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Luis Perdomo pianista
Luis Perdomo pianista

La música, el “Focus Point” del pianista Luis Perdomo

En el vibrante mundo del jazz de Nueva York un músico venezolano ha conseguido el reconocimiento no solo del público amante del jazz, sino de sus colegas y de la crítica especializada. Su nombre, Luis Perdomo, un caraqueño talentoso quien, desde que llegó a esta ciudad hace más de veinte años, no ha dejado de demostrar la manera prodigiosa en la que domina un instrumento tan exigente como el piano.

Asistí a un concierto de Luis en el Dizzy’s Club Coca-Cola donde se presentaba a sala llena con el cuarteto liderado por otro músico talentoso, el saxofonista Jon Irabagon. Conversamos un rato antes de que le avisaran que ya todo estaba listo para comenzar la función. Fue una conversación entretenida e interesante en la que terminamos hablando sobre sus inicios en el mundo de la música y de alguno de los momentos que fueron fundamentales en su carrera. Luis se levantó diciendo, «vuelvo en un rato» y caminó sin prisas hacia el escenario. Se sentó frente al piano, tranquilo y concentrado, mientras los otros músicos tomaban sus lugares. Las luces bajaron la intensidad y al «One… two… three… four» de Irabagon una explosión de sonidos se apoderó del Dizzy´s Club. Una tras otra, las excelentes interpretaciones del cuarteto fueron retribuidas con intensos aplausos. Pero el momento cumbre se produjo cuando Irabagon presentó a sus compañeros. Cada uno exhibió su talento en impresionantes monólogos musicales. El solo de piano de Luis Perdomo fue absolutamente maravilloso. Su rostro serio y casi inexpresivo, no reflejaba la intensidad con la que tocaba en ese momento, una intensidad que mantuvo paralizada a la audiencia entregada por completo a los ritmos que proponía Luis con su piano. Al finalizar, lo ovacionaron con aplausos y exclamaciones para expresar la admiración por su extraordinaria ejecución. Muchos de los presentes sabían que se encontraban ante uno de los mejores músicos de la escena del jazz contemporáneo, uno al que ya han comenzado a llamar Maestro.

«Ahora me empecé a dar cuenta que soy mayor porque todo el mundo me llama maestro. La gente joven me llama “el maestro Luis Perdomo”. Me dicen esto y yo pienso, “¿Maestro?, ¿tú eres loco?” Lo que pasa es que yo todavía me siento como que si tuviera quince años».

Y es que detrás del pianista con más de treinta años de experiencia, sigue latente el espíritu del adolescente que creció en medio de músicos, del jovencito inquieto y curioso que a los doce años comenzó a tocar en una banda de salsa formada con otros compañeros del colegio. En su recorrido por el mundo de la música, Luis Perdomo fue encontrando oportunidades únicas que supo aprovechar para marcar su propia ruta en un mundo tan exigente y competitivo como el del jazz, haciéndose merecedor de que comiencen a llamarle Maestro.

 

luis perdomo

 

El niño salsero que se convirtió en pianista de jazz

«A mi papá le gustaba mucho la música, le gustaba el jazz. Siempre teníamos muchísimos discos de toda clase: jazz, salsa, música venezolana, música popular, música electrónica, clásica, de todo».

Así comienza Luis a recordar sus comienzos en la música, con la imagen de su padre rodeado de una variada colección de discos. A esta imagen la acompaña otra estampa muy especial: la de su padre sentado frente a su órgano Yamaha tocando piezas aprendidas de oído.  Amante de la música, el señor Perdomo no solo sentía placer al escucharla, sino que le encantaba interpretarla desde el sentimiento puro de un aficionado. Luis, niño curioso, se sentía atraído tanto por la música como por el instrumento, y su padre sabedor del interés y las inclinaciones musicales de su hijo, le dio sus primeras lecciones. Luis tenía entonces seis años.

El niño se fue sintiendo cómodo desplazando sus pequeñas manos sobre el teclado. Era evidente que tenía cualidades para tocar el piano y saltaba a la vista su fascinación por la música. A los diez años, tenía bien definidas sus preferencias musicales y desde su mirada infantil veía la posibilidad de dedicarse algún día a la música.

«Lo mío, en esa época, era la salsa. Me gustaba mucho la Fania All Stars. Yo no entendía el jazz, no me gustaba mucho. Pero fíjate que fue el jazz el que llevó a Gerry a mi casa. Cuando lo conocí, mi papá me dijo, “Mira ese pianista, ese señor cara de loco, es un pianista bien famoso, ¿tú quieres tomar clases con él?”, y yo le dije que sí de una vez. A partir de ese momento comencé a tomar clases con Gerry. Fue mi profesor durante diez años, desde los diez hasta los veinte».

Ese pianista bien famoso era Gerhard Weilheim, mejor conocido como Gerry Weil, uno de los músicos más importante e influyentes del jazz en Venezuela. El niño salsero, intuía que «ese señor cara de loco» a quien su padre admiraba, seguramente le enseñaría lo que él necesitaba para llegar a ser un músico profesional.

El maestro Weil no solo se encargó de desarrollar las destrezas técnicas que lo convertirían en un gran pianista, sino que influyó de manera determinante en la forma en que Luis se relacionaría con la música. Nunca le señaló el camino a seguir, ni lo forzó a cambiar sus gustos musicales. Por el contrario, desde el principio le aconsejó mantener siempre la mente abierta a diferentes estilos y tendencias musicales, una enseñanza que Luis convirtió en su leitmotiv.

«Para mí hay dos tipos de música: música bien tocada y música mal tocada, y a mí no me gusta crearme muchas divisiones mentales entre estilos y decir que esta música es de salsa, esta música es de jazz, esta música es… No. Gracias a la forma que Gerry me enseñó, yo siempre he tenido mucho trabajo. Cuando hay que tocar algún estilo específico del jazz o de otro género, siempre dicen, “Llama a Luis Perdomo”. La gente sabe que yo siempre voy con la mente abierta y puedo tocar bien y adaptarme a cualquier estilo».

Cuando Luis habla de Weil lo hace con admiración y respeto. La imagen del maestro sigue siendo un referente en su vida musical: «Hasta el día de hoy, yo todavía siento que sigo siendo su alumno».

Durante su adolescencia, Luis participó activamente en proyectos de distintos géneros musicales. Las presentaciones que tuvo con el grupo de salsa que formó con sus amigos, entre los que se encontraba Porfi Baloa, creador del grupo de salsa Los Adolescentes, le sirvió para entrar en contacto con la industria de la música.  Fue una breve experiencia que le abrió la oportunidad de meterse de lleno en el negocio, relacionándose con los proyectos de otros músicos, haciendo presentaciones con diferentes grupos y trabajando en grabaciones discográficas. Uno de sus recuerdos más poderosos de esa etapa de sus inicios es el estudio de grabación.

«Yo a los trece años ya sabía que quería ser músico. Siempre me gustaba llegar a un estudio y sentir el olor… tú sabes, sentir como huele el estudio, eso me fascinaba… Me encantaba ver las cornetas, los instrumentos… Para mí, todo aquello era… era pura sensualidad» Cuando le pido que me describa esos aromas, me responde, «Yo creo que en esa época el olor tenía que ver con las alfombras que se usaban. De repente se metía el humo de los cigarrillos y se formaba una mezcla de olores entre la madera, el humo del cigarrillo, la alfombra; una mezcla que quedaba concentrada en el ambiente». Luis hace una pausa, y en su mirada veo asomado al adolescente que disfruta de aquel pequeño mundo de aromas y sonidos, «También me gustaba ver los instrumentos. Cada vez que veía los instrumentos, cualquier instrumento, ¡guao!, me quedaba ahí pegado, mirándolos, hipnotizado… Sí… ya desde esa época yo sabía lo que quería ser…». 

La vida de Luis era sinónimo de música: vivía en una casa musical, era alumno de un extraordinario músico, trabajaba como pianista y, además, tenía dos tíos paternos que eran músicos profesionales, Eliazar Yánez y el Negrito Calavén. Eliazar fue un destacado percusionista en la escena musical venezolana. Fue él quien llevó a Gerry Weil a casa de Luis. Para ese entonces era el baterista de su banda. Lo llevó porque quería mostrarle la excelente colección de discos de su hermano y ya sabemos lo que significó esa visita para Luis. El Negrito Calavén, cuyo nombre era Carlos Perdomo, fue un cantante de salsa muy popular en el movido ambiente salsero caraqueño de las décadas de los sesenta y los setenta.

Luis se reunía a menudo con sus tíos no solo para escuchar música sino para comentar sobre ritmos, ejecuciones, cantantes y tendencias. Más adelante en su carrera tuvo la oportunidad de tocar muchas veces con su tío Eliazar. Con su tío Calavén la historia fue distinta. Lo vio desvanecerse envuelto en la sombra de los vicios, una sombra que se filtró en el espacio familiar, mostrándole desde muy temprano que, en el mundo de la música, no todo son luces.

«Desde que yo tenía doce años ya veía a la gente fumando marihuana y otras cosas mucho peores. Siempre le tuve miedo, siempre. Nunca caí en drogas, ni siquiera fumaba cigarrillos; yo no fumo y nunca he fumado. Tampoco me volví alcohólico ni nada. Una de las cosas que mi madrastra le decía a mi papá era: “¿lo vas a dejar que sea músico?”… claro habían visto a mi tío… En esa época había el estereotipo de que los músicos era unos drogadictos, pero yo nunca caí, nunca me llamó la atención».

Esa breve mención de su madrastra, hace que surja la imagen de su madre. Luis tiene de ella un retrato difuso, sostenido por los comentarios de su padre.

«Ella murió muy joven. Yo tenía cuatro años. Esa es otra de las cosas, ¡guao! que ahora que las estamos hablando me traen muchos recuerdos. Mi papá me contó, cuando ya estaba grande, que a mi mamá la habían hecho estudiar piano y que ella lo odiaba. Se escondía cuando llegaba el profesor de piano a la casa. Pero, fíjate, que, a pesar de eso, su deseo era que uno de sus hijos tocara el piano».

Aunque su decisión de ser pianista no tuvo que ver con el deseo de la madre, sin duda, enterarse de esa historia, fue una pincelada sutil en su carrera musical.

 

Luis Perdomo

 

Y llegó el jazz…

«A los dieciocho años, cuando yo terminé el bachillerato pasé un año sin hacer nada, solamente escuchaba música y practicaba e iba a conciertos. Entonces mi papá se empezó a molestar, y me reclamaba “¡¿Tú no vas a estudiar?!, ¡¿no vas a trabajar?!, ¡ponte a hacer algo!”».

Fue un momento en el que a Luis quizás se le desdibujaron las líneas que años atrás tenía tan bien trazadas. Su padre le exigió que estudiara en la universidad o se buscara algún trabajo. Más por obligación que por entusiasmo, Luis aplicó en varias universidades.

«Dos días antes de presentar la prueba de admisión en el Pedagógico, pasó lo del Sacudón del ’89, (se refiere al Caracazo o Sacudón, una revuelta popular en Caracas, que terminó con una fuerte represión policial y militar). Entonces, se formó un lío en Caracas, había toque de queda y, por supuesto, yo nunca fui a presentar la prueba». Cuando habla de su imposibilidad de tomar la prueba se ríe con picardía y agrega «Coño, ¡eso me salvó!, pero mi papá estaba molesto y me lo sacaba en cara cada vez, “¡Tú nunca fuiste a la prueba!”. Me formó un lío y comenzó a presionarme para que hiciera algo. Esa presión fue la que me obligó a salir a buscar opciones».

La búsqueda lo llevó a encontrarse con el trompetista Julio Mendoza, un amigo con el que más tarde viajaría por primera vez a Nueva York. Julio lo invitó al Juan Sebastián Bar, un conocido bar caraqueño donde se presentaban los mejores músicos de jazz. Para ese entonces, Luis había cambiado su apreciación sobre el jazz. Ya no sentía un género extraño, sino que formaba parte de su lenguaje musical.

Esa noche, Julio se acercó a los músicos del local y los convenció de que dejaran tocar a su amigo. El joven músico se sentó frente al piano y a la señal del bandleader, comenzó a mostrar su virtuosismo. Fue una presentación lo suficientemente buena para que comenzaran a llamarlo, primero como suplente y, luego, para pedirle que formara parte de la banda.

«Como a los cuatro meses el pianista del Juan Sebastián se fue y me dejó el trabajo a mí. Yo, claro, no tenía experiencia para tocar jazz de esa manera, pero a los otros músicos que estaban allí les gustaba la forma en que yo tocaba el piano y me ayudaron, a pesar de que había gente que se merecía ese trabajo mucho más que yo, pianistas famosos en Venezuela. La verdad, yo tuve mucha suerte en ese sentido. Al final estuve en el Juan Sebastián Bar por tres años y medio. Fue una gran escuela también, una gran, gran escuela”.

Allí tuvo el privilegio de tocar con la mayoría de los músicos de jazz más importantes del país en ese momento, como Biella Da Costa, Víctor Cuica o Alberto Naranjo. Luis se había convertido en un músico de Jazz.

 

luis perdomo
Photo Credits: EyeShotJazz | Jazz Photography

 

Un caraqueño en Nueva York

«La primera vez que yo vine a Nueva York fue el día que hicieron el censo en Venezuela, creo que fue en el año ’90. Vine de vacaciones con Julio Mendoza y unos amigos músicos venezolanos. Ellos ya habían estado aquí y, en ese viaje que estaban planeando me dijeron, “Vente con nosotros”. Yo nunca había viajado fuera del país. Aunque, en realidad, siempre tuve la idea de venir a Nueva York. Claro, aquí estaban todos los músicos de jazz. De jazz y de salsa. La mayoría de los músicos que a mí me gustaban, estaban aquí».

Luis Perdomo, entonces de diecinueve años, llegaba a la Gran Manzana sin otra intención que pasarla bien con sus amigos. En ese viaje no hizo nada relacionado con la música, pero lo cautivó el ambiente cosmopolita y la riqueza cultural de la ciudad. Así que regresó dos años después, nuevamente de vacaciones. En en esa ocasión, encontró la oportunidad de darle un giro a su carrera.

«El baterista con el que yo tocaba en Venezuela tenía un hermano que vivía aquí. Yo no lo conocía. Lo conocí cuando vine por segunda vez. Él fue el que me dijo, “¿Por qué no vas a la audición del Manhattan School?”. Por casualidad, en ese momento, estaban haciendo audiciones en la escuela. Cuando vivía en Venezuela, yo tenía en la mente presentar una audición en algún momento, e irme a otro lugar como Nueva York o a París. Entonces, cuando él me planteó lo de la audición, no lo pensé y aproveché la oportunidad».

Luis terminó sus vacaciones y, a su regresó a Venezuela, volvió a sus actividades regulares con las expectativas puestas a kilómetros de distancia. Pero transcurrieron los días y la ansiada respuesta no llegaba. Poco a poco, la rutina fue disipando la ansiedad y bajándole el volumen a las expectativas. Un día, al llegar a su casa, encontró entre la correspondencia una carta de Manhattan School of Music. Ese sobre simple y ligero, le pesaba en las manos. Allí estaba contenida una respuesta que, de una manera u otra, tendría un impacto en su vida como músico. Abrió el sobre y leyó que había sido aceptado. Pero lo que realmente lo sorprendió fue que le habían otorgado una beca. La emoción por la fantástica noticia se diluyó cuando se dio cuenta de que la carta había llegado con meses de retraso, después de que las clases habían comenzado. Luis no se dejó llevar por la desilusión y solicitó a la escuela que le permitieran incorporarse al año siguiente. Aceptaron su solicitud y Luis Perdomo se convirtió, formalmente, en estudiante de la prestigiosa Manhattan School of Music.

«En el año 93, cuando tenía 22 años vendí todos mis equipos para venirme a Nueva York. Todo el mundo me decía que estaba loco, “¿Cómo te vas a ir a Nueva York?, en Nueva York hay miles de músicos, te vas a morir de hambre, vas a regresar a los seis meses” y bla, bla, bla; pero yo me decía, “Bueno, si lo voy a hacer, esta es la época para hacerlo. Estoy joven, no estoy casado, no tengo nada”. Así que me vine y de eso hace ya veintitrés años».

Luis llegó a Nueva York con ganas de sumergirse en las corrientes musicales que atraviesan esta ciudad. No tuvo ningún inconveniente en adaptarse al ritmo neoyorquino, a su cotidianidad, al idioma. Tampoco le fue difícil integrarse a la dinámica de la escuela. Pero después del primer año, sus finanzas comenzaron a resentirse. Necesitaba trabajar y no era una decisión sencilla, porque si quería mantener la beca, debía invertir gran parte de su tiempo estudiando y eso le dejaba pocas horas libres para trabajar. La realidad económica comenzó a morderle los bolsillos y tuvo que salir a la calle a buscar dinero extra.

«Empecé a tocar mucho con grupos de salsa, tú sabes, solamente para conseguir dinero, bueno, la salsa es algo que a mí siempre me ha gustado, pero en ese momento, no era el camino que quería seguir. Yo tocaba con la India, con muchos músicos como José Mangual Junior, gente que yo escuchaba en Venezuela todo el tiempo. También toqué con varios grupos de jazz, con músicos que ahora son bien famosos, de ahí mismo de la escuela, como el vibrafonista Stefon Harris o el bajista Hans Glawisching. Con Glawisching, he estado tocando desde esa época, ambos somos parte del cuarteto de Miguel Zenón. ¿Con quién más?… La verdad es que yo toqué con un montón de gente».

La necesidad económica lo llevó a entrar en la competitiva escena musical neoyorquina. Su talento, su pasión y su virtuosismo le abrieron muchas puertas que lo condujeron a otro nivel, en el cual, la necesidad se convirtió en oportunidad y la oportunidad en experiencias valiosas para brillar con luz propia en una ciudad llena de luminarias.

 

luis perdomo
Photo Credits: EyeShotJazz | Jazz Photography

 

Focus Point

«La personalidad mía siempre ha sido tranquila como cuando estaba en el colegio. Siempre me sentaba atrás, nadie sabía que yo estaba allí. Pero entonces, tengo esta otra faceta que es visible y sociable. Es como vivir con dos personalidades y siempre voy entre la una y la otra. Aunque yo creo que la que tiene más fuerza es la personalidad tranquila, la que es más reservada, que no habla con mucha gente. Y eso he tenido que cambiarlo. En mi profesión, uno no puede ser un músico y llegar a un sitio y quedar así (hace un gesto de cara seria —el gesto que lo caracteriza— cruza los brazos, y se queda callado). Bueno no lo puedes hacer, y sobre todo en una ciudad como Nueva York que es tan competitiva».

Esa personalidad reservada y tranquila es la que sostiene al músico. Y aunque le ha proporcionado el equilibrio y la estabilidad para no perderse en el agitado mundo de la música, quizás fue la que demoró la puesta en marcha de su proyecto personal. Luis aprendió muchísimo compartiendo con grandes músicos, pero su dedicación a los proyectos de otros desplazó el interés por los suyos.

«Una de las metas que tenía y, que logré con el tiempo, fue tocar con varios de los músicos que vivían aquí y que yo seguía cuando vivía en Venezuela. Eran para mí como unos dioses. Sin embargo cuando tú llegas aquí, a Nueva York, y los ves tocando, piensas, “Ah, ok, no es ese Dios que uno se imagina en Venezuela, es posible que yo pueda tocar con esa persona”. Y toqué con muchísimos de ellos». Luis se queda pensativo cuando le pido que me nombre alguno de esos músicos que desde Venezuela le resultaban inalcanzables. Aunque es difícil para él hacer una selección, se decide por tres: Ray Barreto, Ralph Irizarry y Ravi Coltrane. Con ellos trabajó durante períodos largos que implicaron la grabación de varios discos y giras internacionales.

Trabajar junto a Ray Barreto fue una de las experiencias más importantes e interesante en su carrera. Luis tocó tanto en su banda de jazz como en la de salsa, desde 2001 hasta 2004.

«Todos esos discos con los que yo crecí, toda esa música que me encantaba, yo la toqué con él. Eso fue una cosa…», Perdomo hace una pausa y se emociona al recordar su etapa con Ray Barreto, «Hubo un momento en el que Ray iba a mi casa y trabajábamos juntos, hacíamos arreglos, sobre todo cuando grabamos un disco en el 2003. Para mí, era así como que, coño… (hace un gesto como de orgullo mezclado con incredulidad) Yo quería que la gente me viera con Ray Barreto en mi casa (risas). A mi hermano le hubiera dado un ataque…»

Con Ralph Irizarry vivió una experiencia similar. Formó parte de su grupo Timbalaye desde 1996 hasta el 2003.

«Él era también uno de esos músicos que yo escuchaba en los discos que tuvieron una gran influencia para mí. Cuando llegaba a la casa de Ralph Irizarry era como si estuviera llegando a la casa de Picasso».

Cuando hablamos de Ravi Coltrane, hijo del extraordinario John Coltrane, Luis habla desde el agradecimiento. Con él tocó desde el 2001 hasta el 2011. Fue Coltrane quien lo estimuló para que se lanzara a la aventura de grabar su propio disco y liderara su proyecto musical.

«Ravi tenía un sello disquero. Él me preguntó, “Oye, Luis, ¿tú no has grabado un disco?” y yo le dije, “No”, “¿Quieres grabar un disco? Yo tengo un sello, yo lo produzco”.

Durante su vida como músico en Nueva York, Luis participaba no solamente en los proyectos musicales de Barreto, Irizarry y Coltrane, sino que, además, formaba parte de otras agrupaciones de músicos importantes en la escena del jazz. Esta vida llena de compromisos le hacían tener una agenda bastante ocupada. No había mucho espacio para su proyecto personal. Por eso, cuando Ravi Coltrane le propuso la idea, lo vio como una oportunidad para enfocarse en sus inquietudes no solo como pianista sino como compositor. Comenzó a grabar en el año 2003 y el disco salió al mercado en el 2005.

Una de las razones que hizo que Luis aceptara la propuesta de Coltrane fue la posibilidad de expresar libremente sus inquietudes musicales. Por esa época, en Venezuela un productor le había ofrecido grabar un disco, pero le puso condiciones que limitaban su creatividad: le exigía que fuese música latina y, además, le imponía los músicos que tocarían con él. Luis quería realizar una producción que reflejara su propuesta personal, no el interés comercial de otro.

«Estoy contento de haberlo rechazado, porque cuando se dio la oportunidad con Ravi, él me dio total libertad de hacer lo que yo quisiera, claro, siendo músico, me dijo, “De la música encárgate tú, consíguete los músicos que quieras. Cuando estés listo, me dices y, entonces, los llamo, arreglamos y hacemos la grabación”»

Así surgió su primer disco, Focus Point. Entre los músicos que lo acompañaron en su primera aventura como bandleader, estuvieron el propio Ravi Coltrane, el saxofonista puertorriqueño Miguel Zenón y el percusionista venezolano Robert Quintero.

«Este primer disco lo llamé así, porque era el punto de mi carrera en el que me estaba enfocando ya en mi propio proyecto. Cuando ese disco salió al mercado, tuvo muy buena receptividad y buenas críticas en las revistas de jazz. El New York Times le hizo una reseña muy grande e, incluso en Europa, los críticos lo recibieron muy bien».

Este cambio de enfoque hizo que Luis gradualmente fuera poniendo sus proyectos personales por delante de los de sus colegas, lo que significó que fuera reconocido no solo como un excelente sideman sino como un talentoso compositor, solista y bandleader. Marcó el inicio de una nueva etapa en su carrera para seguir evolucionando y creciendo. 

«En estos dos últimos años he ido cambiando y dándole más importancia a mis propios proyectos. Creo que es muy importante tocar tu música, llevar el sonido que escuchas en tu mente al público. No basta con tocar con otros músicos y ayudarlos a lograr sus objetivos. Es muy importante que tú también te gustes, que disfrutes lo que hagas y lo compartas».

Desde Focus Point, Luis ha grabado ocho discos más. Cada uno es un reflejo de su forma de involucrarse con la música, de entenderla y de vivirla.

En la actualidad, su agenda sigue estando ocupada con presentaciones nacionales e internacionales. Comparte los compromisos de su trío Controlling Ear Unit con la participación en los proyectos de otros músicos, pero su punto de enfoque lo tiene dirigido a sus proyectos musicales. Él ha logrado balancear exitosamente las posiciones de sideman y bandleader, lo que lo convierte en un músico completo, en un Maestro (título al que aún no se acomoda), sin dejar de ser el tipo sencillo y honesto que siempre se enfrenta a la música con la mente abierta, como le recomendó su maestro Weil, dejando fluir su talento libremente para el disfrute de los amantes del jazz.

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