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Andres Correa

Pensé que éramos amigos

Tras una breve luna de miel electoral típica de los recién llegados, Joe Biden acaba de cerrar un primer verano presidencial para el olvido. La pregunta es: ¿se dio cuenta?

En EE.UU. la estación más soñada empezó con la inflación más alta en más de una década y el repunte del coronavirus que, según el gobierno, ya se había superado. Después llegó el desastre -que apenas comienza- del retiro de Afganistán tras la guerra de 20 años post 9/11, sin haber llegado a pacificar esa sufrida nación, sino por el contrario con terrorismo reforzado, armado y en exportación. Miles de muertos y billones de dólares enviados por cuatro presidentes lucen ahora perdidos.

Más recientemente, el actual mandatario ha logrado unir a sus enemigos Irán y China con uno de los grandes aliados de siempre de EE.UU: Francia. Líderes de esas tres naciones han coincidido en las últimas semanas en una frase: “Biden es como Trump”, lo cual ya es bastante decir.

A su lado, la vicepresidenta Kamala Harris con su risita compulsiva también tiene los números en contra: su popularidad es la más baja que ha visto ese cargo en casi 30 años. Y apenas el gobierno comienza. Más preocupante considerando que, por la edad y condición de Biden, hay chance de que se convierta en la primera jefa de la Casa Blanca en la historia.

Ahora que el mundo dice adiós a su líder más seria en mucho tiempo -Ángela Merkel nunca buscó ser popular, sino eficiente-, es mucho el riesgo que se asoma entre tanta incompetencia a la derecha e izquierda, con un continente americano tan en retroceso que hasta países pequeños como El Salvador y Nicaragua se ríen de Washington y avanzan en el caudillismo. Mientras China y Rusia están más que felices de apoyarlos en sus travesuras con mínima inversión y altísima rentabilidad, sabiendo además que la ONU y OEA llevan años corriendo arrugas en Cuba y Venezuela.

Vivimos un presente en el que nadie respeta a nadie. La mayoría -políticos y ciudadanos- ha optado por hacer lo que le viene en gana, con pocas o ninguna consecuencia. Parece la definición de la “plena felicidad” tanto anhelada.

Pero resulta que libertinaje no es sinónimo de libertad. Y mucho menos de progreso. Qué lo diga Nueva York, la “vanguardista capital del mundo”, hace rato sumida en un deterioro de desidia, violencia, basura, anarquía e indigencia.

Francia pensó que Biden la quería. Lo mismo Kamala del electorado. Y Alex Rodríguez de Jennifer López.

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