentido, he publicado artículos, reseñas o ensayos, de alcance muy diverso, sin aspiración a trazar un balance sobre sus poéticas. Pero sí a abordar algunas de sus dimensiones. Todas ellas, eso sí, se me presentan como críticas, connotativamente densas desde el punto de vista de la cultura literaria argentina. Mis trabajos no han sido de la misma complejidad ni tampoco de la misma índole. Pero siempre con sentido del respeto por sus poéticas y con afán de difundirlas y darlas a conocer en todo lo que estuviera a mi alcance. Entre esta constelación del Sur se juegan relaciones entre todas ellas. Apartaré si me lo permiten ese capítulo porque sería ingresar en un territorio que no estoy en condiciones de discernir con claridad ni menos aún de esclarecer con el objeto de formular bajo la forma de aseveraciones afirmativas. Ni tampoco me parece que resulte conducente. Pero sí señalaría que existe un diálogo entre estas poetas que no se ignoran sino probablemente se leen con admiración o hasta pueden ser amigas. O interrogar como enigmas sus poéticas. No estoy en condición de confirmarlo porque por otra parte este trabajo no pretende aludir a una socialización entre poetas sino a sus proyectos creadores y al coloquio entre ellos en tanto que dan lugar a poéticas espléndidas para el panorama de nuestra literatura nacional. Lo honran. Puede que sientan una cierta hermandad en el sentido de la tradición que acabo de señalar o puede que no perciban diferencias entre los antepasados o antepasadas que elijan. Se trata de poéticas que están, en el nivel de excelencia, a mi juicio, una a la par de la otra en el seno del mismo campo literario. De esto ha dado cuenta perfectamente Pierre Bourdieu en Las reglas del arte, lo que me exime de mayores explicaciones y remito a ese libro como libro de referencia. Lo cierto es que sus poéticas entran de modo dialógico de modo fecundo.

Hay poéticas más cosmopolitas o bien que se han afianzado en una dimensión de las inflexiones de la lengua nacional con sus respectivos afluentes, también rurales o semirurales. Y en otros casos con las culturas que sí revalorizan las etnias o la pertenencia al pueblo judío. Citaría el caso de Etchecopar como una poeta clásica, de radical originalidad, de procesos y modalidad de precisa mesura. Ha llamado la atención cuando la he estudiado y entrevistado, su manifestación discreta de un lenguaje poético que no se parece a nada. Algo parecido sucede con Negroni, muy imbuida de la vertiente norteamericana y europea, particularmente la francesa, acudiendo a antepasadas, en particular, norteamericanas. Pero también referentes culturales franceses no solo literarios. Bellessi diera la impresión de haberse nutrido de la estadounidense (las he traducido de hecho), atravesado por todas las vanguardias y haber anclado de modo notable en España, al menos con algunos autores, tal como me lo declaró en una entrevista que le realicé, como San Juan de la Cruz. Pero también tiene su libro a dos voces con Ursula K. Le Guin, la narradora de ciencia ficción y fantasía además de, como dije, poeta. Ambas se tradujeron recíprocamente en su libro Gemelas del sueño (1998). 

Su referencia a la cultura latinoamericana está presente y retorna, como un leitmotiv. Y su reivindicación de esa Historia de sangre y fuego es también otra marca. Kamenszain además de la pertenencia al pueblo judío entiendo que como tradición, cita su trabajo poético en la composición o génesis de escritura desde esa matriz a partir de un cierto ritmo pautado por una ceremonia a la cual hizo referencia en una entrevista que le realicé. Ella mencionó una celebración religiosa que, según un cierto modo de escribir en ella, ha quedado empapada en la génesis de escritura de cada uno de sus libros.  Reivindica a las poéticas en lengua española, muy en especial a las argentinas y latinoamericanas (pienso en César Vallejo, pero también otras argentinas más recientes). Mirta Rosenberg admiró y tradujo poéticas norteamericanas pero también en lengua inglesa en general. Tradujo a Shakespeare, lo que significa atreverse a enfrentar a un coloso. Eso por un lado. Por el otro, hacerlo hablar atravesado por una voz de mujer, aunque la traducción haya sido en colaboración con un varón. Si la mujer hacía sido históricamente hablada por el varón en una ventriloquia que le impedía autodesignarse, en este caso la operación es a la inversa. Su apuesta a la traducción fue indudablemente una herramienta al mismo tiempo que un alimento sensible e inteligente. Atravesó su poética que puede ser definida sin dudarlo un instante como una poética en diálogo con la traducción literaria. Esto es: con distintas variantes idiolectales. Con Negroni ocurre otro tanto. Algunas de ellas (no todas y hasta no les interesa hacerlo) valorizan y refuerzan su pertenencia al continente que las aloja, del cual son emergentes guste o no guste a estas voces que incluso en pugna con esa inclusión hacen un esfuerzo inconsciente o deliberado (o inconsciente por tan deliberado) por inscribirse en tradiciones que no sean estrictamente latinoamericanas. Pero ello no se da en todos los casos ni menos aún debería ser una obligación. Muy por el contrario, sí es un indicio de su posición continental también desde lo imaginario. E inscribirse en una tradición argentina, después de todo, es hacerlo en una perspectiva implícitamente continental, por más que sea de naturaleza nacional e insular. 

Finalmente, hay poetas mujeres que rescatan su pertenencia a ese colectivo como una noción importante. Ese cavilar me resulta significativo y hasta lo señalaría como relevante. Es un señalamiento en torno de la categoría del género que hago notar también porque está en consonancia, inevitablemente, con varias de mis premisas  y de mis preguntas al iniciar este trabajo. No el único de inclusión al estudiar las poéticas de autoras como las que estoy trazando en el presente caso. En él aspiro a reunir a un conjunto de poéticas de autoras, a un corpus de poéticas que estimo sobresalientes, bajo algunas constantes que las solidarizan tanto como las distinguen. Pero indudablemente hay en algunos casos adhesión a una ética de la escritura en términos igualitarios, de preocupaciones que pueden hermanarlas además de neutralizar una mordaza o una ausencia de autorrepresentación incluso causante de sufrimiento destructivo por cuestiones relativas al sistema de sexo/género en el seno del patriarcado, de todos conocido, que ha pretendido silenciarlas. Sus celadas,  no obstante, son  inteligentes. Algunas son sigilosas. Otras no discuten pero su rebelión se pone de manifiesto en la torsión de signos de los signos en la escritura, en las formas, en la retórica. El trabajo incansable ha dado sus frutos y aquí están, sin grandes gestos teatrales, pero sí de trascendencia eficaz. 

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