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Pequeños momentos

Vivimos en un mundo líquido. Ya podríamos decir que gaseoso. Líquido, según decía el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, porque todo se va de las manos. Lo que estaba ya no está y no han pasado siglos, décadas o años, sino horas, minutos, momentos, instantes. Gaseoso, porque vivimos en pequeñas burbujas interconnectadas (fortalezas de «comunidades cerradas» con las puertas bien trancadas, porque quien no piense o siga el ritual no tiene acceso). A eso se une el llamado «archipiélago de las diásporas» de aquellos que han tenido que abandonar su país por guerra, hambre, miseria y buscar refugio o prosperidad en otros lugares.

En este mundo atomizado, el miedo a lo desconocido, la desconfianza hacia el otro, la angustia por el mañana impredecible, hace estragos en los gabinetes de psicología y psiquiatría, y en los centros de terapias alternativas. Lo zen, el mindfulness son algunas de las maneras de afrontar los cambios que se están produciendo. Justo cuando supuestamente se necesitaban ataduras, vínculos sólidos y fiables con la comunidad, con el Estado proveedor, éstos nos han dejado a la estancada. Ahora el miedo es quedarse rezagado de la gran masa y condenado a caminar en solitario como en la época del ostracismo griego.

En este panorama, los procederes y trifulcas políticas no acompañan. Los políticos y aspirantes sólo se mantienen en el poder pequeños momentos. Como botón de muestra, la larga lista de empleados de la Administración de Donald Trump que han cesado o tenido que cesar. Un solo tweet de tres líneas basta para que todo cambie. Tan solo un momento es necesario para que un secretario de Estado estadounidense deje de serlo.

En España, el titubeo político es parecido. Los partidos políticos tienen su momento, y cuando parece que van a emprender vuelo, vuelven a caer. Es el caso de los líderes de las formaciones más nuevas, Podemos y Ciudadanos, que parece que alzan el vuelo, y se convierten en alternativa, pero luego todo se desvanece hasta que lo intentan de nuevo.

En Catalunya, más de lo mismo en lo que se refiere a la perplejidad y juego político que se vive actualmente. Cuando parece que todo está listo para un nuevo gobierno de la Generalitat, todo queda en veremos. Salen nombres de posibles candidatos, que de un día para el otro ya no lo son y vuelta a empezar. Son los quince minutos de fama atribuidos a Andy Warhol.

Hay muchos momentos, pero ninguno hasta ahora ha permitido un arraigo político suficiente para poder tomar las riendas político-económicas de España, a la vez que se vislumbra la sombra del bipartidismo PP y PSOE, que parecen esperar «pasito a pasito» a que todo se desencalle o que el frenazo se convierta en una oportunidad.

Mientras tanto, tenemos los pequeños grandes momentos de las marchas de la dignidad. Ya sean por la igualdad de género, por las pensiones, por el trabajo, por la vivienda, por la precariedad, por la infancia, etc. Son aquellos momentos en que el dolor y la miseria se convierten en algo colectivo, y en el que se visualiza la necesidad de convertir el impacto mediático de estas reivindicaciones en acciones efectivas y políticas concretas por parte del gobierno, las empresas, las comunidades o las familias.

Son malos tiempos para la democracia en Europa y en todo el mundo. La enajenación de los ciudadanos y el malestar hacia las instituciones políticas y económicas se vuelve cada vez más palpable y organizada. El Estado social al servicio del ciudadano peligra. La línea entre las libertades y el autoritarismo se diluyen. En medio de todo esto, se replantea y se cuestiona el papel del Estado.

Como decía el recién fallecido Stephen Hawking, «la inteligencia es la capacidad de adaptarse al cambio». Pero en este proceso de adaptación, la dificultad será lograr que los pequeños momentos sean grandes momentos para el desarrollo político, económico y social de las sociedades.

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