El, en sus sesenta largos, también demasiado largos los blue jeans acumulados en arrugas a la altura de los tobillos, lo que lo hace ver más retaco; de corte skinny el desafortunado pantalón que hace parecer sus piernas no solo cortas sino demasiado delgadas para sostener el peso del torso generoso; correa de cuero casual por debajo de la prolija barriga enfundada en una camiseta polo de una talla menos, en el malogrado gesto de pretender haber vivido una década menos también; zapatos deportivos de gigoló italiano que no hace deporte ni engaña a nadie con su estado de salud, de caminar aquejado, salto atrás de escasa cabellera gris, con un lejano apetito en la mirada que mal esconde el cansancio de lo vivido y la falta de fe en lo que le queda por vivir; para completar la estampa, él va cargado de bolsas de tiendas finas del Soho neoyorquino.
Ella, morena por lo menos 30 años más joven, de piernas larguísimas como si pudiera escapar corriendo de su destino para llegar aún más lejos; encaramada en unas plataformas muy altas, que subrayan su esbeltez y el brillo de la desnudes de sus piernas tersas de infarto, limitadas por unos shorts muy breves, de una tela estampada y ligera, que el viento o el roce de la cartera levantan al descuido dejando ver parte de sus nalgas, al tiempo que bate su larga y abundante cabellera rubia sintética con pollina de peluca; el escote prodigioso, palpitante promesa de más carne, por el fastidio del par de bolsas de marca que la hace gesticular torturada, nunca cedió lo suficiente como para dejar ver sus senos siempre al borde, a pesar de que la flamboyante escena se prolongaba en esmeros y tiempo.
Ella ensayaba de un lado a otro de la avenida, tratando de cazar un taxi, con expresión profesional, sintiéndose a todas luces en la mitad de una escena de película mil veces vista, justo cuando la actriz detiene el taxi amarillo, en medio de los carros que bajan inclementes por un Broadway tapizado de turistas entretenidos. Sus zancadas de garza sobre Spring le ganaron la batalla a las llamativas vitrinas altisonantes y millonarias, todo el mundo la miraba a ella en la impúdica exuberancia de su gesticular, seguida de su acompañante, que sin hacerse preguntas ni intentar alguna iniciativa, imitaba torpemente sus pasos. Era tan llamativa la escena, que el tiempo se detuvo. Solo ellos pasaban de la esquina oeste a la esquina este, atravesando luego hacia el sur o de nuevo a la acera norte, sin conseguir taxi. Ella, cada vez más aparatosa en su ir y venir, él, cada vez más patético tras ella, su mirada puesta en el vacío que queda después del recuerdo o la expectativa del sabor de la piel de la morena, mientras todos miraban hipnotizados, como si no importara. Para completar la invalidez del señor, cada vez más desasistido de prestancia, ella le entregó sin mirarlo, el par de bolsas que llevaba, para así deshacerse de la incomodidad que le impedía moverse en toda su extensión y expresión. Él, mayordomo, caletero, chequera, cajero automático, no tenía manera de evitar el ridículo de su vida, expuesto como estaba tan impúdicamente en su miseria, contante y sonante frente al mundo. Porque lo que pasa por esa esquina, es el mundo entero.
La escena se prolongó hasta la procacidad de los hombres que ya miraban con descaro animal, mientras las mujeres tampoco disimulaban la expresión de franca y enternecedora desaprobación, ¿tendría ese hombre una esposa y unos hijos en alguna ciudad del mundo, que lo esperaban después del viaje de negocios, en el hogar cansado y aburrido?… a lo mejor su esposa nunca ha venido a NYC… ¿cuántas bolsas llenas de exquisitas frivolidades indispensables le cargará y estará dispuesto a pagar el esposo por dormir con su misma esposa de siempre? ¿Sospechará la esposa en lo que anda su marido? ¿O será que le cree que está de viaje por trabajo? ¿Es posible que él no tenga esposa y esté verdaderamente enamorado de la morena y esta sea una historia de amor digna de ser contada? Sentí lástima por la esposa, rabia por el engaño, pobrecita…
¿Cuánto le costará a él la compañía de la morena? Si le compra todo lo que ella quiere, ¿es porque tienen o aspira a una relación más que de alquiler, o eso está incluido en el precio? Sentí pena por él, tener que llegar a pagar por una mentira que no llega ni a cariño, ese cariño que además no es capaz de dar ni merecer, por un fin de semana de mentira que todo el mundo reconoce bajo el sol de la tarde de otoño, por una juventud que ya pasó y que desahucia a los que viven sin amor…
¿Tendrá la morena por su parte, algún amor verdadero, fuera de sus horas de trabajo… o estará apostando a que el viejo que le paga las compras y las horas consiga con eso hacerla feliz? ¿Hasta donde se cree la cara de Sandra Bullock buscando taxi… que no se parece a la imagen que le devuelve el espejo al amanecer cuando no le alcanza para pagar la renta y sale a trabajar expuesta al sudor y las grasas de un viejo baboso y desconocido?
Después de sacar esta cuenta, resultó muy pobrecito él, pobrecita la morena despampanante en sus espléndidos 20’s… mucho menos pobrecita la esposa, si es que hay esposa engañada, pues más engañado está él, cuando su engaño no consigue engañar su soledad ni engaña a nadie mucho menos a la esposa, porque nunca es verdad que la esposa no lo sabe todo, y es así que a sabiendas, mal podría comprometer ella su dignidad en la infidelidad del marido, y por eso se mantiene firme en su vista gorda, porque nadie le quita lo bailado cuando apostó por el amor y la familia, y va haciendo su vida sin exponerse en sus carencias en el acto fallido de pagar por amor… hasta que se atreva a salir del marido que mal paga, que es lo que a ella y a la morena que él paga, estorba.