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Azucena Mecalco

Piedad la semiología de la realidad universal

El cine comunica. En términos empleados por Paolo Pasolini, es una proyección de signos que transmiten ideas en un doble sentido de profundidad lingüística y estética. Uno de los directores contemporáneos que mejor ha amoldado estos conceptos a la forma práctica es Kim Ki Duk, quien en sus películas logra conjuntar y transmitir, con base en una idea central, toda una gama de emociones que van desde las más loables hasta las más sórdidas.

La piedad, y sus múltiples acepciones, es el tema central de una de sus más recientes películas, y es una muestra latente del naturalismo universal que ha poblado sus obras. La historia del cobrador carente de compasión, que repentinamente recupera el amor materno y se transforma en un ser lleno de temores, angustias, pero también con miras a obtener un anhelado ideal de felicidad, pudiera parecer sencilla en una primera lectura; sin embargo, como es recurrente en los trabajos del director, existe una espiral de interpretaciones que no se limita a los dos niveles de profundidad de los que hablaba Pasolini.

Como principio, las concepciones nietzscheanas del término piedad dejan en claro que éste, lejos de ser un sentimiento loable, es uno de las más mezquinos, puesto que sólo se siente piedad por aquellos que se consideran inferiores. Kim Ki Duk lo deja ver en su filme de forma desgarradora, alimentando la compasión en la medida en la que el personaje principal es despojado de todo cuanto tiene. El miedo se hace presente en cada escena, mas, ¿qué puede generarte miedo sino tienes nada que perder? «Peligroso es el hombre que ya no tiene nada que perder», aseguraba Goethe, pero, una vez que se hace presente la posibilidad de ser limitado de aquello que poseemos, aun de manera utópica, el miedo surge de forma inevitable, la piedad desaparece dejando tras de sí sólo los resquicios para la paranoia y el temor.

La técnica naturalista con la que Kim Ki Duk dio vida al universo del filme se caracteriza principalmente por recrear una atmósfera desoladora, que, sin embargo, genera empatía en el público al hacer visibles una serie de problemas que van mucho más allá del hilo conductor de la cinta. Cada toma en las calles de la ciudad, nos muestra la fotografía de una Corea gris y marginada, muy lejana a los suburbios y edificios a los que nos ha acostumbrado la reciente Korean Wave, encabezada por los dramas y comedias románticas que llegan a raudales a través del internet. Aunado a ello, la asociación de las imágenes en la pantalla con la miseria, las escasas oportunidades y los crecientes problemas económicos que generan una espiral de contrastes, salta a la vista golpeando la conciencia del espectador que percibe una realidad que no resulta ajena a ninguna cultura.

Mas, el alcance del argumento se evidencia también en la magistral dirección actoral. No sólo los personajes están bien estructurados psicológicamente, sino que los actores captaron la esencia real de éstos otorgándoles credibilidad, tanta que en algún punto resultan mucho mejor configurados que en la vida real, lo cual se puede apreciar en los close up a los rostros de los actores en los momentos clave de la historia, en donde sus expresiones, al ser la única imagen que capta la cámara, son las encargadas de transmitir toda la progresión de sensaciones impresa en el guión.

Por otra parte, los cambios de cámara se adecuan a la estética versátil con la que fluye la trama. Y, aunque en un principio la cinta parece avanzar con lentitud, te envuelve poco a poco hasta que te captura por completo dentro del mundo del personaje. Tal como le ocurre a él dentro de la historia, en la que lentamente se deja seducir por los encantos de una vida que nunca pensó poseer, hasta que cae bajo los influjos de la relativa comodidad obtenida, lo mismo le pasa al espectador. Tanto el personaje como el público son atrapados, relajados, conmovidos y después traicionados. Los múltiples y sorpresivos virajes de la trama te arrastran de una historia de matices grises a una completamente oscura y siniestra en donde no existe ninguna escapatoria, porque todos los actos conllevan consecuencias inevitables y tal como ocurre en la física, es imposible correr el tiempo en reversa. Cada acción conduce a un nuevo y más tenebroso recoveco de la conciencia humana y al mismo tiempo del filme. Pues así como la luna, los personajes al ser “humanos, demasiado humanos”, cuentan con una cara oculta detrás de la máscara visible, ninguno de ellos es enteramente malo o enteramente bueno.

Así como lo planteaba Goethe, «actuar es fácil, pensar es difícil; actuar según se piensa es aún más difícil» y Kim Ki Duk aprovecha ese recurso para mostrar los más diversos rostros de un mismo sentimiento, instalándose en un universo donde la dicotomía es inexistente o mejor dicho, queda velada por los matices y niveles emocionales de las situaciones en las que se desenvuelven los personajes, en un contexto que, al igual que en la vida real, la bondad y la maldad están sometidas al escrutinio de la conciencia particular, en un juego de máscaras en el que se olvida por completo las convenciones sociales que nos rigen para dar pie al instinto por encima de la razón.

A todo lo anterior se suman los aspectos técnicos. La cinta plasma por sí sola, toda la pasión de la naturaleza humana desde sus representaciones más descarnadas. Los movimientos de cámara consiguen la finalidad primordial del guión técnico ideal, enarbolar una historia con imágenes, al mismo tiempo que transmiten desesperación, angustia, tristeza, y en muy aislados casos hasta la felicidad. Incluso los momentos en los que la calidad de la cámara parece disminuir, se obedece a la necesidad de mostrar, mediante recursos fotográficos, la exaltación y visceralidad de las sensaciones. Del mismo modo que las tomas cerradas se encargan de generar aprensión en el espectador, la cámara se posiciona siempre desde el punto en el que el director quiere que aprecias las escenas, manipula por completo la composición y sitúa al público no como un observador omnisciente; sino como un curioso voyerista.

De esta manera cada uno de los temas que en un principio parecían ajenos y particulares se tornan universales. Basta con observar el póster, replica de la estatua de Miguel Ángel, para comprender que Kim Ki Duk estructuró un filme profundo en una espiral de significados que inician desde la primera impresión, y concluyen con un final contundente y sobrecogedor. Piedad es una cinta que se presta a la reflexión o a la crítica, pero jamás a la indiferencia.

Ficha técnica:

Dirección guión y montaje: Kim KI-duk
País: Corea del sur
Duración: 144 min.
Año: 2012

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