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El perdón sana. Pero falta…

“Es paradójico que los que menos han sufrido la guerra sean los menos dispuestos a la paz”, dijo Sigifredo López, único diputado del Valle sobreviviente entre los 12 secuestrados por las Farc.

Él, luego de permanecer siete años como rehén, dos de ellos agobiado por el dolor de la muerte de sus compañeros, tuvo además que soportar que la Fiscalía colombiana lo acusara de ser cómplice del múltiple secuestro y de que algunos medios, obsesionados por el afán de la chiva y de aumentar sintonía, divulgaran esa imputación de un falso testigo, logrando así que la gente desfilara frente a la casa donde vivía con su mujer y sus hijos, y les gritara “asesinos”.

Y Patricia Nieto, su esposa, quien con los familiares de los diputados asesinados se encontró en La Habana con los jefes de las Farc para gritarles su dolor acumulado durante años y escucharlos pedirles perdón, me dijo: “Era muy doloroso tener en frente a quienes tuvieron tantos años a Sigifredo y no expresaron a tiempo que él era inocente. Sentía una gran incertidumbre. Los de las Farc entraron. Les dimos la mano. (Los jóvenes no lo hicieron). Me presenté. Los miré a los ojos. Sentí ganas de gritar. Lloré. Todos lloramos, les dijimos todo, no nos guardamos nada. Ellos se secaban las lágrimas”.

Entonces Catatumbo dijo: “No vamos a evadir la responsabilidad. Estaban en nuestras manos, y no se puede reparar lo irreparable, se trata de resarcir el daño, que es distinto (…) La muerte de los diputados fue lo más absurdo de lo que he vivido en la guerra, el episodio más vergonzoso, no nos enorgullecemos de él. Hoy, con humildad sincera, pedimos perdón. Ojalá ustedes puedan perdonarnos”.

Patricia me relató que Sebastián Arizmendi, quien tenía cuatro años cuando secuestraron a su padre, dijo que, al enterarse —a los 9 añitos—, de que él había muerto en la masacre, “estalló en ira, rompió vidrios y cuadros y juró que a los de las Farc los iba a matar. Pero al ir a La Habana y oírlos pedir perdón, sintió paz”.

“Escucharlos pedir perdón hace que el corazón de los familiares tenga algo de sanación, y ese es el comienzo del perdón”, agregó ella. “Prefiero la verdad y el perdón. La justicia es algo complementario. Ellos van a pagar una pena social”.

Pero falta que los medios que reprodujeron la calumnia contra Sigifredo, sin dicernirla, también le pidan perdón. No basta que lo haga RCN, que divulgó el video que lo inculpaba. Ya las Farc aclararon que su único delito “fue haber sobrevivido”. Y la Fiscalía y el Estado le pidieron perdón. Queda que los periodistas hagamos autocrítica y, los que la deban, paguen su pena social, que no es otra que rectificar en el mismo lugar y con el mismo despliegue en que divulgaron la falsa noticia. Así lo manda la ética de la profesión. Sin modestia digo que cuando capturaron a Sigifredo lo defendí sin conocerlo. Era tan disparatada su acusación…

Y falta, también, que los que masacraron a las personas cercanas a las Farc, y los que pagaron para que otros las mataran, les pidan por igual perdón…

A ver si así empezamos a construir la verdadera paz.


Este artículo fue publicado originalmente en El espectador

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