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Félix J. Fojo - ViceVersa Magazine
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Poder duro, poder blando, poder agudo: Poder… (Parte II)  

Dicho de otra forma: El estudio histórico a largo plazo del poder duro demuestra que, aunque muy útil (y muy remunerativo y agradable contar con él), muchas veces termina resultando contraproducente. Por supuesto que ese efecto negativo para el dueño del poder a veces toma muchos años, generaciones incluso, en hacerse evidente, pero no siempre. Veamos solo tres ejemplos entre decenas y decenas a los que pudiéramos recurrir:

1 – Durante la denominada Segunda Guerra Médica (por los Medas – 480 ANE) el poder duro, tanto militar como económico, de los persas era abrumador comparado con el de las pequeñas ciudades estado griegas. Pero los persas no contaron con la determinación y preparación de los espartanos en las Termópilas y de los atenienses en Salamina, y tampoco contaron con la impreparación relativa, en medios técnicos y entrenamiento, de sus numerosas tropas. Un gran poder duro desperdiciado por una gran falta de realismo y objetividad por parte de los persas. Y gracias a eso hoy somos descendientes directos de la filosofía grecolatina, que incluye, entre otras cosas, la democracia. Piense como seríamos nosotros hoy si los persas hubiesen conquistado, y desmantelado, el mundo griego.

2 – Felipe II de España (1527-1598), hijo y heredero directo del Emperador Carlos V, disfrutó de un poder, tanto en el plano militar como en el político y económico (poder duro), tan extraordinario que muy pocos gobernantes, anteriores y posteriores, han logrado alcanzar. Llegó a gobernar, en los momentos cumbre de su imperio, sobre territorios ubicados en todos los continentes habitados del planeta. Pero el mal manejo de las finanzas y la industria, entre otras cosas por la dependencia del oro y la plata provenientes de las colonias americanas, iniciaron (no todas las culpas fueron de él) el declive imperial convirtiendo a España, con el tiempo, en un país pobre y atrasado que todavía hoy lucha, sin demasiado éxito, por ponerse a la par de los estados europeos punteros.

3 – La historiografía cubana tradicional, tanto la republicana como la castrista o la que se hace en el exilio, ha sacralizado a José Martí. Todas, desde perspectivas e intereses diferentes, incluso a veces contrapuestos, convergen en la idealización supraterrenal del hombre real que fue Martí. Y en efecto, hay muchas y muy buenas razones para admirar al pensador, poeta, periodista, ensayista, diplomático y patriota cubano. Pero también hay razones, y estoy consciente de que este enfoque será polémico entre nosotros, para dudar de la procedencia y eficacia de organizar y llevar adelante la denominada “guerra necesaria” o guerra de independencia. La España de 1895 era relativamente débil, es cierto, pero débiles eran también los alzados en armas. Y fuertes, muy fuertes, eran los norteamericanos a los que según el propio Martí se les quería impedir el acceso ilimitado a Cuba (e incluso al resto de las Américas) mediante “una guerra rápida”. Una guerra rápida que la realidad demostró imposible hasta que intervinieron esos mismos norteamericanos. El resultado práctico y muy real de ese empleo del (poco) poder duro por parte de los separatistas fue justamente el opuesto al deseado por José Martí. Es más, esa “guerra rápida” fue el detonante para elevar a los Estados Unidos a uno de los primeros lugares (poco después el primero indiscutido) de poder duro sobre la tierra y disminuirle a los cubanos sus opciones. Y muy probablemente estemos viendo, y viviendo aún (y vaya usted a saber por cuánto tiempo más), las secuelas de esa falta de comprensión de las realidades cubanas, españolas y del entorno político y militar de la época.

Pero también, seamos justos con las diferentes opiniones, puede alegarse que todas las sociedades humanas son intrínsecamente inestables, o sea, que no son capaces, por múltiples razones que no vamos a discutir aquí, de mantener inalteradas las relaciones de poder a lo largo del tiempo. Y por tanto pudiera haber ocurrido (“if”) que un mundo dominado por los persas (los actuales iraníes) hubiera resultado muy bueno y democrático a la larga, o que España hubiera evolucionado peor de no haber existido la política de explotación americana y de abandono de la industrialización de Felipe II, o que de no ser por José Martí, y los que lo siguieron, Cuba hubiera seguido siendo hoy una oprimida colonia de España. Quizás, pero todo eso pertenece al mundo del “if” y el “if” no es ni politológico ni histórico, es solo literatura y la literatura pertenece al mundo de la ficción.

Como dicen los boricuas con un sentido muy agudo y práctico de la realidad: “Lo que hay es lo que hay”.

Por otra parte, al repasar el concepto de poder duro nos viene a la boca, y nos desagrada, un cierto sabor a maldad escondida o contenida, a cinismo puro y duro. Y es cierto, los fundamentos de la política realista <realpolitik y sus variantes y desarrollos posteriores> que nos llegan desde el casi mítico general chino Sun Tzu, el historiador griego Tucídides, los retóricos de la Roma imperial, pasando por Nicolás Maquiavelo, el Cardenal Richelieu, Fouche, Bismarck y entroncando actualmente con el teólogo protestante norteamericano Reinhold Niebuhr y el siempre presente Henry Kissinger, son, por definición, amorales. El poder duro puede hacer, por rebote, el bien <pensemos en la derrota del fascismo, el nazismo, el militarismo japonés y el comunismo soviético en el curso del siglo XX> pero no ha sido ideado para ejercitar la caridad y la compasión sino el poder a favor de los estados modernos sin importar, o importando muy poco, los medios.

El teólogo norteamericano Reinhold Niebuhr, padre del desarrollo teórico del concepto de poder duro, lo definió así: “El interés supremo de los estados es la búsqueda, el aumento o el mantenimiento de su poder. La política es y será siempre una lucha entre los diferentes egos por la dominación y el poder”.

Los politólogos actuales, más edulcorados y palabreros, dividen los fines del poder internacional en: 1- alcanzar y mantener el liderazgo (goal), 2- lograr la máxima influencia (influence) sobre los actores, hechos y eventos que les interesan, 3- preservar la seguridad (security) propia, 4- controlar los recursos y capacidades (capabilities) y, 5- mantener o incrementar el status de la nación en el mundo.

Hoy estamos viviendo tres puntos focales básicos de enfrentamiento de poderes duros, los tres con historias ya bastante largas de impasses y tragedias militares y humanas. El primero es el Medio Oriente (Israel, USA, Irán, Arabia Saudita, Siria y toda una serie de componentes proxis) y lo nuevo es como el vacío de soluciones: va atrayendo a contendientes relativamente ajenos (Rusia) hasta hace poco. Pronóstico de futuro: absolutamente incierto. El segundo es Afganistán, uno de esos extraños lugares donde gentes acostumbradas desde siempre a pasar trabajos y vivir del aire van doblegando, más por cansancio que por la fuerza militar, a potencias acostumbradas al poder granítico: Inglaterra, Rusia, Estados Unidos. Pronóstico de futuro: absolutamente incierto. El tercero es la península coreana (Corea del Norte, Corea del Sur, USA, China, Japón y algo escondida Rusia), un lugar lejano y pequeño para un problema inmenso. Aquí puede que tengamos la oportunidad de asistir al gravísimo problema (un poder duro si los hay) del (mal) ejemplo. Si Corea del Sur y Estados Unidos ceden a la amenaza de la fuerza bruta (la posibilidad de un misil balístico con una carga termonuclear explotando en Seúl y/o en Washington) y aceptan un gobierno imperial de Corea del Norte intacto (aunque supuestamente sin armas nucleares), las ventajas de poseer (o amenazar con poseer) armas nucleares se harán, para mucha gente, tan evidentes y llamativas como los anuncios lumínicos de La Habana de los años cincuenta. Pronóstico de futuro: más que incierto.

No olvidemos tampoco que el poder duro puede ser ejercido, y se ejerce, por alianzas gubernamentales (Comunidad Europea, OTAN, NAFTA), organizaciones económicas (Banco Mundial, FMI, Wall Street, G-7, G-20, Tratado Asia-Pacífico), instituciones religiosas (Vaticano, Concilio Anglicano), instituciones de presión étnicas (Grupos sionistas internacionales), empresas transnacionales (Apple, Microsoft, Amazon, Alibi), elementos terroristas transnacionales (ISIS, Al Qaeda), carteles delincuenciales (Camorra, Mafia Siciliana, Guerrilla Colombiana), conglomerados delincuenciales “socialmente lavados” (Inversionistas rusos internacionales procedentes fundamentalmente de la KGB, Odebrecht) e incluso agrupaciones de difícil clasificación como Wikileaks y Anonymous.

Y puede sufrir mutaciones, como veremos más adelante.

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