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Pobres niños ricos

Todo el mundo sabe que existen, pero la verdad es que muy poco se notan. No se ven. Ni siquiera cuando van en carro, usan camionetas grandes de vidrios muy ahumados. Se refugian en sus casas de muros muy altos. Todo como en secreto, como escondido. Son gente que goza escondida y no compra pan. Gastan escondidos, comen exquisiteces en otros países o en bodegones locales muy exclusivos donde no entra la clase media alta ahora empobrecida, mucho menos el proletariado o el tan mentado pueblo. Se ven suceder en celaje, son más bien una sospecha, un chisme en twitter. Rápidamente se encaraman las mujeres peli amarillo en la aparatosa camioneta, sus gestos protegidos por escoltas.

Cuando les toca el acto público, es con camisa roja y cachucha sin vergüenzas, en la tele y demás medios. Pero luego desaparecen de la vida de todos los días. Después del matrimonio no van a la arepera, ni llevan a los niños al parque, ni compran libros en las librerías, ni siquiera zapatos en las zapaterías, mucho menos Harina Pan haciendo cola. Y me pregunto, ¿de qué le sirven los reales si no le pueden decir al mundo que son más que los demás, porque tienen que vivir escondiendo el peculio? ¿De qué les sirve la libertad de mostrar lo que tienen en Paris o Londres, si allá nadie los conoce…?

En Venezuela nunca antes fue tan verdad el cuento aquel del niño rodeado de juguetes, pero encerrado en su cuarto, aburrido y triste, sin amigos. Y no es que esta gente que no se ve en la calle sino en la tele disfrazada de rojo, no tenga amigos. Tienen montones, mientras más dinero, mas amigos. Pero la adulación tiene corta vida. Sus efectos balsámicos son indudables, y el ego gusta regodearse y jugar un rato a creerse el halago, pero al rato fastidia la sospecha de que nada es cierto, y cede ante la humana necesidad de sentir afecto verdadero. Y la sensación de que nadie te quiere es la peor de todas. La que produce más infelicidad incurable. ¿De que les sirve denunciar que Macron se está metiendo con el pueblo venezolano, y hacerse los ofendidos porque el pueblo venezolano son ellos? Si van a seguir comprando más villas y castillos en el sur de Francia, o más Louis Vuitton, más Louboutin, aunque tampoco los pueden caminar más que de la camioneta rapidito en estampida hacia el restaurant… que en Caracas quedan tres y en Roma o Madrid a nadie le importa, a menos que sean venezolanos y puede suceder que los reconozcan y terminen por amargarles la cena con champagne, y ni hablar de ir a NYC, el imperialismo los tiene vetados a los pobres niños ricos del gobierno venezolano y enchufados.

Así como dice el dicho que nadie aprende por cabeza ajena, también es asunto cuesta arriba imaginarse en seco, los padecimientos ajenos. El desprecio nunca me había dejado pensar lo que pueden sufrir los que disfrutan de dineros mal habidos. Así como nunca me había imaginado que cierta manera de sentarse de los barrigones podía tener que ver con su consideración hacia el otro. Seamos sinceros, si al localizar tu asiento en el avión, o cuando queda una sola silla libre en la sala de espera del doctor, o el puesto que te tocó en el teatro o el cine, o en cualquier circunstancia similar donde compartir el espacio es obligado, la única silla libre o el lugar que te toca está justo al lado de un gordo, nos lamentamos de nuestra mala suerte. Pero esa eventualidad en apariencia desgraciada, te revela cómo se llevan y hasta donde pesan los kilos de más. Esa manera de los gordos de cruzar los brazos por encima de su barriga, que los hace ver como reyes empoderados del espacio que ocupan, tiene en realidad una única razón y es generosa: se trata de no molestar al de al lado. Y entonces es cuando sucede la magia de la humanidad y dejas de detestar al gordo de la silla de al lado, culpándolo del descuido irresponsable que lo hizo ascender hasta esos kilogramos de cuerpo en exceso, cuando comprendes que el primer mortificado es él y que aún le queda mortificación para preocuparse por dejarte el espacio libre que ocuparían sus brazos.

Me pregunto ¿qué hará falta para que los gobiernos se imaginen cómo se lleva y se sufre el peso de ser gobernados… de ser “pueblo”? Tal vez eso los hiciera comprender la generosidad natural del vulgo que los tolera a pesar de saberlos malos… y empiecen a actuar en consecuencia con mayor empatía. No sé si es demasiada inocencia pensar que, así como podemos descubrir la generosidad espacial de los gordos, o hasta imaginar lo que sufren los pobres niños ricos que viven de la pobreza ajena, cualquier mecanismo que permita ponerse en los zapatos del otro es bueno y es lo que hace falta… digo, por tratar de ver alguna luz al final del túnel.

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