Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Adrian Ferrero

Pipas 

Les propongo mirar. Pero con detenimiento. Por supuesto que, para cualquiera que sienta curiosidad por el arte, le interese reflexionar acerca de él y se sienta particularmente atraído por las obras que presentan mayor complejidad, “Ceci n’est pas une pipe” o «Esto no es una pipa», en traducción (pintura realizada entre 1928-1929) constituye una obra del pintor surrealista belga René Magritte (1898-1967) que nos paraliza como espectadores. Una pintura que literalmente niega el concepto mismo de representación. Esto es: la imagen de una pipa que se afirma no lo es pero es evidente que sí lo es. Pero tampoco es una pipa. Sino la imagen en que ha sido plasmada mediante la pintura misma de una pipa. Esa pintura, contiene entonces junto al código icónico, el código verbal. Dos códigos que si bien remiten a la posibilidad de manifestar un mensaje (más o menos connotativo, más o menos denotativo), pertenecen a dos dominios que no suelen estar en contigüidad. Excepto, claro está, cuando se titula a los cuadros. Cuando se trata, por fuera del lienzo, de darles un nombre. 

Pero el presente caso se trata de un razonamiento físico y metafísico complejísimo e impecable, cuya propuesta exige del pensamiento abstracto, por un lado y por el otro de un cierto conocimiento de las funciones de la lógica, de las leyes de la afirmación y la contradicción, de la argumentación y de lo que la representación supone en el arte. En este caso en particular con la intervención de una frase verbal que está escrita en el lienzo, como parte de la pintura, concebida por el artista con la clara intención de significar.

René Magritte fue un pintor surrealista que jamás fue ni posó de ingenuo. Hay obras suyas (al menos eso he leído) basadas en las teorías filosóficas de Heidegger, entre muchos otros filósofos. Y este cuadro ha sido influyente en el pensamiento de Michel Foucault, como veremos a continuación. Pensador cuyas teorías, debo confesarlo, en ocasiones exceden mi capacidad comprensiva dado el nivel de pensamiento especulativo que proponen. Literalmente no lo puedo seguir. Pero más allá o más acá de la filosofía, que para René Magritte evidentemente era una disciplina influyente como sustrato para su pintura, lo imagino tanto un artista como un estudioso. Lo veo en su atelier rodeado de libros de filosofía. Con una buena biblioteca. Alternando pinceladas y óleos con la lectura de capítulos de diálogos de Platón, tratados de Aristóteles, los fragmentos de los presocráticos, el pensamiento Heidegger o bien el de las propuestas de Gabriel Marcel, Jean-Paul Sartre o bien, de Hegel.

Y esas fechas que indica la pintura del cuadro, en verdad ¿qué indican? ¿Etapas de un cuadro? ¿fases de un cuadro? ¿procesos creativos? ¿bocetos? ¿esbozos? ¿momentos de un pensamiento que se va desplegando en el tiempo, revisando sus premisas, cotejando lecturas con representaciones? ¿un pensamiento que se va enriqueciendo en la medida en que va siendo pintado y van siendo revisados los puntos de vista que lo sostienen como obra? Ignoro cómo los técnicos denominan la dimensión de la elaboración de los procesos creativos en el tiempo de la pintura. Pero sí estoy seguro de que también se complejizan en la medida en que la inteligencia y los conocimientos lo hacen. En la medida en que se entrenan y se ponen en diálogo teorías con trazos. Y que este cuadro puede que sea él mismo la síntesis del conocimiento de muchos libros. O bien sea, bajo el aspecto de una formulación visual, la respuesta a una o varias preguntas. Circunstancia que me resulta formidable. Esto es: escrutándolo con mesura, serenidad e interrogándolo, uno puede alcanzar las cimas del pensamiento más sofisticado y al mismo tiempo de nutrirse de la ilimitada riqueza que confiere la captación sensible de un objeto de arte. De una ilimitada belleza, también. Que por otra parte ofrece notables desafíos a la interpretación crítica. Tanto de un profano como de un experto. Agradecido entonces, a René Magritte. A su obra tan sugestiva como inconclusa, porque invita a proseguirla desde la reflexión indefinidamente. Y así como él pintaba a partir de la Filosofía, también podemos escribir a partir de su pintura. Es decir: el texto que escribo en este preciso instante, ha sido influenciado por el shock perceptivo que experimenté al contemplar su obra pictórica. No solo de “Esto no es una pipa”. Sino el de todo un libro de reproducciones en el que están contenidas sus obras más consagradas, acompañadas de ciertas pinceladas informativas en lo relativo a su vida, a sus teorías, a su formación, a sus estudios, a su atelier poblado de libros. No sé qué opinan, pero me parece un ejercicio apasionante pensar una obra de arte cuando dialoga con otras instancias de la producción cultural, en este caso de la Filosofía. Aun haciéndolo de modo tan imperceptible como inescrutable para quienes desconocemos la Historia del pensamiento tanto de Occidente como de Oriente.

Desde el lugar de quienes han asediado el corpus de Magritte bajo el impacto de su propuesta, para nada convencional, un filósofo, precisamente, alguien de la disciplina de la que, por lo que todos nos informan, tomaba sus fuentes para pintar, fue Michel Foucault. 

Como se recordará, Michel Foucault fue un filósofo profundamente interesado en el lenguaje y los discursos como formas de organización de la realidad y el conocimiento. De las disciplinas y de los saberes, de las formas de concebir el mundo por el poder, la historia de los hombres infames, todo lo que transgrediera el orden de cultura normativa, oficial, de la sexualidad a la locura, entre muchas otras. 

Esto no es una pipa. Ensayo sobre Magritte (1981) de Michel Foucault sitúa en toda su magnífica complejidad una obra pictórica por detrás de la cual hay ideas que subyacen a su realización y que han sido producto de una profunda reflexión. Ideas que Foucault va procurando leer desde su propia filosofía (que no necesariamente es la de otros lectores) para arribar a algunas afirmaciones más o menos concluyentes. Foucault aspira a desentrañar a partir de lo perceptivo el pensamiento que subyace a él, ese que como una arquitectura diseña su forma más primordial, su contenido y tendrá sus repercusiones a la hora de la recepción en el espectador. 

La pintura de Magritte es un tipo de arte plástico que desconcierta, deja perplejos, nos llena de preguntas, nos descoloca. Probablemente por su condición surrealista, que remite a la impertinencia, a todo aquello que está descentrado. Ta vez ese mismo sea el motivo que interpeló a Michel Foucault a pensar su obra desde la Filosofía. El disparador fue la pintura homónima del título del libro. Que a su vez dialoga con un dibujo que realizó el mismo artista, que hace sistema con la pintura. Un dibujo que no tiene color alguno, es mero trazo, pero que sí tiene una forma prácticamente idéntica a la de la pintura. El resultado no necesariamente tiene que ser el mismo que postula el propio Magritte en sus dos cartas finales incluidas en el libro. Pero sí ambas cartas son reveladoras del respeto que siente Magritte por este filósofo que es Foucault, con quien decide mantener un intercambio fluido, que atraviesa fronteras disciplinarias precisamente porque ambos comprenden que tanto para el uno como para el otro, esas fronteras se disuelven. Se han disuelto no solo en esta pintura. 

Michel Foucault ha decidido afrontar el desafío de interrogar su pintura con las herramientas del pensamiento crítico. Desde las nociones de «similitud” y “semejanza”. Desde las nociones de representación y objetos, la lectura de Foucault es tan analítica y sugestiva que llama a la admiración. Con una argumentación sólida y un pensamiento teórico originalísimo el filósofo francés indaga lo que no puede verse pero sí especularse a partir de imágenes plásticas. Yo que no soy experto en Historia del arte ni en artes plásticas pero sí un buen espectador e investigador tras la pista de pinturas y pintores, sumo entonces este libro a mi bazar de piezas valiosas porque de algún modo la mirada interpretante de Foucault señala un camino para ingresar en la pintura desde el orden del pensamiento crítico, en particular del crítico de la cultura que de pronto repara en la crítica de las artes plásticas como una fuente de perplejidades para proseguir un diálogo con su autor traducido en intercambio, al punto de llegar a ser epistolar. Un intercambio que por cierto me interesa. Lúcido, certero, coherente, jamás errático, Michel Foucault da una lección más de sus dotes como lector de la realidad y, en este caso puntual, del arte, a través de un sistema de pensamiento sin precedentes. Y también demostrando que no solo fue capaz de pensar el universo de los signos y del control social, lo que ya ha devenido una vulgata respecto de un corpus filosófico mucho más completo que esos dos simplismos, sino que aborda como un friso la realidad a través de una formación filosófica y también con teorías del lenguaje, psicología, teoría crítica en general, que lo habilitan como nadie para pensar esta obra que él ha elegido como paradigma de artista, en la cual subyacen una serie de principios con los cuales su inteligencia puede entablar un coloquio fecundo. Foucault al descubrirlo comprende que ha dado con el aporte sustantivo de un artista cuyo universo creativo consiste en mucho más que únicamente el de alguien que plasma emociones y una inspiración (seguramente despareja en otros casos) sino en alguien que medita mediante el arte también del rigor, que proyecta sus obras teóricamente antes de ser ejecutadas. A Michel Foucault le parece un artista interesante, no solo que ha elaborado obras que llaman a una contemplación de la belleza pictórica. No solo porque hace bien su tarea, cumple con su rol de pintor de naturaleza virtuosa y con sentido de originalidad. Sino que en un punto ambos, conjeturo que a sabiendas los dos de en qué punto pueden y hasta resulta posible que sus inteligencias conversen de igual a igual, lo hagan cada cual a su manera. Foucault según el modo de captar la cautivante innovación creativa, desde la teoría crítica, que sin embargo traza un dibujo con lo pictórico que exhibe un desafío al orden del pensamiento. Y lo hace de modo eficaz. Magritte, desde el punto de vista del artista que se encuentra frente a una inteligencia poderosa. De modo que me atrevería a decir hay tal claridad meridiana de entendimiento, tal comunión, que se disuelven las disciplinas, las artes, los trabajos respectivos, la singularidad de cada uno, se conjugan los dos en una cierta clase de entendimiento ilimitado, porque logran fundirse dos hombres de los sensible a lo inteligible. Y viceversa.

Hey you,
¿nos brindas un café?