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Toni García Arias
Toni García Arias - ViceVersa Magazine

Pin parental: el fracaso de la educación de los padres

Hace pocos días se aprobó en la Región de Murcia el controvertido Pin parental. De una manera resumida, podemos decir que el Pin o veto parental no es otra cosa que la necesidad de una autorización por parte de los padres para que sus hijos puedan acudir a una determinada charla en el colegio. Después de aprobarse este veto por parte del PP, Ciudadanos y Vox, todos los medios de comunicación comenzaron a abordar el tema -casi siempre sin la presencia de docentes- confrontando si dicho Pin era un derecho que los padres deberían tener o no, olvidándose de los más importante: cómo se ha llegado a esta situación. Vayamos por partes.

En el mes de septiembre del 2019, un periódico recogía la noticia de que un colegio de Granada estrenaba una asignatura sobre protección animal. Enseguida, muchas personas aplaudieron esta iniciativa. Pero ¿cómo se puede aplaudir que se introduzca una asignatura como esta en el colegio? ¿Acaso el colegio no está para impartir conocimientos sobre Legua, Matemáticas, Ciencias, etc.? ¿Por qué una asignatura sobre protección animal? ¿Por qué realizar charlas en el centro educativo sobre educación vial, ciberacoso, alimentación responsable, uso responsable de redes sociales, educación emocional o educación sexual reduciendo horas a Lengua, Matemáticas o Ciencias? Pues, curiosamente, no porque sea una iniciativa de los docentes sino porque es una reclamación de la sociedad. ¿Y cuál es la causa de que la sociedad reclame que se den este tipo de contenidos en el aula? Pues porque los padres cada vez delegan más este tipo de educación en la escuela. Veamos algunos ejemplos.

¿Por qué educar en una alimentación saludable? Pues porque España tiene uno de los índices de obesidad infantil más alto de toda Europa. ¿Por qué dar educación sexual en la Educación Secundaria? Pues porque en España, después de muchísimos años, se han vuelto a dar casos de sífilis y gonorrea en adolescentes y las prácticas sexuales en esa edad están cada vez más influenciadas por su adicción a la pornografía. ¿Por qué educar en el respeto? Pues porque el aumento del acoso escolar y de las agresiones de adolescentes a los padres se ha disparado en la última década. ¿Por qué educar en la igualdad? Pues porque, a pesar de los avances, las mujeres siguen estando asociadas a las tareas de la casa y sus sueldos por realizar el mismo trabajo son muy inferiores a los sueldos de los hombres. ¿Por qué dar contenidos de protección animal en el aula? Pues porque en España se abandonan 140.000 perros y gatos anualmente y cientos de cazadores cuelgan o asesinan cruelmente a sus perros tras la temporada de caza, siendo nuestro país líder mundial en abandono animal. Y así, hasta el infinito. Así que, bien visto, la existencia de charlas en los colegios no es ni más ni menos que el producto del fracaso de los padres en ese tipo de educación que ha generado una sociedad cuyos datos están muy lejos de situarnos como un país desarrollado.

Por otro lado, se preguntan algunos padres qué tiene de malo que sean ellos los que decidan las charlas que reciban sus hijos. Lógicamente, si esas charlas se ajustan a los contenidos y valores propios del currículum, la prohibición de que un menor acuda a una de esas charlas es un insulto a la profesionalidad del docente -que es quien ha seleccionado la charla- y una desconfianza hacia la escuela. Pero, además, cuando un padre se niega a que su hijo reciba formación sobre ciberacoso, igualdad de sexos, uso de redes sociales, bienestar animal, reciclaje, integración, cuidado del medio ambiente, enfermedades de transmisión sexual, alimentación saludable, etc., está vulnerando claramente el derecho a la educación de su hijo. Y es que no podemos olvidarnos que por encima del derecho de un padre a decidir la educación para sus hijos está el derecho del niño a recibir una adecuada educación, porque muchas veces esta formación viene a compensar la deficiente educación o el mal ejemplo que ciertos padres les están trasmitiendo a sus hijos; padres machistas, homófobos, sexistas, que se drogan, que maltratan a los animales o que solo les dan bollería industrial y comida rápida a sus hijos.

A lo largo de mi carrera me he encontrado con padres que no querían que sus hijos hiciesen educación física por cuestiones religiosas, a padres que me dijeron que no apuntaban a su hija a ninguna actividad en la que pudiese disfrutar porque iba en contra de su dios, a padres que no querían que sus hijos fuesen a un concierto de rock en la escuela porque el rock era peligroso (no como el reggaetón, que la escuchan casi la totalidad de los niños matriculados en España y es casi música de iglesia), a padres que no querían que sus hijos fuesen a natación porque se les había muerto un hermano ahogado (que, aunque lo comprendo, el padre también debe comprender que su hijo no tiene por qué pagar las malas experiencias de su familia), a padres que no querían que les diese clase un profesor porque era “amanerado”, a padres que no querían que a su hijo le diese clase una mujer, a padres que no querían que su hijo se sentase al lado de un niño de color, etc., etc., etc. Obviamente, la escuela -que busca la formación integral del individuo- no puede permitir que cada padre elija de manera arbitraria la educación de su hijo.

Por último, cabe decir que todo lo que está rodeando al tema del Pin Parental no tiene una intencionalidad educativa, sino una intencionalidad política. Esto lo demuestra el hecho de que, de los 265.000 alumnos de la Región, no existe ni una sola denuncia por contenido inadecuado en ninguna charla, lo cual demuestra que se trata de un debate innecesario. Sin embargo, algunos, los más dados a no contrastar informaciones, han comprado este producto de la extrema derecha española haciendo un daño irreparable a la escuela, que cada vez está más cansada de la intromisión política y de la negligencia de los padres: dos males que es importante solventar si queremos realmente que la escuela sea la promotora del cambio de una sociedad española que cada vez parece más cateta y más casposa.

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