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Adriana Cabrera

Peter … o casada con un extranjero 

Habíamos entrado en una rutina insoportable, hacíamos las mismas cosas todos los días, según las estaciones, según los días, según las horas, el mismo ritual. Al comienzo la sociedad incitaba a esto para la estabilidad de los pequeños, pero después, inclusive siendo los individuos adultos, los rituales organizados era algo omnipresente y casi obligatorio. Era asfixiante. Insoportable. No importaba si fuera viernes o lunes. Daba lo mismo si era martes o domingo. El tiempo era el marco de una rutina bien rodada para el hombre convertido en rata. El mundo era un laboratorio con sus cobayos y sus experimentos. Todos pasábamos un día por la misma jaula, por el mismo rol.  Maquinaria absurda en la que nos habíamos auto esclavizado. 

Peter había seguido sus etapas de vida con los sobresaltos que pertenecían a un europeo joven de clase media burguesa. Me imagino que las no burguesas eran las que no sabían que era un libro, una biblioteca, un sistema político y las obligaciones mundanas que de ahí salían. Peter, él, se presentaba como un ser dinámico y poco curioso por cambiar los códigos. 

No le interesaba alterar lo establecido, le iba muy bien en la realidad que le rodeaba. Se acomodaba perfectamente a las reglas y hasta las creaba y argumentaba sobre ellas, decorándolas, apostillándolas, en el fondo de su oficina gris para el sistema burocrático en el que trabajaba. 

Pasaba hasta 14 horas diarias nadando en su propio lenguaje metódico, reglamentado y superfluo, distrayéndose con los chismes de corredor. En su mente el deseo más anhelado era instalarse con una pequeña familia en un espacio simple con una mascota y jugar al patriarca dominador. Lo más simple es lo mejor, repetía él suficiente. 

En su tiempo libre a Peter le bastaba con fumar un porro y jugar a apostar a juegos digitales, su pasatiempo favorito, o a apostar cuando empezaban los campeonatos de futbol de grandes ligas, la copa nacional, la copa de la liga, la liga de campeones y el mundial de futbol cada cuatro años, todo eso lo tenía claro y viva así por temporadas, cerveza, futbol y hundiéndose cada vez más sedentario en su sofá de cuero.

Tenía tan pocas relaciones en la vida en sociedad que cuando una extraordinaria interacción ocurría, como una cena entre viejos conocidos o una salida cualquiera, se quejaba primero por que su cotidiano se desinstalaba o por el exceso de cansancio que eso le producía. Cuando asistía al fin a la alguna cita social, hablaba con tanta suficiencia de sí mismo que uno oyéndolo se preguntaba, para qué vive este hombre con otros seres si él solo es suficiente para él mismo. Tenía a la vez una falta de confianza en sí mismo que disimulaba con su suficiencia pueril, porque al final le daba igual estar en acorde o no con los demás. 

Sin embargo, cuando Peter hablaba, era casi seguro, que lo hacía para oírse a sí mismo, convencerse que él vivía lo mejor y que estaba por encima de todos. Peter era todo un ejemplar de su época. Insolente, suficiente, infantil, inseguro, colérico y nada soñador. 

Confesaba que soñaba, pero nunca recordaba sus sueños y los que recordaba eran solo las pesadillas. 

Había encontrado otro cobaya como él para hacer pareja. Los dos compartían esa inseguridad de manera distinta. Aunque ella venía de un mundo en construcción y pretendía continuar construyéndose. 

El primer sentimiento que ella tuvo al conocerlo fue decirse que no importaban sus defectos porque su historia no iría lejos, eso se lo dijo pensando exactamente en lo contrario, un partido así, de este primer mundo civilizado, seguro que daría envidia cuando volviera a su tierra. Pensó inclusive ella, la cobaya que sería un mientras tanto, porque según ella todavía había materia para que el destino le trajera otra historia. Lo peor es que lo seguía pensando al abordar los 30 años de casados. 

Ella entregó esos sueños y muchos otros a esa pequeña ambición primera y guardó en un rincón las cosas para cuando ese mientras tanto terminase. A veces lo detestaba, otras veces sentía compasión, el amor no lo sabía aún definir. 

Tal vez era a causa de su estado de construcción continuó, pero ella se daba otras intenciones, la cultura de Peter era inmensa, solo que su lengua era tan difícil y desconocida, que a pesar de aprenderla mientras los hijos de los dos la estudiaban, era imposible lograr abordarla desde tan lejos, sin estar en el país de él. Vivian en uno de otros tantos países europeos, ahí donde él tenia su trabajo. Ahí donde para ella era casi imposible realizarse profesionalmente, no solo por lo conservador y racista de ese país, sino por el chauvinismo de la lengua y lo complicado y sistemático que eran los concursos para lograr acceder a un puesto que le correspondiese. 

Y luego estaba de él familia, buena razón tenían de vivir cada uno en un país diferente, y bien fue que descubrieron que el lenguaje es ante todo emocional, la familia de Peter era el repelente más fuerte que podía existir para aprender la lengua de él. 

Peter a menudo le repetía fácilmente y en cualquier momento inesperado que la amaba, y eso le daba cierta seguridad y la mantenía en ese estado, de construcción continua en mientras tanto. Pero ¿qué era el amor en esa época? Los sentimientos complejos para Peter no tenían complejidad, bastaba con expresarlos sin cesar como excusa para apropiarse del otro ser y otorgarse los derechos sobre los seres que componían su “familia”. 

Emociones que impedían al otro vivir otra vida por su parte. Las sensaciones, sentimientos, o experiencias diferentes no le interesaban, no hacían parte de su vocabulario, de sus inquietudes mentales, ni de su estatus de vida. Lo único que deseaba era estabilidad. Lo que el otro pudiera sentir, anhelar, desear o necesitar no le incumbía. Él era un individuo aparte, él era él. 

Lo tenía claro en su cabeza: lo que su época arrojaba a la sociedad era o el sacrificio por pertenecer a una sociedad cada más exigente, que borraba el ser para que se entregase a un sistema y poder así vivir de manera individualista con un estatus económico que debía proteger salvajemente en un mundo decrepito y decadente o la rebelión por exigir unos derechos que pertenecían a todos por su propio estatus de humanidad en el que toda experiencia personal por más enriquecedora que fuera, no se comparaba a los valores materiales o el estatus que daba lo económico.

La condescendencia de aceptar al otro, el ser empático y vivir en comunidad sacrificando para el bien de todos, su propio tiempo, su intimidad, su espacio privado o sus hábitos cotidianos no hacían parte del imaginario de Peter y ella lo estaba aprendiendo rápido, era muy fácil volverse capitalista, individualista y liberado. Peter conocía muy bien su época, y era admirado de la misma manera que pisoteado por los demás. 

Es que el imaginario de Peter era un referente a nivel global y se había vuelto simbólicamente el prototipo de una lógica social, la dominación del que logra acumular, poseer y exhibir valores simbólicos redundantes a partir de una concepción provincialista, hoy homogeneizadora, vertical, jerárquica y patriarcal. 

¿Cuántos Peter habrá y cuántas otras en esa encrucijada?

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