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Pobreza y criminalidad

Es fuente de preocupación. Lo es desde siempre. Y no es para menos. El tema sale a relucir cada vez que un hecho de trascendencia – sea por las modalidades, sea por los personajes, sea por el número de los involucrados – sacude la conciencia de la sociedad. Mas, aun cuando no ocupa las primeras planas de los diarios o no recibe el honor de los noticieros de radio y televisión, no deja de ser objeto de atención, de polémica, de comentarios y de debates.

El asesinato de los 43 estudiantes en México…  mejor dicho, el presunto crimen de 43 jóvenes – los padres, en ausencia de los cuerpos, rechazan la ‘historia oficial’ y no pierden las esperanzas a pesar de las evidencias – trae a la palestra del debate público el tema de la inseguridad y de la criminalidad desbordada

Indigencia, privación, hambre. Es un lugar común. Mas no por eso deja de ser verdad. Decimos,  donde hay miseria hay delincuencia. La pobreza es el caldo de cultivo de la violencia. Las organizaciones criminales reclutan a sus soldados en los barrios más humildes, desvalidos y abandonados. Sobran las evidencias.

América Latina y África son las áreas geográficas en las cuales se concentra el número mayor de víctimas de la violencia y también las que arrojan los índices de pobreza más elevados. En honor a la verdad, es justo reconocer que en América Latina se han hecho esfuerzos para desterrar la pobreza; esfuerzos que han tenido mayor o menor éxito de acuerdo a la realidad de cada país.

El Banco Mundial estima que el crecimiento económico de la región, aun desacelerando, debería seguir el los próximos años. Las políticas económicas, en las últimas décadas, han permitido mejorar el nivel de vida de millones de personas en nuestro hemisferio. La pobreza se redujo significativamente al pasar de 42 a 25 por ciento al tiempo que las filas de la clase media, en el mismo período, han experimentado un incremento importante: pasaron del 22 al 34 por ciento. Aun así, las desigualdades sigue existiendo. Y siguen siendo el caldo de cultivo de la violencia irracional y de la criminalidad desbordada. La Cepal, en 2012, estimaba que 164 millones de latinoamericanos seguían viviendo en la pobreza. De estos, 6,6 millones en la pobreza extrema.

En este escenario, luce muy difícil erradicar la criminalidad. O, cuando menos, reconducirla a niveles aceptables. De acuerdo a un informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, 437 millones de personas en el mundo, en el 2012, perdieron la vida en hechos violentos. Cabe destacar que 8 de cada 10 víctimas fueron hombres.

Siempre de acuerdo a las Naciones Unidas, poco menos de 800 millones de personas viven en los países que arrojan la tasa mayor de homicidios en el mundo. Y estas naciones se concentran principalmente en dos áreas geográficas. A saber, África y nuestro hemisferio. Dicho en otras palabras, casi la mitad de los homicidios se produce en países que, a cuentas hechas, son el hogar del 11 por ciento de la población de la tierra. En el extremo opuesto, tres millones de personas viven en países cuya tasa de homicidios resulta relativamente baja. En particular, en las naciones de Europa, de Asia y de Oceanía, continentes que, en materia de seguridad, arrojan resultados realmente envidiables.

Se estima que la tasa promedio de homicidios en el mundo se sitúa en 6,2 víctimas por cada 100 mil habitantes. Sin embargo, los promedios, como siempre, arrojan resultados engañosos. De hecho, suelen esconder realidades dramáticas como, por ejemplo, las de América Latina y de África, cuya tasa de homicidios es de 26 y 30 víctimas por cada 100 mil habitantes respectivamente. Dicho sea de paso, las Naciones Unidas calcula que la tasa promedio de homicidios masculinos es 4 veces mayor que la de las mujeres. Y si esto fuera poco, cabe añadir que la tasa de homicidios de sexo masculino en edades comprendida entre 15 y 29 años, siempre en nuestro hemisferio, también es 4 veces más elevada que el promedio mundial. En fin, un jóven cada 7 víctimas de la violencia. La matemática no es una opinión. Y como no hay motivos para dudar de las Naciones Unidas, mucho menos de la seriedad de su Oficina contra la Droga y el Delito, esta cifras debería aconsejar una reflexión seria  en quienes tienen el poder de dar un ‘golpe de timón. En otras palabras, en quienes, de proponérselo, pueden darle contenido real a las buenas intenciones que, hasta ahora, no han dejado de ser palabras vacías. La tarea es nada fácil y requiere de la voluntad política que hoy pareciera brillar por su ausencia.

La lucha contra la criminalidad comienza con identificar las características de la violencia. No es lo mismo la delincuencia organizada, como por ejemplo la que encabezan los ‘zares’ de la droga quienes, a raíz de la aplicación del “Plan Colombia”, parecieran haberse mudado de la sabana colombiana a las urbes mexicanas; que la microdelincuencia venezolana, que se nutre de la impunidad  y que, en ocasiones, pareciera haber sido armada por la misma estructura de poder. Tampoco tiene las mismas características la delincuencia en Honduras. En este pequeño país, el más violento de nuestro hemisferio con sus 90,4 víctimas por cada 100 mil habitantes, el principal problema parecieran ser las micro pandillas que matan de manera “arbitraria” para defender su identidad y pertenencia de grupo.

La lucha a la criminalidad es compleja y difícil. Sin embargo, como lo demuestra el caso de Nicaragua, no es imposible si existe voluntad política. El país centroamericano, hoy, es uno de los más seguro de América Latina.  La lucha contra la delincuencia comenzó en 1976, con la llegada al poder de los sandinistas. Y, aun cuando queda aún tanto por hacer,  hoy puede mostrar cifras envidiables: 11 homicidios por cada 100 mil habitantes.

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