Tras una breve luna de miel electoral típica de los recién llegados, Joe Biden acaba de cerrar un primer verano presidencial para el olvido. La pregunta es: ¿se dio cuenta?
En EE.UU. la estación más soñada empezó con la inflación más alta en más de una década y el repunte del coronavirus que, según el gobierno, ya se había superado. Después llegó el desastre -que apenas comienza- del retiro de Afganistán tras la guerra de 20 años post 9/11, sin haber llegado a pacificar esa sufrida nación, sino por el contrario con terrorismo reforzado, armado y en exportación. Miles de muertos y billones de dólares enviados por cuatro presidentes lucen ahora perdidos.
Más recientemente, el actual mandatario ha logrado unir a sus enemigos Irán y China con uno de los grandes aliados de siempre de EE.UU: Francia. Líderes de esas tres naciones han coincidido en las últimas semanas en una frase: “Biden es como Trump”, lo cual ya es bastante decir.
A su lado, la vicepresidenta Kamala Harris con su risita compulsiva también tiene los números en contra: su popularidad es la más baja que ha visto ese cargo en casi 30 años. Y apenas el gobierno comienza. Más preocupante considerando que, por la edad y condición de Biden, hay chance de que se convierta en la primera jefa de la Casa Blanca en la historia.
Ahora que el mundo dice adiós a su líder más seria en mucho tiempo -Ángela Merkel nunca buscó ser popular, sino eficiente-, es mucho el riesgo que se asoma entre tanta incompetencia a la derecha e izquierda, con un continente americano tan en retroceso que hasta países pequeños como El Salvador y Nicaragua se ríen de Washington y avanzan en el caudillismo. Mientras China y Rusia están más que felices de apoyarlos en sus travesuras con mínima inversión y altísima rentabilidad, sabiendo además que la ONU y OEA llevan años corriendo arrugas en Cuba y Venezuela.
Vivimos un presente en el que nadie respeta a nadie. La mayoría -políticos y ciudadanos- ha optado por hacer lo que le viene en gana, con pocas o ninguna consecuencia. Parece la definición de la “plena felicidad” tanto anhelada.
Pero resulta que libertinaje no es sinónimo de libertad. Y mucho menos de progreso. Qué lo diga Nueva York, la “vanguardista capital del mundo”, hace rato sumida en un deterioro de desidia, violencia, basura, anarquía e indigencia.
Francia pensó que Biden la quería. Lo mismo Kamala del electorado. Y Alex Rodríguez de Jennifer López.