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Elisa Corona Aguilar

From the fire escape: Del intraducible dolor gitano: Poeta en Nueva York de Federico García Lorca y sus versiones al inglés

Tres ejemplos prácticos sobre el problema de la traducción vienen a mi mente cada que alguien habla sobre la naturaleza y dificultades de este oficio:

Cuando era niña, mi padre obtuvo una amplia colección de cuentos infantiles chinos traducidos por chinos al español. Uno de ellos tenía el enigmático título de “Pollito venga a su mamá”. La traducción era acertada y precisa, sólo que “venga” no era una conjugación de “venir”, sino de “vengar”. El justiciero pollo debía cobrar venganza por la muerte de su madre, devorada por un zorro, comadreja o algún otro despiadado animal.

Siendo un traductor chino que aprendió muy bien el español, no podía anticipar que el título sonaría tan extraño ni que el libro no sería muy bien recibido en un mundo donde, hispanos al fin y al cabo, nunca enseñaríamos a los niños que la venganza es algo justo y necesario, ni aunque se trate de vengar a nuestra propia madre.

Segundo ejemplo, curiosamente relacionado también con la infancia. En una fundación de beneficencia para niños de escasos recursos, los niños envían cartas a sus asignados “padrinos” (traducido tristemente como “sponsors”) en Estados Unidos contándoles sobre su vida cotidiana. Los sucesos narrados en una carta de uno de estos niños mantenían una semejanza asombrosa con un capítulo de Huckleberry Finn: el niño narraba cómo su padre alcoholizado lo perseguía a él y a su hermano por toda la casa con un cuchillo.

La carta era en apariencia traducible, sin embargo no podía ser enviada como tal. Un texto de esa magnitud es incomprensible por su contexto para un anciano retirado en Virginia o en Boston que piensa que con veinte dólares al mes está resolviéndolo todo en la vida de un niño mexicano de la sierra de Guerrero.

El documento se debe retener, examinar, hacer averiguaciones e ir a investigar qué ocurre en la realidad más allá de las cartas y de la traducción.

Tercer ejemplo, el cual atañe directamente al tema que pretendo abordar hoy. Una directora de teatro de Nueva York me da sus quejas sobre las traducciones al inglés que ha encontrado de “La casa de Bernarda Alba”, de Federico García Lorca. En el primer acto, después de que el pueblo entero ha estado en casa de Bernarda por el velorio de su difunto esposo, ella exclama ya que se han ido, “¡Andar a vuestras cuevas a criticar todo lo que habéis visto! Ojalá tardéis muchos años en pasar el arco de mi puerta.” “Todas las traducciones al inglés”, me dice la directora, “dicen, andar a vuestras casas, andar a vuestros hogares, andar a vuestras faenas.” (houses, homes, chores). Y para no traicionar las palabras de esta furiosa directora, debo traducir fielmente su pregunta, “¿por qué nadie tiene los huevos de traducir, “andar a vuestras cuevas”?”.

Aventuro una respuesta: Lorca, para los angloparlantes, debe mantener su imagen folklórica, de gitano alegre, de poeta florido, de extranjero pintoresco, y no mostrar los horrores de la España conservadora ni la violencia del lenguaje, mucho menos aquel del que somos capaces las mujeres.

Federico García Lorca es uno de los poetas del habla hispana que lograron insertarse en la tradición inglesa gracias a su libro Poeta en Nueva York, una obra descrita por sus primeros críticos como “histérica”, como un mero “ejercicio estilístico, de poca profundidad y con metáforas fuera de foco”.

Sin embargo, actualmente se celebra la estancia del poeta en esa ciudad y la publicación de su libro al inglés, el cual a muchos les parece profético. Para Lorca, este libro representaba un escape de la poesía tradicional y de esa imagen forjada de él que tanto criticaron sus colegas contemporáneos y que los extranjeros admiraban como mero folklore. En el edificio Stephen A. Schwarzman de la Biblioteca Pública hubo una exposición donde se exhibía el manuscrito original de Poeta en Nueva York, algunas cartas de Lorca a sus padres y amigos, sus dibujos, de un talento impresionante y menos recordado que el de su poesía, además de su guitarra, su pasaporte y otros objetos personales. La exposición tenía el doloroso título de Back Tomorrow, aludiendo a la nota que dejó Lorca a su editor en Madrid, junto con el manuscrito, diciendo que volvería mañana. Nunca volvió: fue asesinado semanas después en Granada. Casi un siglo después, Lorca regresa a Nueva York y la ciudad se alegra por ello: los folletos se enorgullecen de decir que en tiempos en que todos los artistas querían vivir en París, Lorca rompió con la tradición, afirmando, “Nueva York me parece horrible, precisamente por eso me voy ahí”.

Los traductores de Poeta en Nueva York se enfrentaron con una obra que es testimonio, crítica, diario de viaje, pero ante todo, poesía. En las distintas versiones al inglés, las exclamaciones que expresan la tristeza, el dolor, la soledad, representan un reto específico para el traductor, quien tiene que ponerse en búsqueda de un nuevo lenguaje sin paralelo en la poesía inglesa. En sus poemas se muestra la dificultad para adecuar el ritmo; recursos como la repetición o los meros signos exclamativos son eliminados a veces para dar paso a la interpretación libre. En el caso ya mencionado de La casa de Bernarda Alba, los traductores caen incluso en la censura de palabras o expresiones que parecen no coincidir con la imagen romántica que el mundo anglo quería forjarse de Lorca. La tendencia general es a suavizar el lenguaje, como si el traductor no pudiera soportar el peso de las palabras y exclamaciones dolientes del autor.

En el poema “Paisaje de la multitud que vomita (Anochecer en Coney Island)”, hay un par de versos, verdadero reto a traducir, cuyas versiones al inglés me fascinan por aventuradas. Donde Lorca escribe “¡Ay de mí!¡Ay de mí!¡Ay de mí!”, los traductores más recientes (Simon y White) traducen, “Who could imagine my sadness?” (“¿Quién podría imaginar mi tristeza?”). Un traductor anterior, menos creativo pero para mi gusto más exacto, traduce “Welladay! Welladay! Welladay!”. En “Asesinato (Dos voces de madrugada en Riverside Drive)”, el último verso, “¡Ay, ay de mí!” es traducido como “I’m done for!”, algo así como “¡estoy perdido!”, lo cual me parece una interpretación de todo el poema. En “Nocturno del hueco”, el verso “¡Ay de ti, ay de mí, de la brisa!”, es traducido como “Who will pity you, or me, or the breeze?”, es decir, “¿quién se compadecerá de ti, de mí o de la brisa?”.

En “El rey de Harlem”, las exclamaciones “¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem!”, quedan intactas.

Otros versos son traducidos de manera tímida. En “Paisaje de la multitud que orina (Nocturno de Battery Place)”, los versos: “Se quedaron solos. Se quedaron solas. Se quedaron solos y solas”, se alejan de la traducción más inmediata (que sería The men were left alone…etc) y pasan a ser “The men kept to themselves. The women kept to themselves. They all kept to themselves”. En “Vuelta de paseo”, cuyo verso inicial y final es “Asesinado por el cielo”, en inglés nos encontramos con “Cut down by the sky!”, que en efecto puede acercarse, pero no es el más contundente “Murdered by the sky!”. Extrañamente, en la misma versión, el poema “Asesinato”, es traducido como tal, “Murder”.

Cuando Lorca es, por decirlo así, menos gitano, cuando su vena experimental es más fuerte y se aleja de su tradición para aventurarse como él mismo dijo, en metáforas que no dependen de la inteligencia ni de un aparato crítico para ser comprendidas, los traductores curiosamente parecen sentirse mucho más seguros de su oficio y las versiones son sorprendentemente acertadas, rítmicas, aventuradas, incluso cuando se expresa un sufrimiento profundo. En “Grito hacia Roma (Desde la torre del Chrysler Building)”, ese efecto que busca Lorca, entre un grito y una plegaria, se mantiene en la versión al inglés de manera magistral. En “La aurora”, incluso la traducción da intensidad al sentido de las palabras de Lorca.

Estos ejemplos me hacen pensar que quizás el problema no son las traducciones sino el original, no son los traductores sino Lorca, que por momentos se aferra a sus viejas costumbres. El verdadero esplendor de su poema “Poeta en Nueva York” está en la innovación.

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