Existen infinitos ejemplos de artistas que reconstruyen la vida real. Lo inesperado es que la realidad imite al arte. O tienda a parecerse de una manera inquietante. Hay algunos casos conocidos, como aquel lector de Salinger que asesinó a John Lennon. O los mafiosos de carne y hueso de Gomorra, que construyeron en Italia mansiones idénticas a las de Al Pacino en Caracortada.
Esta semana la BBC de Londres puso en el aire una noticia siniestra: siete muchachos, hijos de padre peruano y madre estadounidense, fueron secuestrados por catorce años por su progenitor en un apartamento de Manhattan. La razón: protegerlos de la maldad exterior.
Por un momento entremos en la ficción. No pude evitar que viniera a mi mente la película Canino, del director Yorgos Lanthimos. Filmada en 2009, tan provocadora como ácida, habla y mucho del autismo de Grecia en el contexto de la economía europea, y de las mentiras que le dijeron sus políticos a los ciudadanos por años. También puede entenderse como una metáfora universal sobre las consecuencias de las endogamias ideológicas, tan dadas a encerrar a los países en aventuras políticas desafortunadas.
En un chalet de algún lugar desconocido de Grecia habita una familia singular. El padre es un empresario. Dirige una industria, mientras la madre trabaja en casa y se ocupa de tres hijos que han dejado atrás la adolescencia.
Son padres curiosos. No permiten que los hijos salgan de los límites de la bella propiedad que poseen, con jardines y piscina. Ellos apelan a la ficción como enmascaramiento.
Les graban descripciones de palabras para explicarles cómo es el mundo. “¿Qué es un zombi? Una flor amarilla. ¿Una autopista? Una ráfaga de aire’’. De esta manera los protegen de la dura realidad que se abre camino más allá de los muros de la casa.
También les hacen creer que Frank Sinatra es uno de los abuelos, que les ha dejado grabado mensajes importantes: uno de ellos es la canción “Fly me to the Moon’’. Así entienden que la piscina es el mar; las autopistas, vientos; y los gatos, depredadores de cuidado. El único nexo con el exterior son cintas VHS de Rocky y Tiburón?
Volvamos a la realidad. Durante catorce años, los hermanos Angulo (Bhagavan; Govinda y Narayana, gemelos; Mukunda; Krsna; Jagadisa y la hermana mayor, Visnu) vivieron aislados del mundo en el Lower East Side de Nueva York.
Su padre, seguidor del krishnaismo, nunca permitió que salieran del apartamento. Su madre, hippie estadounidense, los educó en casa. Los padres se conocieron cuando trabajaban como guías en Machu Picchu.
Para distraerse, o para no matarse, los hermanos Angulo comenzaron a ver cine. Su padre guardaba una colección de videos. Mirando películas una y otra vez, memorizando los diálogos y recreando personajes de cintas favoritas de Hollywood, forjaron una visión del mundo. Una de sus debilidades era Reservoir Dogs, de Quentin Tarantino, porque pueden trabajar todos.
«La intención de nuestro padre era protegernos de los peligros y el crimen que él veía en el mundo exterior», justifica Mukunda Angulo. El padre por cierto nunca trabajó, amparado en un subsidio que existe en Estados Unidos para padres que educan a sus hijos en casa. Esta historia trascendió gracias al documental The Wolfpack (Manada de Lobos), dirigido por la estadounidense Crystal Mosselle.
Permanecer catorce años encerrados en un apartamento, protegidos de la maldad exterior, bautizados con nombres de dioses hindúes, viendo viejas películas, parece el diseño extravagante y perverso de uno de esos alucinados ideólogos que buscan la salvación del pueblo y terminan en baños de sangre. Locura es lo que sobra en el mundo.