Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Pendejadas de gente que no es pendeja

En Venezuela negar la pasividad opositora es una necedad. Salvo por algunas voces, el silencio del liderazgo ya hiede, me resuena sospechoso en el alma. Sin embargo, no pretende este texto demoler a nadie, sino, por el contrario, despertar, alertar. Andrés Velázquez llama a un paro nacional pero en el Frente Amplio no pareciera advertirse un mínimo interés por debatir la propuesta. María Corina Machado invita a acciones contundentes, que, al parecer, comienzan a calar en la gente, pero el liderazgo opositor se hace el sordo, cuando no recurre a descalificaciones sexistas y sobre todo, teñidas por ese ideario marxista que baña a todos con mayor o menos ímpetu.

Hay incompetencias sospechosas.

Sin caer yo en cuenta de sus razones, la pasividad opositora me anima a preguntarme muchas cosas, a analizar conductas idiotas de gente que no es idiota. Me inquieta. Me siento incordiado por declaraciones majaderas de algunos líderes, quienes, cómodos en sus tribunas y palcos, parecen ajenos a la desgracia de tantos venezolanos. No quiero acusar, porque ellos a diario se desnudan sin pudor, y peor, incluso sin darse cuenta. Basta prevenir sobre los pecados, que son lo realmente importante.

Urge actuar.

Apoyé la abstención el pasado 20 de mayo. Creo que en efecto, participar en esa farsa carecía de sentido, a pesar de las posiciones fundamentalmente ingenuas y acaso, cargadas de florituras de muchos intelectuales y líderes. Sin embargo, abstenerse para luego omitir una ruta contundente, un plan que anime a la gente, me luce torpe, y, desde luego, demostrativo de la escasez opositora para construir algo más que acuerdos electorales. 

La conducta de buena parte del liderazgo opositor, y no pocos analistas, demuestra que sus acusaciones son solo retórica. Para ellos, no se trata de una dictadura militar Castro-comunista controlada por el gobierno cubano, sino de un mal gobierno (pésimo, tal vez). No son pocos los necios que creen que sin instituciones puede salirse de esto institucionalmente y que el apoyo castrense a un eventual transitorio es pecaminoso, como si fuese imaginable su viabilidad sin el consenso militar.

La unidad debe exceder a los partidos políticos en un propósito común: la anhelada transición.

Sin ánimo de querer aventurarme en discusiones semánticas, la meta es la transición de un modelo autocrático y totalitario como este a otro genuinamente democrático. Si es por medio de elecciones o un desconocimiento de la autoridad por haberse puesto al margen de la constitución y las leyes constituyen solo el modo de alcanzarla. Sin embargo, buena parte del liderazgo opositor cree ingenuamente (pecado imperdonable en un líder político) que basta cambiar a Maduro, cuando él es el capitán que por ahora pilotea la revolución (pero que tanto como él heredó a Chávez en el 2013, otro puede sucederle).

Olvidan tantos que Chávez y Maduro y sus conmilitones son parte de un movimiento que según Thays Peñalver, conspiró para imponer el modelo comunista que de acuerdo a Uslar, Venezuela jamás ha querido y que ya en la década de los ’30 lo advirtió Rómulo Betancourt. Obvian ellos que desde su ascenso al poder, en lugar de gobernar, han llevado adelante una revolución y que se han preparado para este momento, cuando la definición del modelo se plantea en términos reales.

Quienes crean que la revolución no se encauza hacia la consolidación de un régimen comunista pecan de ingenuos, o simplemente, no ven con horror lo que la historia de otras naciones que ya han padecido sus rigores ha demostrado elocuentemente. Puede que en otros años se creyera que Venezuela no era Cuba (y ciertamente, no lo es), pero de permanecer aletargados, vamos a quedar esperando una invasión estadounidense que difícilmente va a ocurrir o unas mágicas elecciones que abran espacio a una democracia y no a una confrontación con las fuerzas chavistas, como parece ser, ateniéndonos a un temor que en sus últimos años, Manuel Caballero señaló insistentemente.

El hedor de una guerra civil infesta el ambiente.

La élite, que está comprometida hasta los huesos con toda clase de negocios turbios y delitos de toda clase (incluso los de lesa humanidad), no va a ceder el poder incruentamente, como se lo afirmara José Vicente Rangel a Rafael Poleo, si tomamos como ciertas las palabras del veterano periodista. La élite, que procede mayormente de los grupúsculos de un sector de la izquierda radical que jamás aceptó los términos de la pacificación de 1969, ha entendido la relación con los sectores opositores (que incluyen a los empresarios, el clero y los sindicatos, y todo aquello que se les oponga) como una guerra… una guerra en la que el enemigo debe ser aniquilado.

El inalienable derecho a la rebelión emerge de las ruinas de la nación. 

No soy de esos que irresponsablemente invitaban a ejercer el artículo 350 (que como bien sabemos, merece unas consideraciones de hecho y de derecho para poder ser invocado por la ciudadanía). Las acusaciones internacionales sobre el régimen de Nicolás Maduro desnudan sin embargo, los elementos exigidos por la doctrina para justificar su ejercicio, y aún más, esas mismas imputaciones, que esgrimen infinidad de violaciones a los derechos humanos y sobre todo al orden democrático vigente, nos imponen a todos el deber de restituir la institucionalidad sodomizada por la élite, estemos investidos de autoridad o no.

Distinto de las opiniones de algunos (cuyas imprecisiones jurídicas corrompen sus análisis), las causales para ejercer el derecho a la rebelión no proceden de la cantidad de rebeldes (lo cual es una pendejada), sino de la cualidad del orden a desconocerse. No resulta necio afirmar la cualidad opresora e injusta del régimen de Maduro. Sobre todo cuando la comunidad internacional (el mundo libre) así lo reconoce.

Ya lo dije, no creo en pendejadas de gente que no es pendeja. Sin embargo, aun sus privilegios, sean cuales sean estos, son frágiles. Su comodidad puede derrumbarse como un castillo de naipes. Sin importar qué tan seguro puedan sentirse algunos, en la cola para comer de la basura o para terminar en una mazmorra estamos todos.

Hey you,
¿nos brindas un café?