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Armando Coll
Armando Coll - ViceVersa Magazine

Periodismo y Catarsis

Librado a la flânerie por el ciberespacio topé con la nota de Hilary Krieger, periodista de The Washington Post, que titulaba “Catharsis Of Telling A Story” (La catarsis al contar una historia). Me entretuve en sus líneas por mi interés sostenido en torno a los significados que a lo largo del tiempo desde el siglo IV a.c. ha absorbido la palabra catarsis, cuando Aristóteles la formulara como resultado del drama ático en su recurrida Poética.

El artículo de Krieger venía a cuento de una noticia entonces reciente: “A días del primer aniversario del tiroteo en la escuela, el pueblo de Newtown exige privacidad”.

El 14 de diciembre de 2012, los alumnos y maestros de la Sandy Hook Elementary School, apenas tuvieron un instante para ver entrar al hombre con arma automática, un tal Adam Lanza, antes de que sonaran los disparos y cayeran los cuerpos de 20 pequeños del primer grado y seis docentes.

La aprensión que sumía a un pueblo de Connecticut de apenas 28.000 habitantes, es sobradamente comprensible. Nadie quiere retraerse en el luto asediado por un set de filmación.

No conformes los medios con dar cobertura a la masacre en su momento, el despliegue de reporteros se repetiría durante el primer aniversario en 2013.

Vivimos en un mundo en que nada que no procese el espectáculo es comunicable a la masa. En casos como el que se reseña, el protagonismo va directo al victimario, para el solaz patético de las multitudes.

Krieger, en la ocasión de cumplirse el año primero de la tragedia súbita y azarosa que irrumpió en un pueblo apacible y retirado, recordaba sus días de corresponsal en Jerusalén, cuando en la urgencia de un hospital, en medio de estridentes desgarros de dolor, la asaltaba el sentimiento culposo de acercar la grabadora a uno de los dolientes de los pasajeros  sin aviso en un autobús que el terrorismo hizo explotar apenas una hora o poco más antes.

Se dejó llevar por la impotencia y ya se retiraba sin registro alguno de testimonios, cuando una niña la abordó: “Cuénteles mi historia. Cuénteles la historia de mi hermano que acaba de ser asesinado. Cuénteles qué se siente. Dígales el precio que los asesinos deben pagar. Dígales”.

El ruego de la niña hizo volver en sí a la reportera atribulada y tomar rápida consciencia de su función en ese dolorido entorno.

Un periodista puede cumplir con las tres primeras exigencias que hacía la pequeña en aquella sala de urgencias jerosolimitana. La cuarta queda en manos del sistema judicial.

“Es erróneo escribir sobre alguien con quien no se ha compartido al menos un poco de su vida”, pensó alguna vez el célebre periodista Ryzard Kapuscinski.

Acercarle una cámara a alguien que acaba de perder trágicamente un ser querido y llevarle automáticamente el micrófono a la boca para en un frío instante arrancarle las lágrimas, la queja, o la invectiva, y el consabido “¡Qué se haga justicia!”, no es hacer periodismo.

Krieger entendió que el tiempo que dedicara a escuchar y no solo grabar lo que la niña doliente tenía que contar y luego comunicarlo en un medio masivo, era una forma de catarsis, tanto para la persona que padece como, en última instancia, para el periodista.

El mundo rota un fundamento trágico, de un país a otro, de una comunidad a otra, de una persona hoy y mañana aquella.

¿Qué significa entonces la catarsis para los habitantes de la realidad trágica?

Aristóteles define así la tragedia como obra de representación de acciones, por tanto, pieza dramática:

“Es la imitación de una acción esforzada y completa, de cierta amplitud, en lenguaje sazonado, separada cada una de las especies [de aderezos] en las distintas partes, actuando los personajes, y no mediante el relato, y que mediante compasión y temor lleva a cabo la purgación (kátharsis) de tales afecciones» (En la traducción de Juan David García Bacca, 1946)

El Estagirita toma el término de la biología y la medicina. Si se abre el Drae, aparecerá una de las acepciones de la palabra: “Biol. Expulsión espontánea o provocada de sustancias nocivas para el organismo”

La purgación de la compasión y el temor como un cuerpo lo hace de los humores de la enfermedad, traería consigo la purificación.

El filólogo austríaco Albin Lesky, estudioso de la tragedia clásica, matiza el aserto: “Ni los espectadores han de purificarse cuyo exceso expían las figuras trágicas con su muerte, ni han de ser mejorados, al aumentar su filantropía o al verse limpios de un exceso de emociones”.

Lesky reconoce sí el alivio que la contemplación de la tragedia en su magnitud teatral proporciona al emocionado espectador.

El periodismo de la actualidad, tan mediatizado por el espectáculo, que de los aderezos de la forma trágica Aristóteles consideraba el de menor valor, recurrentemente, trae más alarma que alivio. ¿Ha de ser así?

Espectáculo entendido como escándalo; alarma. Esos los fines de buena parte del negocio de la prensa. Y la alarma carga con la estupefacción; el pasmo que paraliza.

Hilary Krieger comprendió que la gente de Newtown abominase la presencia de reporteros y su parafernalia. Pero, sale al paso a favor del periodismo y el tipo de catarsis que podría conllevar: “Cuénteles mi historia”, le pidió la niña en Israel.

Al escuchar y vivir el testimonio de un semejante, el periodista hace su propia catarsis. Y al contarla propicia la catarsis para los afectados por una tragedia y para el público de la comunicación de masas.

“Hay eventos que solo serán recordados si la historia es contada por quienes la vivieron, algunos de los cuales podrán indudablemente hacerse de esperanza y mostrarla, con resiliencia y acciones”, escribía Krieger.

Si no purificación al menos alivio puede traer para los afectados por la tragedia un periodismo empático. Y también puede conllevar a acciones: los padres de los pequeños caídos en Newtown ya se organizaron en una fundación para sumarse a la ya larga cruzada a favor del control de armas en Estados Unidos.

De modo que las cosas no quedan ahí y en una noticia más para lamentación. Al lector prometo, de momento, una próxima entrega sobre si acaso la catarsis acontece en era digital.

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