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Perspectivas

Si nos detenemos un momento a considerar el concepto del espacio, nos vamos a encontrar con que, en el arte, está ordenadamente colocado bajo el capítulo de la perspectiva; particularmente cuando nos referimos a una imagen bidimensional: una pintura, una fotografía, o un dibujo donde se introduce un espacio, o en muchos casos, y en términos más populares, un paisaje. Todos hemos oído hablar, o en algunos casos trabajado, la perspectiva lineal, definida como una técnica visual para describir la profundidad del espacio con una estructura lineal. Es esa ilusión de distancia, entre un plano muy cercano y otro muy alejado. Imaginémonos la clásica calle que enfrentada en su centro nos muestra un punto hacia el infinito (un punto de fuga en el horizonte). La otra manera de comprender la distancia es a través de la falta de detalles, de contrastes y de colores que en nuestra percepción pierden su saturación y su identidad. Es el efecto que produce la atmósfera cuando se interpone entre nuestros ojos y lo de más allá; a mayor distancia, mayor lo desdibujado y la disolución del color; es lo que entendemos como ‘perspectiva atmosférica’ (o aérea), término dado por Leonardo Da Vinci en el Renacimiento, en su Tratado de la Pintura. Ahora, qué sucede cuando esta perspectiva no sólo se aplica al espacio físico sino también al espacio temporal. Cuan lejos y borrosos van quedando los objetos y los lugares en la distancia del tiempo. Podríamos hacer un paralelismo y entender así lo que sería una ‘perspectiva temporal’. Entre el presente y el pasado se interponen muchas capas de tiempo, así como de atmósferas. Constatamos que dejados a la memoria sin ningún otro tipo de referencias, las imágenes de nuestra infancia y juventud, o de apenas unos años atrás, adquieren calidades borrosas, grisáceas, inestables. La fotografía, o las imágenes de calidad fotográfica, son nuestra pequeña defensa contra esa desintegración de lo que una vez estuvo cerca y al alcance de nuestras manos, aunque se trate de un instante, ese momento nítidamente grabado por un lente nos dará la ilusión de poderlo ver de cerca, una y otra vez. Tal como las pinturas realistas de lugares y retratos de tantos siglos, o en un ejemplo muy específico y contemporáneo, las notables fotografías de la hermanas Brown tomadas por el fotógrafo Nicholas Nixon, quien las ha retratado anualmente, en una composición similar, por un período de más de treinta años. Los entonces rostros jóvenes de aquellas chicas desafían ese espacio temporal con la fotografía. Pero el espacio de tiempo se va reduciendo cada año, se acerca inexorablemente al presente y nos hace pensar en lo borrosas que han quedado tantas otras imágenes de entonces. Sabemos así que son sólo momentos escogidos; el resto de nuestras vivencias inevitablemente continúa su desintegración. Aunque regresemos a los espacios que nos vieron crecer y salir, la distancia temporal, esa perspectiva particular, continúa su efecto de desenfoque a diferencia de la simple perspectiva atmosférica, que nos permite re-enfocar constantemente a medida que se acorta la distancia. Sin embargo, la vida es inteligente y de esa manera nos da espacios nuevos para las experiencias de hoy, enriquecidas con múltiples planos intermedios y con ese fondo azulado o grisáceo de muchos pasados. Así de inteligente es la vida que nos salvaguarda de todas las distancias en lo que se refiere a los afectos. El amor que sentimos por aquellos seres significativos y fundamentales en nuestras vidas no sufre del efecto de disolución con los kilómetros o los años de por medio. Por el contrario, a veces pareciera que se hace más nítido y contundente, con una ley propia e independiente de las leyes naturales que rigen la experiencia de nuestros cuerpos. Esa nitidez permanente en la conexión afectiva es la que nos ayuda a separarnos, a viajar, a explorar otros caminos y situaciones, y al re-encontrarnos re-confirmamos que esa distancia no existe. Inteligentemente, nuestra percepción de las perspectivas pierde sentido frente al amor.

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